Mencionar las palabras vareniclina, listeriosis o, más recientemente, ranitidina, nos conduce inmediatamente a pensar en alertas y situaciones de crisis sanitaria decretadas por organismos –en su mayoría nacionales– y en el origen de situaciones de incertidumbre entre la población. “¿Me afecta?”, “si he tomado alguna sustancia afectada, ¿qué he de hacer?”, “¿debo temer algo?” son algunas de las preguntas que a buen seguro se hace más de una persona ante un hecho así.

Muchas serán las semejanzas que guarden entre sí algunas de estas situaciones, no cabe duda. Aunque queremos destacar una, que además es positiva: Ante cualquier crisis de orden sanitario, el farmacéutico siempre está presente y se puede contar con él como lo que es: un aliado.

Aliado tanto para la administración sanitaria como para el conjunto de la sociedad, ya que ejerce una importante labor informativa que permite desmontar los habituales bulos que se originan en torno a cualquier alerta, fruto en su mayoría de la desinformación existente.

Aliado, porque a través de la red de farmacias, la población refuerza su confianza en el sistema sanitario, ya que se muestra, de forma cercana, cómo el sistema sanitario funciona con precisión y diligencia para atajar cualquier problemática surgida y mantener bajo control la situación.

Y eso es sólo una parte. Porque si importante es la labor que en este sentido se realiza desde la farmacia comunitaria –el eslabón de la cadena sanitaria más cercano a la ciudadanía–, no lo es menos la que desempeñan los profesionales farmacéuticos del ámbito de la Salud Pública, que forman parte de los equipos de vigilancia sanitaria, encargados de velar por la seguridad alimentaria y ambiental.