Viejas fuentes secas -o solo con un triste hilo de agua brotando de sus caños-; antiguos lavaderos inutilizados; o centenarios pozos y manantiales agotados. Es la triste estampa de la sequía en la Sierra de Aracena y Picos de Aroche, sin duda la comarca onubense más castigada por la falta de agua. Un territorio donde, paradójicamente, los vestigios de la histórica abundancia de tan esencial bien salpican la geografía en decenas de pueblos, aldeas, pedanías y parajes naturales.
Una situación que este verano está adquiriendo dimensiones preocupantes, dadas las obligadas restricciones de suministro a las que están avocadas las más de 20.000 personas que residen en esta época del año en los 64 núcleos de población en los que es imposible obtener una gota de agua del grifo entre las doce de la noche y las siete de la mañana, todos los días de la semana.
Estas restricciones afectan a municipios y aldeas como Santa Olalla del Cala; Cala; Higuera de la Sierra; Puerto Moral; las aldeas aracenenses de Valdezufre, La Umbría y Jabuguillo; Cumbres Mayores; Aroche y su aldea de Las Cefiñas; Hinojales; Valdelarco; Cumbres de San Bartolomé; Cumbres de Enmedio y Cortelazor. A ellas se ha unido recientemente el núcleo de Aracena, el municipio más poblado de la comarca, donde las restricciones se iniciaron el pasado domingo.
Pero además de en estos puntos, se están registrando problemas a diario en otros lugares, donde los pozos de abastecimiento están tan agotados que la capacidad de extraer agua de ellos es menor que el consumo en dichas poblaciones.
Los aportes de agua se obtienen en dicha comarca de captaciones subterráneas, que ahora mismo están muy mermadas por la sequía, lo que ha provocado que la capacidad de extracción de estos pozos se haya reducido considerablemente.
La situación ha obligado a la empresa suministradora, Giahsa, a realizar aportes de agua a los depósitos de los distintos municipios con camiones cisterna. "Una medida muy costosa, pero que permite atenuar ligeramente la situación", según dicha empresa.
En lo que llevamos de año, pero sobre todo en el último mes, Giahsa ha transportando a los depósitos y aljibes de dichos municipios más de 11.225 metros cúbicos de agua en casi medio millar de camiones cisterna, lo que había supuesto hasta finales de esta semana un coste de 119.204 euros.
"Resignación, desasosiego, preocupación o desesperación", son los apelativos más usados por los alcaldes de algunos de los pueblos más afectados a la hora de definir el estado de ánimo de sus vecinos, que según añaden "lo están pasando mal" al tiempo que "exigen soluciones urgentes". Y es que, las restricciones están afectando su vida diaria, teniendo que adaptar sus ritmos y hábitos a los tramos horarios en los que hay agua.
Es el caso de Rocío López, vecina de Sevilla pero propietaria de una vivienda en Higuera de la Sierra, quien mientras se toma un café en el bar situado junto al Ayuntamiento relata a Huelva Información que este verano su familia está organizando sus labores domésticas en función de los horarios en los que hay suministro, "y siempre a expensas de la escasa información que se nos facilita sobre interrupciones no programadas".
"Tenemos que lavar la ropa de día, así como asearnos y ducharnos, además de comprar agua embotellada y de tener siempre en casa cubos llenos para cualquier imprevisto", añade.
Miguel Fari (66 años), jubilado y extrabajador del corcho, conversa en la mesa de al lado con el constructor local Vicente González (49 años), mientras toman un 'aguaíllo' -aguardiente con agua-. Nada más escuchar la conversación se interesa por el tema para lamentar que hay familias "a las que incluso se les ha estropeado la lavadora" por interrumpirse repentinamente una colada en uno de los cortes no programados. "Y las aseguradoras después no quieren hacerse cargo de nada", puntualiza.
"Muchos vecinos tenemos depósitos en casa, y así nos vamos apañando –añade- porque lo que pasa es que, un año como este de sequía y restricciones, no se conoce desde 1992. Esto es canallesco", concluye.
El alcalde, Enrique Garzón, asegura que "somos uno de los municipios que peor lo estamos pasando". Y es que Higuera, explica, es el primer pueblo de comarca viniendo de Sevilla, a tan solo 40 minutos, por lo que "hay un mayor número de segundas residencias de sevillanos que en otros puntos de la sierra". Esta realidad, a su juicio, "contribuye a un mayor consumo de agua". Según el primer edil, la cifra de 1.330 vecinos censados, "como mínimo, se duplica en esta época del año".
Históricamente, prosigue, Higuera "ha sido un municipio con muchos problemas de agua porque nunca ha contado con infraestructuras propias de abastecimiento". De hecho, ya el pasado verano sufrió restricciones de mediados de agosto a mediados de septiembre. Pero para el alcalde "este año está siendo, sin duda, el más grave".
Garzón encuentra la solución al problema, en primer lugar, en que las administraciones tomen conciencia de la existencia del problema y de la histórica falta de infraestructuras; además reconocer "una deuda histórica con una comarca que abastece poblaciones como Sevilla". Y esa generosidad, concluye, "no está siendo correspondida".
Otro de los municipios afectados es Cortelazor, en cuya plaza principal apreciamos otra dimensión del problema de la falta de agua, el de los pequeños ganaderos. En la fuente pública situada en el centro de dicho espacio, entre la iglesia y el Ayuntamiento, los ganaderos Rafael Martín (25 años) y Sergio Vázquez (32 años), llenan varias garrafas de agua.
Preguntados por ello responden que no les queda otra que "buscar agua todos los días donde sea porque el ganado se muere y los manantiales de nuestras fincas se han secado". Ambos regentan dos pequeñas explotaciones familiares en Valdezufre y Cortelazor, respectivamente, donde crían cochinos, cabras o borregas, para los que necesitan entre 100 y 200 litros de agua a diario cada ganadero. Y aunque reconocen que llevan ya varios años de sequía, "este verano es el peor. Si no encontramos agua, nos veremos obligados a vender o sacrificar los animales, antes de que mueran de sed".
Paloma Samper, alcaldesa en funciones de este pequeño municipio con unas 300 personas censadas, pero en el que en verano viven unas 1.500, asegura que llevan ya "tres décadas con problemas de agua", por lo que "nos estamos acostumbrando a esta anomalía". No obstante afirma que "este es el peor verano", mostrándose convencida de que, además de la falta de precipitaciones, buena parte del problema está "en la carencia de infraestructuras y en que las que hay están obsoletas".
En realidad es "un cúmulo de circunstancias", añade, ya que "esto es como una gran orquesta en la que, por muy buen director que tenga, suena con cacofonía cuando falla alguno de los músicos".
Finalmente lamenta que "las peores consecuencias las pagan las familias más humildes, algunas de las cuales han visto como reventaba la infraestructura de fontanería de sus viviendas por los continuos y repentinos cambios de presión del agua".
María Teresa Rodríguez, alcaldesa de otro de los municipios más afectados, pone el énfasis en los tres veranos que Cala lleva con restricciones, subrayando igualmente que "éste es el peor". Según detalla, "hasta ahora habían sido de lunes a viernes y durante cinco horas, pero este año son de siete horas y de lunes a domingo".
Por el contrario, la primera edil de Cala, donde la población fija es de casi 1.200 personas, que se elevan un 15% en verano, prefiere poner el acento en "la concienciación" que están adquiriendo los vecinos, los cuales "avisan inmediatamente de las averías para que no se pierda agua", además de "adoptar medidas de ahorro en sus casas".
En este sentido, subraya que el Ayuntamiento también pone de su parte y, por ejemplo, este verano "afortunadamente hemos podido abrir la piscina gracias a un sistema de hibernación del agua que nos permite reutilizar la misma del año pasado".
Pero quizás, la lectura más positiva de todo esto es la que hace la alcaldesa en funciones de Cortelazor. Para Paloma Samper el problema "también puede verse como una oportunidad para reducir el consumo de agua e intentar adaptarnos a leyes de otros países europeos sobre la materia".
Se trata de una "reeducación" en la forma de consumir agua que pasaría porque "las administraciones pongan herramientas para que los vecinos puedan acceder a nuevas tecnologías que optimicen el consumo y la reutilización; y por la concienciación ciudadana". "No nos queda otra y poco a poco, gota a gota, se llena un océano".
En definitiva, para Samper es necesaria "una verdadera revolución hidrológica y de la cultura del agua" ya que "no podemos seguir usando las mismas herramientas que hace 40 años porque todo ha cambiado, y mucho, sobre todo el clima y el número de consumidores".
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