LVIII Goyesca de ronda

Arte de Morante y poder de El Juli

  • Morante, que derrochó plasticidad, y El Juli, pletórico como lidiador, salen a hombros. Perera no pudo acompañarlos al fallar con la espada.

Ficha de la corrida

Plaza de toros de Ronda

Ganadería: Toros de Zalduendo, de desiguales hechuras. De escaso poder y manejables en distinto grado; salvo el quinto, muy peligroso, y el sexto, complicado.

Toreros: Morante de la Puebla, de negro con pasamanería blanca. Media y descabello (silencio). Estocada (dos orejas). El Juli, de gris con pasamanería azabache. Estocada caída y trasera (oreja). Entera y descabello (oreja). Miguel Ángel Perera, de azul con pasamanería azabache. Pinchazo y estocada (oreja tras aviso). Pinchazo y descabello (vuelta tras petición y aviso con protestas a la presidencia por denegar la oreja).

Inicidencias: Plaza de la Maestranza de Ronda.  Lleno.

Ronda lucía sus mejores galas para su LVIII Goyesca, cita ritual en el mundillo taurino desde de que el maestro Antonio Ordóñez impulsara el evento con una fuerza excepcional y cuya organización, en manos de su nieto Francisco Rivera Ordoñez, vuela a gran altura. Ronda desbordaba alegría en sus calles y los aledaños de su asolerada plaza eran un hervidero de gentes llegadas de hasta más allá de nuestras fronteras.

Ya en la bicentenaria plaza, si la armónica asimetría de la Maestranza sevillana transmite paz, la vetusta piedra de la Maestranza rondeña me precipitó a cavilaciones taurinas de tiempos lejanos, como si un arcano singular nos hablara desde de este cercano Tajo inmemorial. Rememoración de los albores de la tauromaquia y Pedro Romero. Porque el espíritu de los Romero, precursores de la profesión de torero, pervive con fuerza en un ruedo legendario en el que ayer volvió a traslucirse la carencia de poder de los toros de nuestros días -con el tercio de varas convertido en casi todos los toros en simulacro-, en un espectáculo tras el que salieron a hombros Morante de la Puebla y El Juli  y en el que también rayó a buena altura Miguel Ángel Perera.

Morante convocó por momentos al espíritu de los Romero para hablarles de la inspiración del toreo sevillano. Sucedió con el cuarto toro, flojísimo, con el que dibujó dos verónicas bellísimas y un par de chicuelinas suaves y magníficas. El de La Puebla se inventó una faena gracias a su exclusiva calidad. Tras un comienzo de trasteo en el que el astado perdió reiteradamente las manos, el sevillano logró una serie con la cintura rota, en la que hilvanó los derechazos con armonía. Los chispazos artísticos volvieron loco al público, que coreó un molinete invertido o un trincherazo, auténticos carteles de toros. Con la izquierda sublimó el natural, especialmente en un muletazo muy suave y lentísimo. Con despaciosidad también entró en la suerte suprema para enterrar el acero y ser premiado con dos orejas.

No contó el que abrió plaza, bajo, cornidelantero, protestado por su invalidez y al que Morante lo finiquitó tras comprobar que no se tenía en pie en la muleta.

El Juli dio su medida de excelente lidiador, especialmente ante el quinto, un ejemplar con guasa, que de salida le arrancó el fajín en un lance. El madrileño no se arredró y realizó una faena plena de conocimientos y valor espartano, en la que aguantó varias coladas escalofriantes, metiendo el miedo en el cuerpo al público. Consiguió meritísimos pasajes con la diestra -mejor pitón del galafate-. Se tiró con contundencia en la suerte suprema y ganó a ley una oreja, pese a un descabello previo.

Ante el segundo, un animal sin entrega y con dificultades, El Juli anduvo con decisión y oficio, siempre con la muleta adelantada e incluso con ayudados para alargar el viaje del remiso astado. Los pases más asentados los dio con la diestra, especialmente en una serie ligada con un cambio de mano.

Miguel Ángel Perera no acompañó a sus compañeros debido al desacierto con los aceros, pero estuvo a importante altura. Ante su primero, flojito, la faena no cobró vuelo en cuanto a emoción hasta que entró en cercanías, atornilló las zapatillas y los pitones le lamieron la taleguilla. El extremeño volvió a cruzar la línea roja en unas manoletinas de infarto. Mató tras pinchazo y cobró una merecida oreja.

Al sexto, si se le exigía mucho, humillaba. Perera, con una decisión encomiable, se la jugó en la distancia corta, tanto en muletazos de mano baja como en otros larguísimos. No entró la espada a la primera y la presidencia negó el premio que solicitaba el público.

En la entretenida tarde, El Juli, como señor de la lidia, impuso su ley a su lote y Morante convocó ayer al espíritu profundo de los Romero para hablarles de la fantasía del toreo sevillano. Fue en Ronda, la plaza de los toreros machos... y también la de los artistas.

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