Toros

Diego Ventura, una oreja, roza su duodécima puerta grande

El rejoneador Diego Ventura cortó una oreja y se dejó la que hubiera sido la duodécima Puerta Grande de las Ventas en su carrera por culpa de fallar al matar a su segundo toro en el festejo ecuestre que echó el telón a la Feria de Arte y Cultura de Las Ventas. La gente le quiere y le espera como a pocos, sabedores de que Ventura siempre corresponde con entrega y espectáculo, gracias a su innegable dominio de todas las suertes y, sobre todo, por su carisma y amor propio de auténtico figurón del toreo a caballo, amén de su cuadra, cumbre, sin duda, una de las mejores que hay actualmente. Cosechó esta tarde, como es habitual en él, una soberbia actuación, pero, en esta ocasión, no pudo sumar otra Puerta Grande más a las once que posee en su palmarés en la Monumental madrileña por malograr en la suerte suprema su segunda faena al quinto toro.

Los gestos y aspavientos al término de su labor denotaban la rabia de un hombre al que no le gusta perder ni a las canicas, y que había puesto en esta tarde todas las ilusiones para seguir haciendo historia, algo que prueba la campaña de publicidad que ha llevado a cabo durante toda esta semana en la que su imagen ha servido de reclamo en distintas zonas de tránsito de la capital. Pero esta vez se quedó Ventura a un suspiro de la gloria, mas hay que destacar que la oreja de ley que paseó de su primer toro fue premio a una faena redonda, que entusiasmó de forma apabullante a los tendidos, y que sólo tuvo el lunar de la mala colocación del rejón de muerte. Una labor espectacular que ya empezó a calentar con los galopes de costado a lomos de Nazarí, llevando cosido al animal a milímetros de la montura. Soberbios también los quiebros en corto y piruetas en la cara con Pegaso, y un emocionante final sobre Remate en un par a dos manos y una rosa al violín. La plaza era una olla a presión, que se silenció de golpe al echar mano Ventura del rejón de muerte, que, ya está dicho, no cayó en buen lugar, y por eso cortó sólo una oreja, aunque la faena, por completa y rotunda, había sido de dos.

El quinto fue toro más mansurrón, buscando constantemente la huida y con poquito celo. El mérito de Ventura, además de vender increíblemente bien su espectáculo, fue el valor y lo mucho que arriesgó con sus equinos, especialmente con Nazarí, con el que salió trompicado en varias ocasiones al tener que llegarle (al toro) una barbaridad para clavar.

Los mordiscos de Morante, nada elegantes, sin embargo, conectan mucho con los tendidos, que volvieron a ponerse en pie para ovacionar una rueda de cortas sin irse de la cara con Remate en el epílogo. Y cuando más cerca tenía la Puerta Grande se lió a pinchar Ventura, perdiendo así la salida a hombros. Una pena.

Moura, hijo, llevó a cabo dos faenas de notable nivel, gustando sobremanera en los quiebros, batidas de pitón a pitón, y cambios por los adentros con Perera en su primero, y con las farpas también montando a Espartaco en el que cerró plaza. Pero, emulando a su padre, el gran Joao Moura, falló al matar. Bohórquez, por su parte, protagonizó sendas labores tan puras como frías. En ambas hizo alarde de un sentido y un dominio clásico de la doma, aunque sin llegar a calentar en ningún momento, con notables desigualdades como sus dos fallos, uno en cada todo, en el par a dos manos, su gran especialidad, y, sobre todo, su nulo acierto a la hora de matar.

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