Toros

Espartaco, que corta dos orejas, por la Puerta del Príncipe

  • El maestro, con solera en su primero y en plan espartaquista en el otro, triunfa en su retirada Borja Jiménez consigue un trofeo en su alternativa Manzanares, de vacío

De los balcones al tendido. De la calle con cera al ruedo con albero. Del bullicio de la Madrugá al No hay billetes el Domingo de Resurrección en el Templo del Toreo. De la Semana de Pasión a la pasión por el toreo desde tres vértices: la veteranía de Espartaco en retorno y retirada, la madurez de Manzanares con el añadido luto por su padre y la novedad por parte del alternativado Borja Jiménez.

Así transita, con naturalidad, Sevilla: del misterio de la fe al taurino.

Y al descorrerse el velo de este misterio nos encontramos con un Espartaco asolerado al que sacaron a hombros, por la Puerta del Príncipe, varios de sus compañeros tras haber cortado dos orejas -una a cada uno de sus toros- tras haberle cortado la coleta su padre -Antonio Ruiz Espartaco- y su hijo Juan. En tarde de emociones, Borja Jiménez cortó una oreja al sexto y Manzanares se marchó de vacío en un espectáculo que duró tres horas, largo metraje que no pesó en el público.

La corrida de Juan Pedro Domecq, de desigual presentación y juego, dio para todo, con varios astados de pobre cara y muy flojos -siendo devuelto el cuarto y sustituido por otro del mismo hierro-.

Espartaco fue el protagonista de la tarde. Había propiciado el No hay billetes y el respetable estuvo con él en todo momento, respetando su carrera en la que llevaba cinco salidas por la Puerta del Príncipe. Ante su primer toro dejó un par de verónicas y una media de altura. Brindó la faena a Curro Romero. Y además de su habitual temple, el espartinero se relajó y muleteó con gracia con la diestra. Con la izquierda dibujó un racimo de bellos naturales pisando los terrenos del toro que fueron deliciosos. Las salidas de la cara del toro y varios adornos dieron categoría a una faena de torero maduro, que disfrutó con lo realizado y que fue aplaudido en todo momento por un público entregado desde la primera ovación cerrada y de corazón en el paseíllo. Pinchazo previo a una estocada y una oreja.

Espartaco brindó a sus dos hijas y su hijo, en el tendido, su segunda faena al sobrero -el titular fue devuelto por inválido-. Resultó un toro complicado, al que calificó de "ca..." antes de la misma. Este último toro de su carrera, de nombre Cacareo, número 137, castaño bragao, de 550 kilos fue un pajarraco que acometió en principio con una colada escalofriante. Pero el maestro, con tesón y raza espartaquista, se fue imponiendo al animal en los tercios. Fueron muy meritorios y aplaudidos todos los muletazos logrados, jugándose el tipo en muchos de ellos. Mató de estocada y dos descabellos para conseguir su segundo trofeo.

Manzanares no tuvo suerte en su lote. Su primero, tras perder numerosas veces las manos, acabó por el suelo y el alicantino no tuvo opción al lucimiento.

El quinto, que acabó rajado, acometió a media altura. Manzanares supo sacar provecho, toreando con suavidad tras haber ganado terreno a la verónica. En la faena, muy larga y a menos, jugó muy bien la cintura y acompañó las embestidas, alargando los muletazos, en varias tandas. Tras una estocada, el toro no rodó. Sonó un aviso y el torero precisó de dos descabellos. El balance quedó en una fuerte ovación.

El joven Borja Jiménez, que tomó la alternativa, criado como torero en la casa Espartaco, concretó una labor voluntariosa con el toro de su doctorado, Embajador, número 162, negro, de 493 kilos, que brindó a su padre. El astado, noble, resultó flojísimo hasta el punto de que quedó aplomadísimo en la muleta.

El sexto, aunque sin clase, tuvo movilidad. Jiménez toreó bien a la verónica. Con la muleta, en los medios, con valor y arrojo se impuso en una faena que fue muy ovacionada. Mató de estocada corta y descabello para ganar una merecida oreja.

El cierre de la función fue sumamente emotivo. Tras el citado corte de coleta, varios diestros salieron del callejón -Liria, El Tato, Padilla, Salvador Cortés, Esaú Fernández, Lama de Góngora...- lo izaron y sacaron a Espartaco, con 52 años, el pelo blanco y las ilusiones intactas, por la Puerta del Príncipe -por sexta vez en su carrera- y recorrieron las calles de Sevilla, ya de noche, hasta llevarlo al Hotel Colón, donde se había vestido para este regreso y adiós triunfal.

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