Toros

Finito cautiva a Córdoba 30 años después

  • Lagartijo, que corta tres orejas, se reivindica como firme promesa de cara a la próxima temporada

  • Rocío Romero se estrella con un lote a contraestilo, pero muestra sus ganas de agradar

Finito y Lagartijo abren la Puerta de los Califas.

Finito y Lagartijo abren la Puerta de los Califas. / Juan Ayala

Emotividad sobre todas las cosas. La tarde se ha visto embargada por los recuerdos. Tal vez por la nostalgia también. Treinta años después, Los Califas se ha entregado a su torero. Han faltado muchos: los que se fueron, los que se quedaron en el camino, los que se desencantaron, los que se bajaron del carro. Pero da igual. Una vez más, el torero de Córdoba se ha visto arropado por su gente, los que se enamoraron de su toreo, de su empaque, de su estilo, de su ortodoxia. De los que desde primera hora le fueron fieles. También los reconvertidos, aquellos que se bajaron del carro en los momentos difíciles y que hoy se han rendido a la evidencia, convirtiéndose en fieles renovados.

Bonito ambiente el vivido este sábado en Los Califas. Sin lugar a dudas, una tarde que quedará para el recuerdo. A las cinco y media de la tarde, los cascos de los tordos caballos de los alguaciles pisaron el dorado albero. Los sones del himno de Andalucía sonaron en el ambiente. Se abrió la puerta de cuadrillas y los tres toreros de Córdoba, presente y futuro de una fiesta viva, partieron plaza a los compases del pasodoble dedicado al V Califa.

Las cuadrillas no rompieron filas cuando sonó el himno nacional. Luego el público, cariñoso con Finito, le hizo saludar. El torero cordobés invitó a compartir la ovación a los jóvenes que compartían cartel con él. La tarde se había iniciado con un bello preludio. Sonaron parches y metales. El toro, ese que no entiende de efemérides y celebraciones, saltó al ruedo. La corrida comenzaba de verdad.

Todo pareció desmoronarse con el juego del albahío llegado desde Los Romerales. Toro muy bien presentado, pero de muy pobre juego. Un animal descastado, manso, muy parado. En ocasiones dio la sensación de tener problemas de visión. La verdad es que el de Fuente Ymbro no colaboró y Finito solo pudo mostrar sus buenos deseos.

La desilusión comenzó a embargar el ánimo en los tendidos. En el cuarto, para fortuna de los asistentes, las tornas cambiaron. Finito salió desde primera hora a por todas. Con el capote recibió variado y vistoso a su oponente. Larga cambiada de rodillas en el tercio y saludo capotero de nivel , donde llegó a cincelar algunas verónicas sensacionales, templadas y puras, que remató con tres medias de alta nota.

Se lució Rafael Rosa con los palos, que torero de plata tiene Córdoba, y Finito compartió brindis entre su público y, como hace treinta años, con su padre. Lo que ocurrió después fue una síntesis de más de tres décadas de profesión.

El toreo fue brotando solo, sin artificios, de forma natural, marcando los tiempos, haciendo poco a poco a su oponente. La faena fue bella. Estética y poderosa a la vez. Por momentos sublime. Evocadora de muchas tardes triunfales y que este año, para gloria de la tauromaquia, se han revivido en más ocasiones. ¿Qué no fue una faena perfecta? Puede ser. ¿Qué no fue una faena compacta? Pues también. Pero ahí quedó. En las artes, y el toreo lo es, la perfección no existe. Solo es apreciable la belleza.

La faena que realizó Juan Serrano en su segundo lo fue y mucho. Hubo muletazos únicos por bellos, otros lo fueron por oficio. Los chispazos flotaban en una tarde para la nostalgia. Dos ayudados por bajo fueron dos pinturas dignas del pincel de Romero Ressendi. La rúbrica fue una contundente estocada. El toro tardó en doblar. Pero el suceso ya estaba consumado y cumplido. Las dos orejas fueron lo de menos, simple casquería, el objetivo estaba consumado. Finito gustó y se gustó a sí mismo. Como gritaron desde el tendido: 30 años de grandeza.

Antes del suceso del cuarto toro, Lagartijo mostró sus avales para reivindicar sitio en la profesión. Su primer enemigo fue un animal complicado, con muchos problemas que resolver. El nuevo Lagartijo no se afligió. Construyó un trasteo importante y a la vez mostró el oficio que tiene adquirido. La faena tuvo dos virtudes. Una el temple, algo que es natural y complicado, otra la capacidad de evitar que el novillo acabara en tablas. Al final acabó en novillero. Valeroso y toreando de rodillas. Su cruz, la espada, sí funcionó.

Dos orejas y triunfo importante que lo revaloriza para la próxima temporada. Otra oreja cortó a su segundo, por otro trasteo con oficio y buen gusto. Mejor por la derecha que al natural, tal vez tuvo que apretar más por el pitón izquierdo, pero Lagartijo se ganó, por derecho propio, un triunfo en una tarde única.

Rocío Romero no tuvo suerte. Sus novillos fueron a contraestilo. Su primero, manso y distraído, no se prestó al lucimiento. Con su segundo, un novillo grandón, no hubo acople. Aprovechó las inercias y dejó muestras de su voluntad de agradar. En esto del toreo ya se sabe: el hombre propone, Dios dispone y el toro descompone.

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