Toros

Rafaelillo malogra con la espada otra buena faena a un Miura

  • El murciano se encuentra con el único ejemplar con posibilidades del deslucido encierro

última corrida de la feria de san isidro de madrid TOROS: Cinco de Miura y uno de Valdefresno (cuarto), sustituto del primero de los titulares devuelto por inválido. La miurada, en tipo de la casa por volumen y aparatosidad de pitones, resultó descastada y con escasas fuerzas, salvo el primero, que embistió con nobleza y entrega por el izquierdo. El sobrero, feo y también descastado TOREROS: Rafaelillo de nazareno y oro: tres pinchazos y estocada delantera (ovación tras aviso); desprendida y descabello (silencio) Javier Castaño de nazareno y oro: dos pinchazos, estocada honda tendida desprendida y tres descabellos (silencio tras aviso); estocada tendida (ovación) Manuel Pérez Mota de grana y oro: estocada baja y descabello (silencio); media estocada baja (silencio) INCIDENCIAS: Trigésimo primer y último festejo de abono de San Isidro, con lleno en los tendidos en tarde calurosa. Entre las cuadrillas destacó en la brega Raúl Ruiz, que también saludó en banderillas como Fernando Sánchez.

Un año después, en la misma plaza y con la misma ganadería, Rafaelillo volvió a tropezar con la piedra que él mismo se puso en el camino del éxito, al fallar nuevamente con la espada después de hacerle una notable faena a un toro de Miura.

Igual que en la feria de 2015, logró el murciano torear con clase y calidad al natural a un ejemplar de la legendaria divisa, en este caso el que se lidió finalmente en primer lugar al correrse el turno por la devolución a los corrales del titular. Tuvo el miura un buen pitón izquierdo, lado por el que embistió con nobleza, entrega y recorrido, aunque, obedeciendo a la leyenda de singularidades de su estirpe, tuvo también un peligroso sentido por el derecho, por donde cogía moscas, como dicen los toreros.

La disyuntiva era tan evidente que Rafaelillo optó por basar toda su trasteo por el pitón bueno, por donde sacó muletazos de creciente hondura, temple, poso y naturalidad, a medida que él mismo se iba confiando y creyendo en las posibilidades de un toro tan desconcertante hasta que abrió el trasteo. Pese a ciertos altibajos, motivados por el afán del torero de acortar distancias, con la consecuente incomodidad del animal, la faena de Rafaelillo incluyó varios de los muletazos de mayor calidad de toda la feria, como fueron también los últimos, citando clásicamente de frente y a pies juntos.

Pero, como si le rondara la cabeza el recuerdo de sus fallos de hace un año, Rafaelillo tardó mucho en cuadrar al toro, sin ver nunca claro el lugar donde ejecutar la suerte suprema, para finalmente perderlo todo en tres entradas sin fe con el consecuente resultado de tres pinchazos anteriores a la estocada final.

Esa faena, la primera, fue la única reseñable de una tarde lastrada por la falta de raza y de fuerzas del resto de los toros de Miura, de estampa decimonónica y de juego amoruchado, y de un sobrero basto y sin cuello de Valdefresno que no desentonó.

Así fue el lote de Castaño, al que también la plaza de Las Ventas recibió con una fuerte ovación tras haber superado un cáncer testicular en los primeros meses del año. Y así fue igualmente el dúo que sorteó Pérez Mota.

Castaño intentó con oficio asentar y suavizar los cabezazos defensivos y las protestas de los suyos, aunque sin mayores logros, mientras que Pérez Mota, menos rodado y poco habituado a esta divisa, puso también un empeño vano en sacarles algo más que una media arrancada, por mucho que el sexto hiciera creer en varas lo que luego no fue en la muleta.

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