Efemérides taurinas

Veinte años del último Domingo de Gloria

  • El 23 de abril del año 2000 hizo Curro Romero su último paseíllo en Domingo de Resurrección

  • Su última tarde en Sevilla fue el martes de Feria de 2000 con Curro Vázquez y Finito de Córdoba

Curro Romero toreando en la plaza de toros de la Maestranza.

Curro Romero toreando en la plaza de toros de la Maestranza. / Antonio Pizarro

Estábamos en el 23 de abril de 2000 y, como hoy, amanecía Domingo de Resurrección para que los clarines sucediesen a las cornetas y los tambores y se abriesen las puertas del primer templo de Tauro, pero también para que apareciese en carne mortal el torero de Sevilla. Tras un invierno de no saberse por dónde andaba, Curro Romero aparecía por Iris vestido de verde y oro. Un Domingo de Resurrección más hacía el paseo el Faraón de Camas, pero qué lejos estábamos de pensar que iba a ser su último Domingo de Resurrección vestido de seda y oro.

Aunque el invento nació a finales de los sesenta, casi siempre para dar la alternativa a novilleros como Antonio Barea, Rafael Torres, Marcelino, Antonio Alfonso Martín y Pepe Luis Vargas, desde 1981 toreaba ininterrumpidamente en este luminoso domingo de inicio de temporada. Sólo en 1992 se quedó fuera de ese cartel para hacerlo al día siguiente, 20 de abril, en que se inauguraba la Expo, pues el irrepetible Diodoro Canorea había dado con la piedra filosofal con la que convertía en oro una fecha de plomo, de muy poco brillo.

En ese 2000, umbrales del Siglo XXI, habían fallecido dos personas de honda significación en la historia de Curro Romero. Se había ido el 2 de enero en Lanzarote su partidaria más principal, la madre del Rey, aquella Doña María que se bebía los vientos por su torero y que en este día nunca dejaba de ocupar su sitio de preferencia en la Maestranza. La otra ausencia se daba en el callejón, ya que Diodoro Canorea había fallecido el 28 de ese mismo mes en su domicilio de Plaza de Cuba.

Conviene resaltar el significado que Canorea tuvo en la carrera de Curro, pues existe una pregunta sin respuesta que es la de qué hubiera pasado sin Diodoro al mando de los destinos de la plaza de toros de Sevilla. ¿Hubiera cualquier otro empresario insistido en mantener en los carteles a un torero que se pasaba ferias y ferias sin que las cosas le saliesen?, ¿hubiera querido otro empresario darle el voto de confianza un año más sólo gracias a una media verónica?

Lo cierto es que aquel Domingo de Resurrección no estaban ni Doña María ni Diodoro en la plaza, pero sí Curro Romero, que encabezaba cartel en compañía de la primera figura del escalafón y del torero que se presumía iba a suceder al camero en las preferencias de Sevilla. Y de verde, siempre de verde, y oro iba nuestro hombre junto a Enrique Ponce y un jovencísimo José Antonio Morante Camacho, Morante de la Puebla en el mundo. La tarde dio poco de sí, lo habitual en una corrida que solía pasar de la expectación a la decepción. Los toros onubenses que José Luis Pereda trajo de La Dehesilla no dieron opción al triunfo y a Curro le quedaban tres tardes más en aquella Feria del año 2000.

En el año taurino hay tres corridas especiales. Una es la de la Beneficencia en Madrid, otra la Goyesca de Ronda y la del Domingo de Resurrección en Sevilla, pero la trascendencia de esta última arranca en 1981. Ha salido un novillero de dinastía que tiene encandilado al toreo, un príncipe llamado Pepe Luis Vázquez destinado a suceder al legítimo Rey de Sevilla. Para tan alta ocasión de darle la alternativa vuelve su tío Manolo Vázquez para que el Rey testifique. Ahí es donde el Domingo de Resurrección cobra la importancia que conserva hasta nuestros días.

Y en su cartel, siempre Curro, y más alternativas. Va doctorando a Lucio Sandín, Julio Aparicio, Martín Pareja Obregón y Manuel Díaz El Cordobés para una sucesión de carteles muy rematados que hacen que vaya in crescendo la importancia del Domingo de Resurrección. Y aquél del año 2000 iba a ser el último, pero Curro haría tres paseíllos más en su plaza. El 27 de abril, jueves de preferia, mataba la corrida de Gabriel Rojas con Manzanares y Pepe Luis, el domingo, la del Capea con Ponce y Finito de Córdoba para que el 2 de mayo, martes de farolillos, toreara por última vez en la Maestranza una corrida de Juan Pedro Domecq con Curro Vázquez y Finito.

Estaba anunciado en septiembre, pero los contratados, que eran Curro, Manzanares, Rivera Ordóñez, Morante y Emilio Muñoz fueron mandando partes facultativos, hubo la confrontación con los herederos de Canorea, aquel rotundo “no me arrastraré como una caja de pescado” y todo acabó un mediodía de octubre en una plaza de carros aguas arriba del mismo río que baña el rincón donde nació.

En estos veinte años, el reconocimiento a lo que significó y sigue significando no ha cesado. En 2002 le levantaron un monumento junto a su plaza, la Universidad le dio dos homenajes, fue recibido como académico de la de Bellas Artes de Sevilla y el 28 de febrero recibió la mayor condecoración para un andaluz, la Medalla de Andalucía.

Casado felizmente con Carmen Tello ve pasar la vida en su casa, a un naranjazo de donde nació. Anda a machetazos y ganándole la batalla a un cáncer de garganta, con lo que le gusta no salir de casa el confinamiento por la pandemia lo tiene en la gloria y “ahí ando, toreando de salón a los muebles”, le decía al Paula el otro día. Hoy hace veinte años de la última vez que el Domingo de Resurrección significaba para el currismo reencontrarse con la gloria.  

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