Toros

La espada 'castiga' dos faenas de Castella y Manzanares

  • Francés y alicantino dejan en el cierre de la feria sevillana de San Miguel dos grandes faenas no rubricadas con los aceros

plaza de toros de sevilla Ganadería: Toros de tres hierros distintos: tres de Olga Jiménez -primero, segundo y quinto-; dos de Hermanos Sampedro -los descarados tercero y cuarto- y uno -el sexto- de Hermanos García Jiménez, presentados muy desigualmente. Los mejores, el dulce y rajado primero pero, sobre todo, el boyante quinto. Tercero y cuarto resultaron exigentes. Segundo y sexto fueron los peores. TOREROS: Sebastián Castella: dos orejas y gran ovación. José María Manzanares: silencio tras aviso y oreja con fuerte petición de la segunda. López Simón: silencio y palmas. INCIDENCIAS: La plaza registró tres cuartos largos de entrada en tarde muy calurosa.

El excepcional trasteo dictado por José María Manzanares a un excelente ejemplar de Olga Jiménez marcó ayer la diferencia en Sevilla en una tarde que también contempló la mejor versión de Castella, que cortó dos orejas a su primero, aunque la espada le acabaría cerrando la Puerta del Príncipe en el cuarto.

La historia se habría contado de otra manera si la espada de Castella hubiera entrado a la primera al pasaportar al cuarto. Estaríamos hablando de una Puerta del Príncipe pero, pese a la dictadura de los números, el titular seguiría perteneciendo a José María Manzanares, que dictó un faenón antológico ante el excelente quinto de la familia Matilla.

Hacía tiempo, mucho tiempo que no se veía rugir así al público de la Maestranza. Es difícil ubicar en el molde estrecho de una crónica la espiral de muletazos hondos, empacados, naturalmente compuestos y perfectamente armonizados que basaron la gran faena de Manzanares.

Los cambios de mano, los largos pases de pecho acompañando al toro con todo el cuerpo fueron los nexos de esas series que volvieron a revelar al gran torero en la plaza que más y mejor le han visto.

La mano izquierda también funcionó con generosidad pero la espada, montada en la suerte de recibir, no entró a la primera. En el segundo encuentro enterró el acero hasta los gavilanes pero la presidencia, en una decisión difícil de comprender, se empeñó en negar el segundo trofeo.

Pero la tarde dio para más. Castella había logrado poner alto el listón al desorejar por partida doble al dulcísimo y rajado primero. Ese aire mansito, que le confería enorme calidad en la muleta, resultó ser también su primer defecto porque si no hubiera amagado con marcharse a las tablas habría sido de revolución. En cualquier caso, Castella supo torearlo con mimo y temple exquisito. El toro se rebosaba en las suertes con una calidad infinita que el francés aprovechó en una faena preciosista, reunida y hasta imaginativa que reveló sus mejores registros y, de alguna manera, le reconcilió con la propia plaza.

Había demostrado que no había venido a pasearse: la portagayola inicial había estado seguida de excelentes verónicas y un original quite por cordobinas que pusieron a la gente alerta. Después de la estocada cortó dos orejas con toda justicia mientras el público barruntaba la Puerta del Príncipe.

Pero la mítica puerta se quedó cerrada. El fallo a espadas con el duro y exigente cuarto de los Hermanos Sampedro le impidió cruzar a hombros bajo el mítico arco de piedra.

López Simón se marchó de vacío. Sorteó en primer lugar uno de los cornalones ejemplares que había enviado Fernando Sampedro sin lograr despojarse de cierta tristeza ambiental. Ese animal lo quería todo por abajo y Simón llegó a meterse con él antes de que echara el freno.

El sexto, que caminó a su aire y desparramando la vista, no le dio opciones. La verdad es que pasó como una sombra.

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