Verano

Noches de bohemia (y de talento)

Si un olor nos recuerda a un tiempo que ya pasó o a un lugar donde estuvimos, la música, envuelta en la magia de las notas de un pentagrama tienen, igualmente, la virtud de trasportarnos a paisajes urbanos, a ciudades donde esa música se hace leyenda. Así, el jueves Michel Camilo nos acompañó al Preservation Hall de Nueva Orleans o a cualquier rincón de La Habana. El de República Dominicana es un auténtico portento de la interpretación pianística, del jazz y de los sones caribeños, y nos dejó con su concierto momentos memorables, aunque, a decir verdad, los momentos fueron sólo uno. Esto es: el recital entero fue un auténtico derroche de musicalidad, de cambios de ritmos frenéticos, donde los tres músicos (Camilo más Flores y Prieto) se convertían en uno en pos de una armonía excelente que llevó una carrera imparable, con Michel en maestro demostrando sin dobleces porqué es uno de los mejores intérpretes del momento.

Por si fuera poco, el dominicano ha sabido buscar una compañía de lujo para sus conciertos. Los cubanos afincados en Estados Unidos, Charles Flores y Dafnis Prieto, casi fueron capaces (y ya es difícil) de eclipsar al maestro. Y es que hubo solos de batería y de contrabajo donde la respiración del público que llenó por completo el aforo del Alcázar, quedó cortada. Flores se abrazaba a su contrabajo, bailaba con él, le sacaba notas imposibles, soltaba el arco, punteaba con los dedos, volvía al arco, cumplía con las cuerdas gesticulando, sintiendo la música mientras Camilo y Prieto asentían con la cabeza, sonriendo ante las facultades rotundas del cubano. Pero es que con Dafnis Prieto la cosa fue aún más colosal. A ratos con las baquetas, a ratos con las escobillas, el otro cubano que cerraba el trío improvisaba a golpe de genialidad. Se imbuía en su propio eco, tomaba aire como si fuera Caquino Hernández o Winston Marsalis. Pero no, Dafnis no tocaba la trompeta, tocaba la batería y la exprimía mientras, cómo no, el simpatiquísimo Michel Camilo, negaba incrédulo sentado al piano ante el virtuoso de Santa Clara, como si fuera la primera vez que lo escuchaba tocar.

Todo el concierto fue así, intenso, con Michel Camilo entregado, mostrando una interpretación vertiginosa, alimentada por el jazz, pero sin perder vista el swing y el ritmo del Caribe, que no es sino el fiel reflejo de la personalidad del músico. Porque, talento al margen, a Michel Camilo hay que agradecerle algo siendo pianista: su sencillez. Aquí, el maestro quiere el protagonismo cuando es ineludible. Es un dios, pero no es un divo. Presentó varias veces a sus compañeros de escenario y, por dos veces, (¿cuándo se ha visto eso?) agradeció las ovaciones volviéndose hacia el público aun cuando la música se encontraba en su punto álgido y estaba apunto de atacar el teclado de nuevo.

Al finalizar el concierto, al filo de las doce de la noche, el pianista dio las gracias a Jerez y dijo que esperaba volver más veces. Dijo también que había sido una noche maravillosa. Y vaya si lo fue, aunque uno siga sin entender, un día después, cómo se puede tocar el piano así y tener tiempo para sonreír al público sin perder la concentración. Michel Camilo fue dios durante un rato y tuvo la virtud de llevarnos a dar un paseo por sus dominios.

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