A tiza

Pilar fuertes

Lo lejos que está eso

A Sevilla le ha sonado aquello lo mismo que la Feria en el Charco de la Pava: muy lejos. Y lo mismo que a un trianero cruzar el puente camino del centro: el extranjero.

Por más que le quieran contar a los sevillanos que les espera un ambientazo, la mayoría se ha quedado como si nada. Sevilla tiene ya ambientación de por sí como para que le haga falta una cosa a la que parece llegarse pasando un calvario: autobuses, pasarelas, colapsos de coches a los que les cierran de pronto un parking insuficiente...

Lo mejor que tuvo la Expo del 92 es que los sevillanos dejamos de abrir la boca como catetos. Hasta que se inauguró la Expo nos habíamos pasado la vida con el ohhhhhhh!!! del asombro. Volvíamos de Madrid y eso era volver de la capital habiendo visto los scalextrix, las grandes rotondas que aquí no había, los altísimos edificios como los de la Gran Vía, las torres de Rumasa...

Por mucha Sevilla que nos pareciera entonces, no éramos otra cosa que los atascos de la calle Castilla para entrar desde Huelva, no significábamos más que una gira por provincias, como nos llamaba la gente del teatro. Después de seis horas de Talgo aparecíamos en Madrid con la misma cara de cazurros que Paco Martínez Soria en La ciudad no es para mí, como si cargáramos con la maleta de cartón y la gallina al brazo, que es como también llegó la inolvidable Reme de la genial Lina Morgan desde Piedrasosa hasta el Hostal Royal Manzanares.

Ya no hay lago que nos impresione. ¿Quién nos puede venir ahora con milongas de agua y surtidores después del Lago de España, después de ser testigos directos del milagro que ocurrió cada noche, una detrás de otra, durante los seis meses de la Exposición Universal?

Quedó imborrable la inmensa lámina del agua, el croar de las ranas, el cantar de los grillos, la música de José Nieto, el láser flamenco de una guitarra con cuerdas verdes de Andalucía, el chapoteo del caballo blanco por sevillanas, el saludo de Curro y los altos fuegos de aquella gloria efímera celebrando que ya no íbamos a ser más un pueblo a fin de cuentas?

Aquello está muy lejos, ni siquiera se llama Sevilla. Y remedando al torero que andaba por el norte pasando la temporada, todo queda lejos de Sevilla, nunca es Sevilla la que está lejos, porque como él dijo Sevilla está donde tiene que estar. Cualquiera sabe si tanta traca de ahora no acaba donde siempre temimos las ruinas: debajo del puente.

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