Puede que todo empezase el día que un alumno tuteó al maestro sin consecuencias, sin que lo pusieran de cara a la pared o recibiese cualquier tipo de reprimenda. Y la cosa hizo metástasis y ya apenas queda el que le dé a su preceptor el tratamiento debido. Quizá fuese la primera piedra para el descomunal edificio de zafiedad y de mala educación que hemos levantado entre todos. Una zafiedad que encuentra su hábitat natural en redes sociales como hilos conductores de la cosa. Hilo que permite el insulto o la descalificación a quien no te conoce de nada por el simple motivo de pensar distinto, de que tu opinión y la suya no coincidan. Antañazo, la guasa se producía entre gente cercana con la confianza como base para la broma. Y lo más grave es que la ola ha llegado a la clase política, la peor que hemos conocido.