Sevilla

El purpurado que modernizó la gestión y la administración de una diócesis histórica

  • Retrospectiva de los 27 años de Carlos Amigo Vallejo como Arzobispo de Sevilla

Fraile desde 1960 y acostumbrado a mandar desde los 33 años. Tan pastor como gobernante. Tan franciscano como cardenal. Tan enérgico, tremendamente enérgico, como de interminables conversaciones afables. Ha recibido al final de la escalera palaciega de Leonardo de Figueroa a gente de toda condición: políticos de diferentes ideologías, representantes de gays y lesbianas, reclusos, cofrades, sindicalistas, aristócratas, artistas, etcétera; no ha dejado de negociar en ningún momento con los gobiernos socialistas de Manuel Chaves, ha casado a una Infanta de España y se ha abrazado una y otra vez con Javier Arenas.

Su contundente homilía con motivo del funeral de Alberto Jiménez Becerril y su esposa el 31 de enero de 1998 marcó un hito en su pontificado, dejando en evidencia a algunos ambiguos obispos del Norte. Sus declaraciones en contra de la guerra de Irak y sus palabras de “comprensión” sobre las causas de la huelga general de 2002 escocieron y mucho al gobierno nacional del PP. Genio y figura. Valiente y calculador. Conoce las claves de la ciudad mejor de lo que muchos creen. Vendió San Telmo y levantó un nuevo Seminario Metropolitano y 30 parroquias.

Su pontificado, que finaliza tras 27 años, trasciende mucho más allá de cuitas con hermandades o de vistosas y rimbonbantes coronaciones. Monseñor Amigo ha ejercido desde Sevilla de referente mediático del clero en toda España en no pocas ocasiones. Indiscutiblemente le ha sabido sacar partido al peso histórico de la cátedra de San Isidoro. No tuvo la misma suerte a la hora de alcanzar la púrpura. Más de veinte años tardó en sumar al título de arzobispo deSevilla el de cardenal de la Iglesia Católica, que no conviene olvidar que es de carácter eminentemente personal y no vinculado a la urbe por mucha tradición que exista.

Con el paso de los años, la ciudad se encargó de recordarle, metiéndole el dedo en la herida, la demora en alcanzar el cardenalato a quien ha tenido dos veces a Juan Pablo II como huésped en su Palacio Episcopal (1982 y 1993).

Entró en Sevilla una tarde de calor. Lo hizo entonces sin su secretario, el hermano Pablo Noguera, que en pocos años se convertiría en su figura inseparable. Su llegada coincidió con la consolidación de las reformas del Concilio Vaticano II y la promulgación de un nuevo Código de Derecho Canónico. Monseñor Amigo tuvo que poner en marcha una profunda modernización de la gestión de la diócesis. Con él entraron los primeros ordenadores en el Arzobispado.

Con él desapareció el organigrama, excesivamente burocratizado quizás, de las vicarías sectoriales para pasar a operar con las vicarias territoriales. De funcionar con vicarios metidos en los despachos de Palacio y con tareas asignadas según los colectivos, se pasó a vicarios trabajando in situ: dos en Sevilla capital y cuatro repartidos por el resto de la diócesis.

Sus tres primeros nombramientos fueron los siguientes: Antonio Domínguez Valverde, vicario general; Antonio Alcalde, vicario de religiosos y Manuel Benigno García Vázquez, secretario general.

Ellos tres fueron los pilares de la gran reforma administrativa que necesitaba la diócesis para su puesta al día. Fueron días de interminables reuniones del Consejo Episcopal, incluso celebradas fuera de Sevilla en alguna ocasión, para trazar el nuevo organigrama palaciego y los criterios de trabajo.

Con monseñor Amigo se pasó de la figura del antiguo secretario-canciller a la del actual secretario general, equivalente a un secretario general técnico de una Consejería de la Junta de Andalucía. Para este cambio sustancial se inspiró en la reforma que Pablo VI emprendió en la diócesis de Roma.

Monseñor Amigo contó en su primer mes en Sevilla con Ángel Gómez Guillén (actual prefecto de Liturgia de la Catedral) como secretario personal. Ambos recorrieron aquel caluroso julio de 1982 todas las parroquias de la diócesis. El nuevo arzobispo debía y quería conocer cuanto antes y de forma directa a todos los sacerdotes. Poco a poco se fue haciendo con un equipo de estrechos colaboradores.

Este pontificado de 27 años se caracteriza por la gran reforma en la gestión económica de la diócesis. El papel clave lo desempeña el entonces secretario general, García Vázquez, hombre de cuyas envidiables relaciones con el poder socialista de la Junta se ha beneficiado y mucho la Iglesia de Sevilla.

Los canónigos se convierten en poco tiempo en los principales colaboradores del obispo para muchas tareas. Otros dos buenos ejemplos son Juan Garrido Mesa y Francisco Navarro. Éste último define el criterio de actuación del purpurado hispalense: “Cuando monseñor Amigo escoge a un colaborador, jamás lo deja tirado y jamás hace algo para que sienta incómodo. Se ha visto estos últimos años con Garrido en la obra de restauración del Salvador.

No es de extrañar su éxito en la elecciones de los colaboradores porque él es sin duda la persona que mejor conoce a todos los curas de Sevilla”. Atrás quedan aquellos conflictos de otros períodos históricos, cuando el Cabildo ejercía de oposición al prelado en muchas decisiones.

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