República de las Letras

Ser español

Es lo que quieren que pensemos los que insultan o linchan en efigie a la segunda autoridad del Estado

Siempre he pensado que el nazismo fue posible en Alemania porque tenía alguna suerte de correspondencia con la mentalidad alemana del momento. Era imposible que tanta gente pensase de igual forma y aplicase tal grado de odio y de saña con, por ejemplo, los judíos, si no era porque la ideología que impulsaba tan repulsivas acciones formaba parte de la mentalidad o de la idiosincrasia de esa gente. Lo mismo se puede decir, en España, del franquismo. ¿Cómo fue posible Franco? Pues porque respondía a una forma de ser española que se impuso por las armas a las otras formas también españolas.

En la España actual estamos asistiendo –asistiendo digo, porque la inmensa mayoría no participamos– a un proceso de descomposición de la política. La política no solo es necesaria: es imprescindible. Por medio de la política se buscan soluciones a los problemas de las pensiones, la vivienda, la justicia, la educación, el comercio, la agricultura… Todo pasa por la política y depende –todos dependemos– de la política: todo es política, decía un amigo no hace mucho. Y es cierto.

Pero si la política se descompone, si los políticos, en vez de resolver los problemas, se dedican a emponzoñar la convivencia y a complicar aún más la vida del país, uno puede pensar que se puede prescindir de ellos, que la política no sirve. Y ese es campo abonado para las ideologías de extrema derecha. Eso es lo que quieren que pensemos los que, por ejemplo, insultan a la segunda autoridad del Estado, el presidente del Gobierno, o lo linchan en efigie en una calle de Madrid. Odio disfrazado de libertad de expresión. Los sembradores de odio responden a aquella parte de nuestra mentalidad, de nuestra idiosincrasia, de nuestro inconsciente colectivo –llámese como se quiera– que pretenden imponer sus formas –no me atrevo a decir si tienen ideología– a los demás por la fuerza. Son los de las líneas rojas. Esas líneas rojas que suponen sendas mordazas para quienes no piensan como ellos. Incluso esos que se dicen liberales y sin embargo se asocian con ellos en ayuntamientos y comunidades autónomas con tal de gobernar, participan también de esa ansia de represión sobre sus semejantes que piensen diferente. Todo esto se manifiesta en insultos, desinformación, bulos, denuncias sin pruebas… La gente normal, del montón, no participamos en eso. Lo reprobamos. Y la forma de corregirlo es el voto. Es la democracia.

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