Programación Guía de la Feria de Jerez 2024

Anécdotas del Jerez

Pámpanos bajo 'la calor' de agosto

  • Las 'nurses' inglesas, caprichos del lenguaje, un Domecq sedente y la vendimia de Sorolla

 Ahora que andamos casi arrastrándonos por el fuerte lorenzo, qué mejor que entretenernos con  esas pequeñas historias de agosto que ha dado el mundo del vino de Jerez en este tonto preámbulo a la vendimia. Y allá vamos.

Las institutrices

Era por el mes de agosto y sobre Jerez caía plomo derretido. Al llegar la tarde, la señora de la casa ordenó a la institutriz, miss Theresa Roche, llevase los niños a la Alameda ya que se sentía una  brisa fresquita llegada del mar. En esto estaban cuando se oyó un raro silbido que procedía de la calle.

-Ya está ahí mi amor.

La señora preguntó a miss Roche qué había visto en aquel tipo que la traía mochales.

- Ah, tener buen tarugo.

Quiso decir la inglesita que el tal pretendiente tenía  buena madera, y no era de extrañar pues se dedicó a la carpintería de blanco, oficio en el que, por su formalidad y aplicación, lograría un gran porvenir.

Nos lo ha dejado escrito Rodrigo de Molina: Aquellas inglesitas e irlandesas que se vinieron a enseñar el idioma de Shakespeare, todas venidas a las órdenes de grandes familias vinateras y que nunca llegaron a dominar el castellano, dejando patria, familia e ilusiones, cumplieron en Jerez una labor muy estimable en la sociedad, formando a una juventud seria y responsable e imponiendo, eso sí, unos métodos de rectitud y orden. Muchos nombres de aquellas institutrices o ‘nurses’ quedaron unidas estrechamente a los de las familias jerezanas y así han pasado a la historia respectiva los de miss Frances Spencer, miss Shutteworth, miss Johnston,  miss Page y tantas otras. Una de ellas, famosísima,  fue miss Mary Agnes Byrne, que llegó a cumplir cien años en 1971. Había llegado a Jerez recomendada, nada más y nada menos, que por las Ursulinas de Brentwood para cuidar de las siete niñas de El Altillo, las ‘altillanas’ Casilda, María, Pepita, Margarita, Blanca, Mercedes y Livia. En su venerable ancianidad, fue atendida con el mayor mimo por Margarita González Gordon, madre de las niñas.

Más reciente fue miss Thomas,    menudita de cuerpo, pizpireta, siempre con su paraguas y un libro en la mano. Llegó a Jerez para prestar servicio con los Guerrero, luego estuvo con la familia Pardo, ocho niños para educarlos y enseñarles inglés, tres con el apellido De Chávarri, y ocho con el de Pardo,  por ambas nupcias de doña Luisa Domecq González.

Como todo inglés afincado aquí, adoraba Jerez, le encantaba. Y como todo inglés también, jamás dominó el castellano, tergiversando palabras, modos, géneros... Pero en esto de decir disparates nadie ganaba a Peter MacKenzie, de familia vinatera escocesa, al que los jerezanos les divertía oírlo hablar. Se cuenta de él que, en una ocasión, fue invitado a un té-merienda y, al serle ofrecidas unas pastas, las rechazó:

- Yo, de tragar, nada. Estar hasta las trancas. Hoy comerme una polla fría  en pepitoria y agua pasada por huevo. Si me dan un té muy cargado, eso sí tomar.

México y jerez

Claro que en esto del lenguaje y sus variaciones, en el mundo del jerez andamos sobrados: En México, por ejemplo, pedir una ‘polla’ en un bar es algo natural y popular. No se asuste nadie: Enseguida le servirán una bebida hecha con jerez, azúcar, canela en polvo y yemas de huevo. La mezcla se bate y se sirve con hielo, algo sugerente para combatir esta maldita calima.

También es muy común pedir ‘una polla con dos huevos’ en cualquier lugar de México y recibir el exquisito y refrescante tónico. Esto es lo que aquí llamamos un ‘candié’, esa conocida combinación de jerez semidulce, azúcar y una yema de huevo. 

Esto provoca situaciones curiosas en uno y otro país, nos dice José Luis Jiménez, “pero de esta forma se verifica que el consumo  de jerez en México era algo habitual. Como también es tradicional el uso del dicho popular entre los mexicanos de ‘Botellita de Jerez, todo lo que me digas será al revés”.

ELMARQUÉS SEDENTE 

Tres son las cabezas que mayor tiempo han soportado y soportan estos sofocos de verano: la estatua ecuestre de Primo de Rivera, el busto de Rafael Rivero y, por supuesto, el monumento sedente de don Pedro Domecq Núñez de Villavicencio, primer marqués de Domecq, título que le fue otorgado por la vía papal de Pío X en 1906.  Muchas personas, incluso de Jerez, contemplan hoy el monumento sin saber muy bien de quién se trata.

Pedro Domecq había nacido en Jerez y destacó en el mundo del vino. Pero su entrega caritativa hacia los más pobres le granjeó enorme popularidad. En el  conjunto escultórico, el marqués aparece en lo más alto del pedestal, sentado en un gran sillón y vestido con un terno (pantalón, chaleco y chaqueta). En la parte inferior del pedestal aparece el escudo familiar del ‘Domecq oblige’, y a su espalda, la dedicatoria de la ciudad: ‘Jerez, a su esclarecido Hijo el Marqués de Casa Domecq’.

En los laterales de la parte inferior hay dos altorrelieves, uno de ellos que simboliza la alegoría de la caridad, representado por dos bellas mujeres con velo que desprenden a sus espaldas haces de rayos de luz celestiales. El otro altorrelieve es una alegoría a la enseñanza cristiana,  dada la relación familiar con los Hermanos de La Salle, en cuya venida a Jerez fue providencial el padre del marqués, Pedro Domecq y Loustau, inventor ‘por accidente’ del brandy y primer Domecq casado con una española, Carmen Núñez de Villavicencio. El marqués falleció en ‘ElMajuelo’ en febrero de 1921. 

El monumento fue obra del escultor de Marchena Lorenzo Coullaut Valera, uno de los mejores del momento, que también realizó el monumento a Bécquer en el parque de María Luisa de Sevilla y el de Cervantes en Madrid. 

‘TERRIBLESMÁQUINAS’ 

En fin, que entre una cosa y otra, aquí andamos a las puertas de la vendimia y sus días felices. Cada año, se renueva en Jerez el milagro de su vendimia. El acontecimiento traspasa fronteras: Muchísimo se ha escrito sobre la vendimia jerezana. También se ha pintado: Imagino las calores por las que pasarían  Salvador Viniegra, López Cabrera o el gran José de Montenegro para perpetuar en sus lienzos por esos campos de Dios la recolección de la uva. O el mismísimo Joaquín Sorolla, otro enamorado de Andalucía, que vino en 1914 a Jerez  y se alojó en la mansión de ‘El Cuco’ de Pedro Nolasco González. El valenciano nos dejó unos diez bocetos al óleo -aunque el proyecto inicial era otro- que se conservan hoy día en la Casa Museo de Sorolla en Madrid.  

Pero, ¿mucho ha cambiado la vendimia desde entonces? Totalmente. La modernización de la recogida que ha impuesto el progreso no es cosa nueva. En 1886 los vinateros ya se lamentaban en otro día de horrible calima: 

-“Seiscientas sesenta y seis pesetas nos cuesta cada año sacar adelante una hectárea de viña. La hectárea produce 24 hectolitros de vino que, al precio de 30 pesetas, son setecientas veinte pesetas. Quedan, pues, cincuenta y cuatro pesetas para nosotros. ¿Qué hacemos?”.

El dilema es tajante: O las viñas producen más o hay que subir el precio del vino. “Podríamos utilizar abonos fosfatados y potásicos y la viña daría 40 hectolitros... O podríamos subir el precio del vino... 35 reales la arroba está bien... Bajarlo sería una locura...”

También cabe el recurso de las máquinas, las primeras, las ‘terribles máquinas’ del campo. Don Rafael, don Pedro o don  Ramón Guerrero han traído ya sus guadañadoras Wood para segar la zulla de flores azules. Esta es la solución de don Manuel José Bertemati en la dehesa de Campano, propiedad de su suegro, el viejo marqués de Misa. “Pidamos aparatos de vapor para desfondar la tierra”, se escribe pomposamente. Adivinamos -añadía José de las Cuevas- los negros artefactos llenos de humo, el humo del progreso y, sobre la carrasca y el lentisco florido, las enormes McNeils de vapor para desfondar terrenos y plantar viñas con cepas de Burdeos... Total, la antesala de la maquinaria: Hoy día, y el dato es espeluznante, las máquinas recogen casi el 60% de la cosecha.    

Y como en la feria, cada uno lo cuenta según le va. El ‘abogado del Sherry’ en Inglaterra, Julian Jeffs, que trabajó en una bodega de Jerez durante ocho meses, dejó escrito al lector anglosajón sus sensaciones sobre la antigua vendimia: “La vendimia es una labor dura pero, al mismo tiempo, se puede pasar muy bien. Recuerdo la vendimia de 1956. Los harapientos vendimiadores se sentaban juntos y charlaban mientras tomaban gazpacho; muchos eran gitanos y, de repente, los gitanos comenzaban a cantar y bailar flamenco en los patios. Todo era muy natural y eso era lo bonito. Gitanas ágiles y hermosas, con mantoncillos, bailaban girando y dando vueltas por puro placer, mientras las uvas recién recogidas estaban afuera, en el suelo, cubiertas con un redor de esparto para protegerlas del rocío del amanecer. Los gitanos no se preocupan por nada, pero el viticultor vive en la incertidumbre...” 

Lo que ocurre es que ahora, con la que está cayendo, ya no está el cuerpo para bailar... ni para cantar ni demás historias.

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