Desde la ciudad olvidada

José Manuel / Moreno / Arana

Los retablos de la Catedral

LA antigua iglesia Colegial se levantó con toda la grandeza y con todas las limitaciones que se pueden esperar de una ciudad como Jerez, siempre embriagada en altas aspiraciones, abocada siempre a chocar contra su propia realidad. El monumental templo ahora catedralicio se decoró con cierta modestia. Cuando se produce su inauguración en 1778, el interior presentaba, además del peculiar retablo de piedra de las Ánimas, nuevos altares y un coro realizados por el taller de Jacome Vacaro siguiendo el vistoso gusto rococó, aunque sin la soltura y riqueza que supo imprimir a sus obras el gran retablista jerezano del momento, Andrés Benítez. A su vez, se incluyeron dos retablos procedentes de la primitiva iglesia, el del Cristo de la Viga, tallado varias décadas antes, y el de la Inmaculada, del siglo XVII. Los dos fueron adaptados, reformados y dorados. El retablo del crucificado quedó enriquecido por una orla de telas encoladas y policromadas, teatralmente descorridas por angelitos.

Tras el paréntesis del siglo XIX y la fría pobreza del neoclasicismo, llegará el XX y toda su historia de cambios y destrucciones por todos conocida. Se acabó con la coherencia y el aspecto original de un conjunto. La estética pasó a un segundo (o a un tercer) plano.

El siglo XXI ha traído la decrepitud de la mayoría de estas piezas, víctimas de los problemas de conservación del edificio y de una evidente falta de mantenimiento. Hoy, como siempre, las aspiraciones chocan con la realidad: paradójicamente, tenemos una catedral abierta a un turismo que, no obstante, ve atónito cómo sus retablos se caen a pedazos, como ocurre de manera literal con el del Cristo de la Viga. Su pabellón de telas encoladas, único en Jerez y reflejo expresivo del sentido escenográfico de nuestro barroco, se perderá para siempre, si no se actúa con urgencia.

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