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EL SEXTANTE DEL COMANDANTE

La leyenda ártica y su desenlace

  • Un sueño de muchos siglos. Flotas expedicionarias de muchos países europeos fracasaron en la búsqueda del Paso del Noroeste hasta que el noruego Roald Admunsen logró la hazaña en 1906.

Habíamos visto como la búsqueda del legendario Paso del Noroeste que debía unir por el norte los océanos Atlántico y Pacífico fue iniciada por exploradores españoles que la abandonaron cuando la corona cedió a Portugal sus derechos en la Especiería en 1529, instaurando a partir de entonces el comercio con Filipinas mediante el galeón homónimo que unía esta ciudad con Acapulco, de donde las mercancías eran llevadas en carretas de bueyes hasta Veracruz, en el golfo de México, para navegar a Cádiz desde allí en barcos de la Flota de Indias.

La falta de interés de España atrajo el de otros países europeos que buscaban una ruta a través de la cual consolidar algún tipo de comercio con los mercados asiáticos emergentes. El primero en buscar un paso entre los hielos fue el italiano Giovanni Cabotto, que aunque no lo encontró y puso en duda su existencia debido a la consistencia de los hielos, bautizó con su nombre sajón, John Cabot, mucha de la geografía que descubrió, igual que harían los exploradores que le siguieron, el inglés John Davis, el francés Jacques Cartier y Henry Hudson, otro británico que penetró más profundamente en la dura banquisa con su goleta Discovery en 1611, lo que le valió el amotinamiento de sus marineros que lo abandonaron en los hielos junto a otros ocho seres humanos entre los que se encontraba su propio hijo. De ellos nunca más se supo.

Al igual que había hecho España en el siglo XVI, las potencias europeas buscaron también el paso por el Pacífico, siendo el primer navegante en intentarlo Vitus Bering, un danés al servicio de la corona rusa que también bautizó con su nombre importantes accidentes geográficos, entre ellos el estrecho que lleva su nombre y separa los continentes asiático y americano. Junto a la mayoría de sus hombres Bering falleció de escorbuto en su segunda expedición en diciembre de 1741 y su cuerpo fue hallado congelado hace pocos años gracias al deshielo polar. Otros marinos ilustres que buscaron el paso por su cara oeste fueron el inglés James Cook y el italo-español Alejandro Malaspina en un efímero rebrote del interés del rey de España por encontrar el escurridizo pasadizo. Pero sin duda el hombre que escribió las páginas más épicas en la búsqueda del Paso del Noroeste fue el británico sir John Franklin.

Franklin fue un capitán de navío de la Armada británica que con 29 años participó en la batalla de Gibraltar a bordo del Bellerophon. En 1818 viajó al Ártico por primera vez a las órdenes de John Ross, en una expedición en la que once de los veinte tripulantes murieron de hambre; hubo sospechas de canibalismo y el propio Franklin sobrevivió a costa de comerse el cuero de sus botas. De regreso a Inglaterra se casó en 1823 y prometió a su mujer que nunca regresaría a los hielos, pero, fallecida ésta de escorbuto dos años después, reanudó sus expediciones sin llegar a encontrar el paso.

En 1828 volvió a casarse con una aristócrata adinerada amante de la aventura, marchando ambos a Tasmania donde él había sido nombrado gobernador y, aunque ocupó el cargo durante muchos años, nunca pudo olvidar la fiebre del Paso del Noroeste, y gracias a las influencias de su mujer consiguió que el Almirantazgo le asignara su propia expedición compuesta por los buques Erebus y Terror y 128 hombres. Tenía 59 años, una edad algo avanzada para afrontar la dureza de los hielos, pero se puso al frente de la expedición con la ilusión de un guardiamarina. Nunca más se les volvió a ver.

La desaparición de Franklin y sus hombres desató una actividad frenética en el Ártico y a lo largo de los años se organizaron multitud de expediciones de búsqueda, algunas de ellas financiadas por la propia esposa de Franklin o por la ambición de las 20.000 libras de recompensa que ofreció el Almirantazgo por encontrar a Franklin. Estas expediciones costaron muchas vidas y motivaron otras a su vez en una espiral de locura generalizada. En los últimos años el deshielo ha puesto al alcance de los investigadores multitud de objetos y algunos cadáveres, cuya autopsia reveló cantidades de plomo venenosas debido al enlatado de los alimentos que se utilizó por primera vez en la expedición de Franklin. Los cuerpos humanos revelaron también síntomas claros de canibalismo. En el año 2014 apareció hundido uno de los barcos de la expedición que todavía sigue en proceso de estudio.

En este clima de locura por conquistar las rutas comerciales del polo Norte, surgió la figura del noruego Roald Admunsen, que a bordo de su velero Gjøa consiguió al fin conectar el océano Atlántico con el Pacífico en 1906, tras permanecer dos inviernos estudiando las costumbres de los inuit (esquimales). Como sucediera con Magallanes en el sur, el establecimiento de la ruta norte por Admunsen, más allá de sus tintes aventureros, sirvió para demostrar que desde el punto de vista comercial era sólo una quimera.

Desde los primeros años del siglo XXI cada vez son más los barcos que aprovechan la desaparición de grandes masas heladas en el Ártico para cruzarlo en verano, aunque la falta de puertos y seguridad no han hecho todavía de esta ruta una alternativa viable al Canal de Panamá. Hoy el Ártico es visitado cada vez con más frecuencia por cruceros llenos de turistas ávidos en seguir las huellas de Franklin y otros aventureros y se espera que en el 2020 quede establecida una ruta segura que permita a las compañías ahorrarse mil millas y los altos costes del Canal de Panamá, que además, y por cuestiones de calado, no permite buques excesivamente cargados, lo que permitirá a las compañías de navegación una carga superior en un 25% a la permitida en el Canal y les ahorrará cien mil euros por viaje, además de otro importantísimo ahorro en CO2.

Los buques que elijan esta nueva ruta seguirán la senda abierta por Admunsen, Franklin, Hudson y otros esforzados exploradores, pero a los españoles nos cabe el orgullo de que los primeros pasos que se dieron en el establecimiento de esta nueva ruta dejaron huellas genuinamente españolas.

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