Tribuna libre

Una impactante novela de josé rasero

 PERPLEJIDAD, asombro, sonrisas, desazón, intriga, secreto regocijo, vértigo, todo un cúmulo de sensaciones inconfesables y variopintas produce la lectura de ‘Badián no es un aní’ (Editorial Alternativa Luz de Luna: Cáceres, 2012), la impactante novela de Jose Rasero Balón (Alhucemas, 1962). Aunque nacido en el antiguo protectorado español de Marruecos, este escritor se ha criado y formado en la ciudad de Cádiz y su nuevo libro destila salero por cada una de sus páginas. Badián es el nombre del protagonista, un adolescente que se ve forzadamente emborrachado y misteriosamente abandonado en una clínica de desintoxicación alcohólica, donde le hacen firmar un siniestro contrato. Allí conocerá a otros internos, excéntricos y pintorescos, con algunos de los cuales acometerá un plan de fuga que les llevará a las calles y azoteas de la tacita de plata para seguir sus insólitas peripecias hasta desembocar en un restallante final donde todo es nada. 

Como ha señalado Juan Diego Fernández, “Rasero, con un estilo rápido, contundente y elaborado, construye un argumento sólido de múltiples vértices: drogas, cobayas humanos, armas, celos, familia, educación, política, indignada actualidad acompasada por pentagramas clásicos de Bach o pellizcos flamencos de tirititrán trantero”… Y sazonado con intensas dosis de poesía contemporánea, pues Badián, además de una cara picassiana por causa de un accidente, posee el don incontrolable de una memoria prodigiosa para los versos, que escupe incontinentemente en ocasiones, las más inoportunas. Entre el elenco de autores cuyos textos se insertan en la novela, no podía faltar una cita del inolvidable Fernando Cañas, aquel poeta del saxo fallecido accidentalmente en la flor de la vida para convertirse en el mito más amable de la movida ochentera gaditana: “¡Yo Tarzán de las azoteas  Tú Jane amada  Verdad de hombre mono!”.

Jose Rasero demuestra en esta su segunda novela un enérgica capacidad fabuladora y un vigoroso dominio de los recursos narrativos, aun de aquellos más propios de la literatura experimental, que sabe encauzar en aras de la agilidad y la amenidad. Los personajes aparecen muy bien definidos, incluso los secundarios, trazados con dos brochazos caricaturescos, en una técnica emparentada con Valle-Inclán y, más cercanamente, con el esperpento gaditano de Eloy Gómez Rube, otro de los popes de la movida gaditana, también prematuramente desaparecido. Las situaciones y los tipos que se ven desbordados por ellas son dramáticos, en el sentido más teatral de la palabra, y los diálogos adquieren dimensiones escénicas que rozan el monólogo. De resultas, seguimos la acción embelesados con la sospecha de que Rasero  ha escrito, además de una novela de garra, las claves de un sugerente guión cinematográfico, a través de escenas, no por disparatadas menos efectivas, en el cuadro de una sociedad canalla que es inseparable de su crisis de valores. 

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