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La bicicleta como símbolo de la revolución sexual de la mujer

La bicicleta como símbolo de la revolución sexual de la mujer.

La bicicleta como símbolo de la revolución sexual de la mujer. / pexels

¿Qué tiene que ver el invento de la bicicleta con la revolución sexual de la mujer? A esta y muchas otras preguntas responde la doctora Kate Lister en su obra Una curiosa historia del sexo. Con su característico sentido del humor e ironía, la historiadora nos ilustra sobre numerosos hitos que fueron sucediendo y que transformaron las concepciones que la sociedad ha ido teniendo sobre el sexo hasta llegar a nuestros días.

A finales del siglo XIX, el diseño de la bicicleta se había perfeccionado; constituida por dos ruedas de igual tamaño y unas cadenas, estos medios de transporte de precios nada democráticos, eran el artículo indispensable en la wishlist de toda mujer de alta clase que se preciase. ¿Qué tenían de especial?

Pongámonos por un momento en la mente de una persona de la época; eres una mujer de clase alta y de pronto dispones de un vehículo con el que puedes desplazarte por ti misma, y a solas, por toda la ciudad, sin depender de un hombre. Te has convertido, oficialmente, en un peligro sobre ruedas.

Las ropas que por entonces vestían, las conformaban largas faldas y corsés bien apretados, con los que pedalear, resultaba bastante difícil e incómodo. Así que fueron rápidamente sustituidas por pantalones, y… ¡Sorpresa! ¡Resulta que las mujeres tienen dos piernas! Esto les permitía abrirlas, ojo, abrirlas, y pedalear con sus nalgas a la vista de todos, en posición supina sobre el sillín. Toda una provocación, vaya. Como agudamente puntualiza Kate "las mujeres pasaron de ser un ente sin piernas, a tener dos, y tenerlas abiertas".

Por otro lado, ellos y ellas se preguntaban suspicaces; "¿dónde irá esta, con tanta prisa?" o lo que es lo mismo "¿con quién se estará acostando a espaldas de su marido?". Porque sí, aunque había mucho más de sospecha y juicio que de realidad, la bicicleta ofrecía la posibilidad de quedar con un amante a las afueras, donde nadie pudiera vigilarlos.

De todas maneras, fueran donde fueran, en el camino estarían siendo incontroladamente estimuladas sexualmente. La comunidad médica se encontraba alarmada: creían que los sillines eran una suerte de juguetes eróticos que, en contacto con sus clítoris, según estos, generarían orgasmos y más orgasmos, y el sistema nervioso se podría ver alterado de manera irrevocable (vaya, aquí si parecían ser conscientes de la importancia del clítoris en la excitación sexual). Ellas mismas tuvieron que desmentirlo más tarde, por cierto.

Sin que este fuera el objetivo para el que la bicicleta fue inventada, consiguió que la mujer ganara en libertad, en autonomía y en el reconocimiento de su sexualidad. Hay acontecimientos que producen un efecto mariposa como este, algunos fortuitos y otros bien planeados y elaborados. Y gracias a ellos, a pequeños gestos diarios y grandes luchas colectivas, las personas socializadas como mujeres pueden gozar de algún privilegio más del que tenían antes, aunque sigan faltando muchos y muy importantes. Por ello, sigamos pedaleando para tomar los espacios que por derecho siempre debieron ser nuestros, y cedamos otros que nunca debieron estar exclusivamente adscritos a lo femenino. Mediante grandes revoluciones colectivas como el 8M o contribuciones individuales, nunca subestimemos el impacto que podemos generar en nuestro entorno.

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