Desde la ciudad olvidada

José Manuel / Moreno / Arana

El oscuro futuro conventual

LOS conventos viven una larga agonía, un ocaso más o menos lento, pero imparable, que transcurre paralelo a la evolución de la sociedad española. Frailes y monjas se han convertido en verdaderas rarezas anacrónicas, ajenas al mundo que les rodea. La singularidad llega a ser extrema en el caso de las severas clausuras femeninas, que apenas subsisten, a falta de vocaciones nacionales, gracias a novicias extranjeras; pervivencia artificial que pronto se revelará insuficiente. Salvo un inesperado cambio de tendencia, la extinción de la vida conventual será una realidad en varias décadas en una ciudad como Jerez, donde ha habido antecedentes muy recientes. La semana pasada hablaba de los jesuitas. Pueden recordarse también a franciscanos y dominicas, entre otros. Ante este fenómeno, me siento obligado a alertar sobre la pérdida de todo un patrimonio cultural donde las piezas artísticas forman una parte esencial. Lógicamente, esto dependerá de muy diversos factores, no necesariamente negativos. Vimos que los jesuitas se llevaron a El Puerto varias tallas barrocas. Los cartujos y franciscanos, por su parte, se fueron ligeros de equipaje. En el otro extremo, las dominicas desmantelaron el convento del Espíritu Santo y lo que no fue vendido u objeto de robo se llevó a otros cenobios de la orden en Sanlúcar y Córdoba. Este último es el futuro que les espera a las iglesias de las agustinas de Santa María de Gracia, las Descalzas de la calle Barja o las franciscanas de Madre de Dios, si nadie lo remedia. Templos que perderán su patrimonio mueble, realizado, costeado y mantenido a lo largo de los siglos por jerezanos, y con él parte de un pasado que nos pertenece. La declaración como BIC de los mismos sería la única medida legal posible para salvaguardar su integridad como conjuntos artísticos. Aún estamos a tiempo.

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