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Industria

A 65 metros de profundidad

  • La renovación de la monoboya trae hasta la Bahía de Algeciras a un equipo de buceo de saturación l Seis buzos viven recluidos en una cámara hiperbárica mientras dura su trabajo.

El buque ‘Swordfish’ durante sus operaciones en la Bahía de Algeciras.

El buque ‘Swordfish’ durante sus operaciones en la Bahía de Algeciras. / Loreto Calvente

A 65 metros de profundidad en la Bahía de Algeciras la visibilidad es mínima. En medio de la oscuridad, un equipo de dos buzos trabaja en la monoboya de la refinería Gibraltar-San Roque, guiados por control remoto en una operación delicada: la sustitución de las tuberías. Cuando terminen su horario de trabajo, entre tres y cuatro horas, podrán salir a la superficie, pero no al aire libre: vivirán durante varias semanas dentro una cámara hiperbárica que los mantendrá sometidos a las mismas condiciones que sufren bajo el agua por la alta presión atmosférica. Así hasta que finalice el trabajo, confinados en unos metros cuadrados y vigilados las 24 horas.

El Swordfish, un buque que ha estado casi un mes en la Bahía de Algeciras, alberga varias de estas cámaras en su interior. Los buzos de saturación y este barco son la clave de una de las actuaciones más complejas de la parada que Cepsa ha abordado en las últimas semanas: el mantenimiento de la monoboya, el lugar de descarga de crudo de los petroleros que llegan a la Bahía.

Situada a 1.853 metros de la refinería, la monoboya facilita la descarga de buques de mayor calado y a más velocidad que la que se realiza en el pantalán que también tiene la refinería. Tiene una parte flotante, a la que se conectan las mangueras de los petroleros; dos tuberías (risers) que llevan el petróleo hasta el fondo de la Bahía y otras dos mangueras (jumpers) que conectan con la gran tubería de 42 pulgadas que lleva el crudo hasta la refinería.

Cada diez años se hace una operación de mantenimiento integral de esa instalación y se cambian los risers y jumpers, además de revisar la gran tubería de casi dos kilómetros. Y eso es lo que han hecho los buzos que durante varias semanas han estado trabajando en las profundidades de la Bahía, viviendo durante el proceso en un hábitat presurizado. Encerrados en una cámara hiperbárica para evitar estar repitiendo el proceso de compresión y sobre todo de descompresión necesarios para adaptar el cuerpo a los cambios de presión atmosférica en el fondo y la superficie cada vez que terminan un turno de trabajo: a 45 metros, por ejemplo, la presión atmosférica es de 5,5 kilogramos/cm2, frente al kilogramo que hay en la superficie. Un sistema que supone un ahorro notable y resulta más seguro para los trabajadores.

Sobre el Swordfish se han instalado varias de estas cámaras conectadas entre sí que hacen las veces de vivienda para seis personas. Están conectadas también a una campana hiperbárica en la que los buzos descienden hasta la profundidad de la Bahía para trabajar en la monoboya. Se trata de un sistema cerrado, que cuenta incluso con un bote salvavidas hiperbárico para que en cualquier emergencia los buzos aislados en las cámaras puedan abandonar el barco en las mismas condiciones de presión: una descompresión rápida tendría consecuencias fatales. “Afortunadamente nunca hemos tenido que usar el bote salvavidas”, explica Tony Walker, director offshore de DCN, “aunque sí se hace una prueba cada seis meses”. DCN Diving es la empresa que ha estado ejecutando los trabajos de buceo de saturación, de la mano de la contratista de la obra de la monoboya, UCS, de San Roque.

Las condiciones de trabajo son muy exigentes; son pocas las personas que lo realizan. Los buzos trabajan ocho horas diarias por parejas, en turnos de cuatro horas. Cuando llega su turno, los especialistas suben a la campana de buceo y esta se aísla del sistema, que también se sella. La campana baja a los buzos a la profundidad y al acabar su turno de trabajo los devolverá al sistema de cámaras hiperbáricas. Así sucesivamente, hasta un máximo de 28 días consecutivos, con ocho horas diarias de trabajo. Cuando finalicen la obra que están ejecutando, que puede ser un tendido de tuberías de crudo o gas, interconexiones submarinas u operaciones de mantenimiento como la actual, tendrán que pasar un proceso de descompresión de 68 horas hasta poder volver al aire libre. Aunque también se pueden ir rotando los equipos de trabajo: al contar con más de una cámara hiperbárica, una de ellas puede utilizarse para el proceso de compresión y descompresión mientras en la otra permanecen los buzos.

Los confinados dependen de un equipo de apoyo. Desde una sala cerrada varios operarios “llevan el control de la presión, la mezcla de los gases y todas las condiciones de las cámaras”, explica Walker. En el “servicio de habitaciones”, bromea. Otros técnicos atienden las necesidades que puedan expresar los confinados. Encerrados en una cápsula y monitorizados 24 horas al día, el escenario perfecto para un gran hermano extremo. “Es difícil”, admite.

Los trabajos los completan buzos de aire, que solo pueden descender a un máximo de 30 metros. El procedimiento es siempre el mismo: uno trabaja y otro vigila. El protocolo es importante cuando hace falta precisión y precisión es un vocablo clave en el Swordfish; como muestra, el barco tiene un sistema de posicionamiento dinámico que impide que se balancee. Estos buzos también cuentan con una cámara hiperbárica por si hay algún problema que necesite su tratamiento, una cámara sanitaria. A bordo hay dos médicos buceadores que pueden tratar al enfermo dentro de esa cámara.

Los buzos de aire sí forman parte del paisaje habitual de la monoboya. Cada vez que descarga un barco hay alguno vigilando que todo esté correcto y también hacen actuaciones de mantenimiento. Como explica el encargado de capitanía marítima de la refinería, Ricardo Pulido, “cada vez que llega un barco se revisa todo y durante todo el año se realizan limpiezas y renovaciones de piezas”. Anualmente se hace una revisión más exhaustiva, en la que también se comprueba que el grosor de la tubería de conexión con tierra es el correcto. En cualquier caso, las operaciones de mantenimiento no dejan sin trabajo la refinería, tampoco ahora que se encuentra en una gran parada: los petroleros siguen descargando en el pantalán de Cepsa.

La operación que ha terminado recientemente ha conllevado más de siete meses de preparación, de búsqueda y compra del material, contratación de la empresa adecuada. En total una inversión de más de tres millones de euros en la que se incluye encontrar un barco y equipos hiperbáricos muy singulares, “en España no creo que haya un barco como éste”, afirma el coordinador de mantenimiento y grandes reparaciones de la refinería, Javier López. Tras casi un mes de tarea, el Swordfish dejaba la Bahía días atrás camino de su próximo trabajo. Uno que llevará a sus buzos a conocer otras profundidades: trabajarán a 150 metros.

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