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Prevención de adicciones Estrategias educativas ante las conductas de riesgo durante la etapa escolar

Drogas, el desafío adolescente

  • Casi la mitad de los estudiantes andaluces de cuarto de ESO han vivido algún episodio de embriaguez y aproximadamente uno de cada cinco de los de tercer curso se fuma al menos un cigarrillo a la semana

La transición de la niñez a la adolescencia está marcada por el despertar a muchos horizontes, es la época donde se subrayan algunos rasgos esenciales de la personalidad que estarán presentes durante toda la existencia. Una manera de tantear el mundo exterior es la experimentación, el ensayo y error. Uno de los ámbitos de búsqueda de esas experiencias es el del consumo de sustancias asociadas a ritos de paso o a mecanismos de inclusión en el grupo: eso ocurre con el cannabis, el tabaco o el alcohol. Y, cuanto más avanzan las personas hacia la adolescencia, más próxima y frecuente se manifiesta la conducta experimental en este ámbito concreto. Ésa parece ser una de las conclusiones a las que ha llegado un grupo de investigación del Departamento de Psicología Evolutiva y de la Educación de la Universidad de Sevilla, que ha desarrollado un estudio centrado en la evaluación de la prevención de drogodependencias en la Educación Segundaria andaluza.

El trabajo del equipo de la Hispalense analiza, por un lado, datos del Health Behavior in School-aged Children Study (HBSC), un macroanálisis internacional auspiciado por la OMS y desarrollado durante 2006 con la participación de adolescentes de 41 países, también andaluces. Los investigadores pretendían conocer, en concreto, el consumo de determinadas sustancias entre los escolares andaluces: un resumen de los mismos evidencia una tendencia al alza conforme se va pasando de curso, aunque es un desafío global; el 48,7% de los estudiantes de cuarto de ESO han vivido al menos un episodio de embriaguez, pero el 18,2% de los de tercero fuman un cigarrillo, al menos, una vez a la semana y el 12,3% de los de segundo han probado el cannabis. Por otro lado, los investigadores querían conocer cómo eran estos patrones de consumo en una población de un perfil parecido pero bajo la influencia de un programa de prevención en el que profesionales expertos habían podido transmitirles determinados mensajes educativos. En concreto, analizaron una muestra del programa Prevenir para Vivir (edición de 2008), elaborado por la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción y ejecutado por la Consejería de Educación en colaboración con la de Igualdad y Bienestar Social. Fueron analizados los datos de 242 alumnos de 12 centros educativos que pasaron por este programa, en comparación con los de un grupo control de 98, extraídos a su vez de la muestra andaluza de participantes en el HBC, sobre los que no constaba influencia de mensajes formales sobre las drogodependencias, tan sólo su patrón de consumo.

El resumen de la comparación, según los investigadores, es que "no siempre se observa la tendencia de ser los adolescentes que han recibido programas de drogodependencias con personal especializado los que presentan con más frecuencia un patrón de consumo saludable". Así, "estos resultados -dicen los expertos de la Universidad de Sevilla- deben interpretarse como un apoyo limitado a los programas de prevención de drogodependencias".

Esta investigación ha dado origen a un artículo publicado recientemente en la revista especializada Adicciones. Está firmado por Antonia Jiménez-Iglesias, Carmen Moreno, Alfredo Oliva y Pilar Ramos. Según explica Jiménez-Iglesias, primera de la nómina de autores, "esperábamos mejores resultados en los alumnos participantes en el programa de prevención, pero eso no ha sido así en todos los casos ni en todos los cursos". Los mismos autores del trabajo alertan de posibles limitaciones metodológicas pero, aún así, para Jiménez-Iglesias es llamativa esa variabilidad; en cualquier caso, para esta investigadora, los entornos de las personas son muy importantes: "La familia es esencial, también influyen el contexto del reconocimiento entre iguales, el grupo de amigos". Por supuesto, "las características psicológicas de cada persona". Y, desde luego, la idiosincrasia de la adolescencia "como etapa experimental, como tiempo de aprender a asumir riesgos". O sea, demasiadas variables para aspirar al control total. Lo que, para Jiménez-Iglesias, no invalida la "importancia" de programas preventivos "bien diseñados" pero sin dejar sola a la escuela en el desafío de hacer entender a los alumnos los riesgos del consumo de determinadas sustancias. "La supervisión parental es importante, pero debe ser indirecta. Los padres deben promocionar la autonomía de los adolescentes, porque el control estricto no es bueno", dice esta investigadora. No hay recetas, pero sí puntos de anclaje. De acompañamiento. De comunicación. De fomento de "territorios compartidos entre la familia y la escuela, de programas conjuntos, de llevar tareas a casa para resolver entre todos, de participación desde la comunidad".

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