Jerez

Vamos a acordarnos...

  • El recuerdo y el tributo a la figura de Moraíto marcan una nueva Fiesta de la Bulería justa de público pero muy emotiva y con un nivel artístico más que notable · Sordera, Pansequito y Grilo se llevan las mayores ovaciones

"No hay mejor sitio para recordar a mi padre que la Fiesta de la Bulería", proclamó con toda la razón del mundo su hijo Manuel. Junto a su hermana Teresa -Diego se encontraba actuando lejos de casa-, la familia recibió un ramo de flores por parte del Ayuntamiento en un austero acto de homenaje que, al tiempo, sirvió de apertura para la edición número 44 de un ritual que se renueva cada año. Manuel Moreno Junquera 'Moraíto' hubiera cumplido 55 años esta misma semana si aquella cruel enfermedad no se lo hubiera llevado de esta tierra. Entre la noche del pasado sábado y la madrugada de ayer, muchos amigos, familiares y aficionados se juntaron en la plaza de toros jerezana para, con sencillez y sin aspavientos, recordarle y honrar su memoria en una Bulería que pasó como un relámpago. De las ediciones más cortas que se recuerdan, si bien también es necesario reseñar que comenzó media hora antes de lo que ha sido habitual en los últimos tiempos. No en vano, a eso de las dos de la mañana ya estaba prácticamente todo el pescado vendido e incluso con tiempo más que suficiente para disfrutar de un fin de fiesta como marcan los cánones, con la totalidad de los artistas participantes subidos y dándolo todo en el escenario.

Cuatro horas y media de espectáculo en un coso de la calle Circo que registró una entrada algo inferior a la de las últimas ediciones. Aunque en el fondo similar si se tiene en cuenta la política de restricción total de 'pases de favor' que ha impuesto el nuevo equipo de gobierno local. Mucho 'guiri' y público llegado de otros puntos del territorio regional y nacional confirmaron que este enraizado evento del ciclo cultural jerezano hace tiempo que despierta muchísimo más interés y admiración fuera que dentro de nuestro término municipal. Una verdadera pena. Porque son muchos los buenos aficionados jerezanos que siguen acordándose de aquellos maravillosos años en los que la Fiesta era tan grande que los tendidos parecían venirse abajo, años en los que las neveras y los papelones de pescaíto frito campaban a sus anchas por un albero en el que no cabía un alfiler mientras allí arriba se partían el pecho los mejores. La nostalgia de ese glorioso pasado en sepia impide pensar en que la Bulería renazca con todas sus fuerzas en el futuro, aunque nunca es tarde para, al menos, tratar de enderezar el rumbo de una cita de prestigio innegable en el orbe flamenco. Una Fiesta necesaria.

El caso es que el cartel de esta edición respondió a las expectativas. Algo bajas, como siempre, entre ese grupo de 'selectos' aficionados con quienes la organización siempre tiene la difícil (e improbable) tarea de acertar con los integrantes del cartel. Pero más allá de la opinión de cada cual, un nivel de calidad más que notable, un público reducido pero con ganas de escuchar (salvo algunos casos aislados), y un desarrollo ágil del espectáculo propiciaron una intensa velada de buen cante y buen baile. Sin experimentos y combinando a mucha gente de la tierra con artistas de otros territorios jondos. Una mezcla que siempre es bienvenida y de agradecer.

La sangre nueva de Santiago y La Plazuela abrió el fuego bajo el nombre de 'Jerez por bulerías'. Con el público aún entrando por la puerta grande, voces de futuro que ya son presente, como las de José el Mijita, Tamara de Tañé, Felipa del Moreno y Juan de la Morena (a cada minuto con una voz más clónica a la de su padre Fernando), emprendieron la ardua tarea de caldear un ambiente gélido y compungido tras la proyección de un montaje audiovisual con recuerdos del genial guitarrista de Santiago.

El cuadro logró el objetivo de romper el hielo y, de paso, propició la atmósfera perfecta que sirvió para el debú con picadores de Antonio Peña 'El Tolo' en la Bulería. De inspiración agujetera, su eco rancio (un valor al alza) pese a su juventud le han reportado un espacio privilegiado entre las figuras emergentes del arte jondo. El de la Plazuela no desaprovechó la oportunidad. Lo hizo bien escoltado por Miguel Salado, otro guitarrista que está llamado a cotizar en el parqué flamenco. Unos fandangazos dedicados a la memoria de Moraíto y su familia y unas letras por bulerías alusivas a la figura del autor de Rocayisa conformaron una propuesta sobria pero sacrificada y sincera.

Atrapó Vicente Soto, a continuación, arriesgando por martinetes con mucha decisión y poderío. Apretando sus puños, escuchamos pletórico de voz y energía a Sordera, quien con solo sus palillos hizo enmudecer a la plaza. La fragua de Paco la Melé se materializó en el escenario con su eco santiaguero y el crujir de unos dedos que eran martillo sobre yunque. La sonanta de Manuel Valencia, otro crack del toque joven jerezano, con un repertorio generoso en sus seis cuerdas, respondió con precisión a las exigencias de la soleá por bulerías que con la misma determinación con la que principió desenrolló Vicente. La bulería pa escuchar dio paso a una tanda de fandangos que este cantaor también quiso dedicar a la memoria de Moraíto, mientras llegó el obligado cierre por bulerías en el que Sordera, sin perder ni un ápice de intensidad, desgranó parte de su repertorio cupletero con La bien pagá, A la lima y al limón, y La tarara. El público, ya puesto en pie, supo agradecer su ímprobo esfuerzo y su cante entregado e intenso que devolvió el mejor sabor de Santiago.

La rapidez con la que se sucedían los artistas en cartel, con apenas tres-cuatro cantes por cabeza (decisión acertada para unos y discutible para otros), hizo que al filo de las once de la noche compareciese en escena José Cortés Pansequito, del que es difícil recordar el tiempo que hacía que no actuaba en Jerez. En edad de jubilación, a sus 65 años, el artista nacido en La Línea pero criado en El Puerto demostró que su garganta tiene cuerdas para rato. Exaltó ante los presentes su gran relación con Moraíto, con quien incluso compartió parte de su último trabajo discográfico, antes de entonar las alegrías de Aurelio Sellés y las soleares de la Serneta, letras que dieron protagonismo a un cante vetusto en el metal particular y exclusivo de Panseco. El cantaor, ovacionado, dijo sentirse en Jerez "como en casa". Y como en su propia casa anduvo por el escenario, donde remató con muchísima gracia por bulerías en un cierre en el que incluso tuvo tiempo de darse una patá cortita al son que impuso la guitarra del jerezano Manuel Parrilla.

Después del descanso fue el turno para uno de los grandes protagonistas de una noche en la que en todo momento sobrevoló la efigie de Moraíto en el imaginario colectivo. El baile hipnótico de Joaquín Grilo nuevamente cautivó al público. Cinco años después de su último concurso en la Bulería, entonces en aquella cita que tuvo que trasladarse al Estadio de Chapín, el bailaor del Olivar ofreció algunas de las piezas que componen el que hasta la fecha es su último trabajo coreográfico Leyenda personal, aunque para la ocasión desgranó un baile todavía más sui generis y fuera de todo corsé escénico. La soleá apolá en la voz de su hermana Carmen aportó empaque y solemnidad a una actuación que pronto enfiló aires festeros con un Grilo, ya de blanco, por alegrías y bulerías en las gargantas de El Londro y Miguel Lavi, dos de sus otros acompañantes sobre el escenario. Dos sobrios y muy efectivos cantaores jerezanos que lo mismo cumplen en el atrás para el baile que lo hacen bien cuando dan un paso adelante. Remates imposibles por aquí, filigranas por allá, grilerías a diestro y siniestro, golpes con el puño a la madera, jugueteo de caderas y pies... Joaquín Grilo en estado puro y gustándose. Sabedor de que lo que hace está al alcance de muy pocos y que, guste o no, es su sello y su forma personal de entender un baile flamenco masculino que, en todo caso, nunca deja indiferente a nadie.

Dos mujeres de voces antagónicas fueron las encargadas de echar el cierre en la plaza de toros. Una década después volvía el impagable y genuino vozarrón de Juana la del Pipa en solitario a la Bulería y media hora más tarde se estrenaba la joven cantaora granaína Marina Heredia, quien por suerte alteró el monótono repertorio, en cuanto a estilos flamencos, que emplearon la mayoría de quienes le precedieron. Introdujo la malagueña chaconiana y unos abandolaos para regocijo de más de un aficionado y, ya era hora, se atrevió en su recta final a teñir la Fiesta de negro luto con una seguiriya honda y sombría que impregnó con su elegante y sobria belleza. Profundidad y desgarro para salir airosa por bulerías y tangos de esencia granaína.

El sentido tributo a Moraíto quedaba completo con el frágil pero cavernoso quejío de esta joven figura del cante. Punto y seguido para dar paso a un generoso fin de fiesta en el que todos los artistas se entregaron sin descanso y todos se acordaron de un nombre imprescindible en la historia del flamenco: Manuel Moreno Junquera Moraíto. Y quedó demostrado, como dijo su hijo Manuel al principio de la noche, que no había mejor lugar para rendirle homenaje póstumo que la Bulería. Esa eterna Fiesta de la Bulería que siempre parece que será la última.

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