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Jerez

Marty pasa de la raya

  • Los intentos del hombre por domesticar a una cebra se cuentan por unidades. Este ejemplar, genéticamente atemorizado, trata de curarse en Jerez de los resabios adquiridos en un zoo andaluz para entrar en el show ecuestre de Elena Violet. Pasen y vean

El grupo de leonas ha salido de caza. En la pradera del Serengueti hay una manada de cebras. Son muchas y están gordas. Adultas y jóvenes. Carne tierna. Las leonas ya se han organizado para el banquete. El horror, o la supervivencia, cuida todos los detalles. Las felinas avanzan en silencio. Se paran. Avanzan otra vez. Ninguna cebra las ha visto ni las ha oído. Tampoco las ha olido. Están cegadas por la frescura de la hierba mojada. También para las reinas de la sabana es el momento de comer; siempre coordinadas porque el caballo y sus subespecies son rápidos y esquivos. Ahora es el momento. Comienza la perversa carrera. Tienen a una presa a un zarpazo. Una de las leonas se lanza la yugular. Aum. Ya está. Abatida. La sangre de la cebra vuelve a manchar la imagen del lindo gatito.

Es África y así de contundente es la vida (y la muerte) en el continente negro. Y así hubiera sido la vida (o la muerte) de Marty si el hombre no se hubiera cruzado en su camino. Para bien o para mal, la cebra que hoy trata de reconciliarse en Jerez con la especie humana nació en España, concretamente en Almería. Hijo (es macho adulto) de una pareja de cebras capturadas en Kenia, solo ha conocido la peor cara del hombre hasta que encontró a Elena Violet, una francesa que aprendió de los indios canadienses el verdadero manejo del caballo: la doma natural. Elena creía que lo sabía casi todo de los caballos hasta que supo de la existencia de Marty. La habían desahuciado porque ningún trabajador del Zoo de Almería fue capaz de someterla. Eso solo estaba reservado para los felinos africanos. Allí aprendió por acción reacción. Primero atacar, después mandar. Hartos de intentar domarla a palos, los técnicos del parque decidieron darle pasaporte, mandarla al matadero. Pero Elena llegó a tiempo. A través del Zoo de Jerez contactó con el centro almeriense y decidió afrontar el reto de ayudarla a superar el miedo o el odio al humano. La cebra, a diferencia del caballo, que lleva miles de años lamiendo la mano del hombre, no es noble ni se entrega. La cebra es un ser violento y agresivo que vive bajo el imperio del terror que la naturaleza ha impuesto. Por eso reacciona mal, a coces, huyendo, mordiendo.

La impronta, terapia de control que se desarrolla en las primeras semanas de vida del potro y que consiste en establecer un estrecho vínculo entre hombre y animal basado en las caricias, es la mejor y más eficaz herramienta de adiestramiento, pero solo es posible criando en cautividad. Marty, que nació en un establo, recibió la impronta equivocada. Sus primeras semanas se sucedieron agarradas a la teta de su madre y cuando pasó a manos del hombre fue para recibir palos y poner a prueba todo un catálogo de sádicos castigos. Un desastre que ahora y desde hace dos años y medio trata de enmendar Elena. En este tiempo, estos que se relatan han sido los avances.

Elena e Isabel, su 'ángel', como ella la llama, entran en la parcela de la cebra. Estamos en Finca Victoria, a escasos metros del Monasterio de la Cartuja, donde meditan las monjas de Belén. Nos pide que seamos discretos, que las cebras tienen reacciones imprevisibles, rápidas y peligrosas. Elena se acerca firme y segura para neutralizar psicológicamente al animal. Lo cepilla, lo acaricia y le da una recompensa, caramelos de manzana. El contacto es estrecho y relajado hasta que suena el móvil del fotógrafo. No ha terminado el primer tono de la llamada y Elena e Isabel ya están envueltas en una nube de polvo. La cebra ha huido llevada por un instinto extremo de supervivencia. Está pegada al límite de la cerca. Se ha asustado, sacude fuerte y rápido la cola. No son las moscas, es el miedo genético en mayúsculas. La cebra es el primer alimento en la dieta felina salvaje; el segundo es el ñu. Mejor una patada que una cornada. La llamada acaba y Elena vuelve a empezar. Habla con voz segura y la cebra se acerca de nuevo.

Ahora Elena se supera. Coloca una cuerda fina de algodón alrededor del cuello de la cebra y se quedan cara a cara. A unos cuarenta centímetros. A una distancia inferior, la cebra no ve. El caballo tampoco. Sus ojos están situados a una amplia distancia interorbital para abarcar un mayor ángulo de visibilidad. Elena habla suave a la cebra y el animal relaja las orejas, está tranquilo. Isabel está detrás de Elena. Ambas caminan hacia atrás y el salvaje hacia delante. Las sigue, confía en Elena. La presión que la francesa aplica con el ramal en la mitad del cuello de la cebra para que avance no la amenaza. Este es el último logro en el proceso de adiestramiento. Después de dos años esto es todo. Elena está pletórica. Confía que en poco tiempo esté incorporado al espectáculo ecuestre que está diseñando. Cada día el equipo de Elena repite el proceso. El resto de la jornada, la cebra se relaja con una gigantesca pelota de goma que empuja y patea por toda la cerca. "En el mejor de los casos, domar a una cebra que no ha nacido en cautividad es un reto difícil de superar. En el caso de Marty, que además de ser hija de cebras salvajes ha tenido una experiencia de terror con las personas, todo es más lento y complicado. A veces he tenido ganas de tirar la toalla porque al principio el animal era un peligro potencial que nos atacó varias veces, pero cuando estaba abatida pensaba que el ser humano está dotado de un cerebro inteligente que debe utilizar".

Desde su parcela privada, es incapaz de admitir a otro equino con quien compartir espacio, Marty divisa la pista de entrenamiento donde Elena y su equipo trabajan con los caballos del show, casi todos rescatados de un apaleado pasado. Samy Joe, una americana de Texas especialista en el adiestramiento de cebras, fue el bastón en el que Elena se apoyó cuando Marty entró en su casa. Joe fue clara: el círculo social de la cebra es inexpugnable pero cuando se entra es para quedarse. Ahora, domarlas es otra cosa.

La cebra entra en pánico cuando en la pista es el turno de Conan, un poni miniatura de raza shetland de unos ochenta centímetros de altura, color caramelo y abundante crin rubísima. Un muñeco. Para la cebra, Conan es lo más parecido a un león si no fuera porque hace el paso español como el mismísimo Invasor, el caballo olímpico de Rafael Soto.

Marty tiene mucho que aprender todavía y Sopla parece ser un buen maestro en el que identificarse. Todo lo que este caballo castaño portugués de trece años, bellísimo, sabía del hombre hasta hace cuatro años es que es un tipo que daba palizas todo el tiempo. De hecho, aún le quedan secuelas físicas de los latigazos que salían de la insensibilidad de su propietario y que terminaron por convertirlo en un caballo defensivo. Llegado ese momento, Sopla iba volando al sacrificio pero Elena lo impidió y quiso darle una segunda oportunidad porque según esta experta, "ningún caballo es un inútil". Ahora el caballo entiende que el látigo, el látigo de Elena, es una extensión de su brazo, así consigue entender lo que la entrenadora le está pidiendo en un mismo lenguaje. En este tiempo, Sopla se ha convertido en el caballo estrella de la cuadra, en el artista del show.

Sopla trabaja a la voz. Elena le mira y le habla desde el centro de la pista y el animal obedece. Esto es un ejemplo.

"Sopla, galopa". El caballo galopa.

"¡¡Más fuerte!!". Se desboca.

"Ahora cálmate y ven". El caballo acude.

"Ahora galopa otra vez". Comienza de nuevo la carrera.

"¡¡Galopa más fuerte!!". Vuelve a desbocarse. Para el caballo es un juego divertido.

"Sopla, Ven". El caballo obedece. Elena le da un caramelo antes de cambiar de juego. Han preparado un circuito de conos y pelota en la pista. Sopla está disperso. Se rasca y se espanta las moscas. Ha roto a sudar tras las carreras y los insectos molestan. No está asustado. Su pasado está ya muy borroso. Elena vuelve a hablar.

"Vamos Sopla, galopa despacio. Para. Acércate al cono y levántalo". Ja, facilísimo. El caballo levanta una mano y coloca bien el juguete. Después el otro, acierta a la primera. "Muy bien Sopla. Gracias. Ven". Momento golosina.

"Sopla, ahora haz una posada". El caballo saluda poniéndose de pie sobre las patas traseras.

El caballo se siente realizado, se está convirtiendo en una estrella de circo. Eso dice Elena, que ha visto y protagonizado el proceso de recuperación de un caballo resabiado por la prepotencia humana.

Siguiente número. La pelota. Un enorme balón de plástico comienza a rodar por la arena de la pista. El caballo bota de alegría y galopa detrás del juguete a la vez que lo empuja con el hocico, el pecho o las manos. Se conoce bien el juego. Parece su momento favorito. Elena tiene que insistir para que finalmente se concentre. "Ahora es un caballo muy positivo", sostiene.

"Sopla, trae la pelota". El caballo está en su mundo, galopando en el otro extremo con el balón, al que estrella contra el límite del picadero y lo vuelve a empujar. Así una y otra vez.

"Vamos, tráela torero. Ve a buscarla. Ve a por ella. ¡Tráela Sopla!". Y por fin, la empujó hasta los pies de Elena. "Esto lo puede hacer cualquier caballo, de cualquier raza, edad o sexo. Es además recomendable, les relaja".

Navajo es un fantástico ejemplar cruzado de sangre portuguesa e inglesa. Tiene trece años, es tordo, y desde que era un potro vive con Elena. No tiene un pasado horrible, siempre ha sido un animal relajado que le ha dado sentido a su vida confiando su seguridad en Elena, su líder. Así que Navajo vive seguro, sin miedo. Es el niño bonito de la cuadra. Sabe hacer de todo. Paso español, apoyos, posadas, piruetas… Hasta sabe morirse.

"Vamos, al suelo". El caballo tiene la cabeza levantada, llegan olores nuevos de la finca de al lado y los quiere capturar con el finísimo olfato equino.

"Navajo, es para hoy. Hazte el muerto". Bien, ya se ha echado.

"No me des con la mano. Quédate ahí. Muerto. Pum". Sí, parece sin vida.

"Ahora siéntate. Me voy a subir". Elena cabalga sobre Navajo. Va a pelo, como sus amigos los indios. Solo lleva un ronzal alrededor del cuello del caballo. A través del ramal, Elena transmite las ayudas para hacer los ejercicios. Lo último es pedirle que pare. Elena se baja y acaba su demostración.

Elena Violet es una entrenadora ecuestre que nació en Francia en el seno de una familia de bodegueros y comerciantes de vino. Fue precisamente el trabajo del patriarca lo que obligó a la familia a trasladarse a Canadá, donde la vida de Elena cambió por completo. Allí pasó gran parte de su vida en contacto con los indios, que le enseñaron el auténtico y más eficaz manejo animal. Los caballos son la pasión de Elena, y también de su padre, que llegó a tener ciento cincuenta animales en las marismas francesas. Su otra pasión es España, país que conoce desde pequeña, cuando veraneaba en Tarragona. Elena decidió hace años establecer su residencia en nuestro país, concretamente en Andalucía. Su primera finca se localiza en Huelva, donde comenzó a domar caballos sin violencia, entrando en la cabeza y en el corazón del animal. Creando respeto y compenetración. "Así, el caballo se ofrece a ti en todos los espectros". Pero Elena no podía estar en España y no visitar Jerez, la que se conoce como cuna del caballo, el vino y el flamenco. Nuevo y definitivo traslado. En Jerez acaba de enterrar los cimientos de una nueva filosofía, la de domar sin espuela, sin serreta. Y sus planteamientos están convenciendo a los amantes del caballo.

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