Programación Guía de la Feria de Jerez 2024

Festival de Jerez

La leyenda del indomable

  • En su mejoradísima ‘Leyenda personal’, Grilo derrochó, anoche en el Teatro, hechuras de bailaor mítico, con un repertorio inabarcable y tras casi hora y media de danza sin fin

Grilo me desarma. Me despoja de juicio de valor más o menos objetivo. Me quedo sin adjetivos con los que calificar la corriente eléctrica que me (nos) transmite con su cuerpo. Esos estallidos de algo inextricable que brota de manera salvaje de su interior. Joaquín no baila. Joaquín es el baile. Cómo explicar, pues, lo intangible. ¿Cómo les digo que lo que vimos anoche pasar por la tabla de Villamarta bien pudo ser algo sobrenatural, inhumano? La revitalizada Leyenda personal que estrenó anoche -esta nueva versión ha sido mucho más que un reestreno al uso- ha ganado enteros de manera brutal desde que la presentara por primera vez hace ya casi dos años en su tierra.

La mejoría ha sido en el fondo y en la forma. No es cuestión ya de que haya estilizado la escenografía primitiva del espectáculo o mejorado el discurso demasiado lineal de la primera toma, es que, sin ir más lejos, ha sido capaz de reinterpretar la ya de por sí bellísima música original de Juan Requena, alimentándola con el prodigioso piano de Dorantes y una camerata de cuerdas que sincretizan los lenguajes clásico y contemporáneo que con tanto gusto agita Joaquín en su indómita coctelera. El resultado final es digno de editar como una inolvidable banda sonora. Memorable.

Su baile es pura entelequia subjetiva. Nadie hace lo que él hace y, si surgen imitadores, corren peligro de caer en el más absoluto ridículo. Joaquín tiene estilo, técnica y altas dosis de espontaneidad, aunque también tiene discurso, concepto y punzante e incómoda reflexión. Pudo parecer demasiado obvio, pero la principal idea que subyace en su obra, que aparece con un rostro aparente de autocomplaciente autorretrato, es la rebelión del creador contra lo establecido. Un Grilo que se resiste a caer en las despiadadas garras de los titiriteros que manejan las artes, que se niega a caer en las zarpas de tecnócratas sin sonrisa que llueven del cielo del teatro en dos momentos del espectáculo.

Lejos de la resignación, el artista escapa indomable. Por eso le viene que ni pintado ese Batir de alas que interpreta con maestría absoluta Dorantes y la camerata, mientras vemos pasar, al inicio de la función, la vida de Joaquín ante nuestros ojos: su infancia, su padre -el leit motiv de la obra-, sus clases con Cristóbal y Belmonte, su mujer, sus hijas... Después de recuperar su pasado, Grilo se entrega al baile, a sus recuerdos de ayer, hoy y siempre.

Abre su libro de memorias, mientras suena la voz de Morente y el Autorretrato de Vicente Amigo, y se sumerge en el País de las Maravillas. Érase una vez un hombre de cartón herío, entona el maestro granaíno. Érase una vez una fábula dancística sin solución de continuidad en la que Carmen Grilo es esta vez más esposa que madre, y donde la madre tierra aparece simbolizada por unos artistas excepcionales. Los latidos del corazón que resuenan y la iluminación, el sol, la luna, imponen los contrapuntos, los cambios de atmósferas, los poéticos estados de ánimo que pretende reflejar el artista. Qué es el flamenco, el arte, si no un estado de ánimo. Grilo es consciente de ello y hace que su obra navegue por los cambios de climas, por los recovecos del alma.

Llega a su precipicio bailaor en las seguiriyas, donde juega con un mantón negro como la Parca, que le persigue y le atrapa. Aquí el lamento de José Valencia es abrumador, intenso como pocos en la actualidad. Remate con la cabal del Loco Mateo. Qué rareza es ya ver bailar y rematar así un número coreográfico. Luego, el bailaor toma aliento en la soleá por bulerías que derrama Carmen y en la posterior canción por bulerías donde el almíbar de su garganta eriza el vello. Joaquín ni respira. Mete los pies y se deja llevar hasta terminar fundido con su hermana. Qué descomunal farruca llegaría luego. Tan clásica, tan avanzada. Baile de siempre en el sitio, mudanzas abstractas del futuro. Vuelve Dorantes para Silencio de patriarca y las cantiñas de Valencia, bastón en mano, para disparar a Grilo. Arriba, abajo, un quiebro, un escorzo, un zapatazo de arte, un taconeo percutor, un giro de muñeca para mover el mundo...

Poco importa el monólogo bailaor de casi hora y media que se raspa a palo seco el jerezano. Su repertorio es tan inabarcable que es imposible que nos cansemos. En el que es hasta la fecha su espectáculo más personal y ambicioso, Grilo logra ordenar todas las piezas de su tablero para componer un fresco ágil y profundo, sobrio y barroco a la vez -hay otra obra dentro del espectáculo durante el fin de fiesta-. Ayudado por un elenco artístico-musical impagable, el bailaor tiene momentos para rebuscarse, instantes de silencio e intimismo, minutos de gloria, y añade un cierre circular para despertar del sueño y cerrar sus memorias. Créanme lo que les digo: no se puede bailar mejor. Es Joaquín Grilo. Único en su especie. Proverbial y legendario en una raza bailaora fuera de lo común.

Compañía de Joaquín Grilo. Baile: Joaquín Grilo. Piano: David Dorantes (colaboración especial) Cante: José Valencia, Carmen Grilo. Guitarra: Juan Requena. Bajo y mandolina: José Carmona. Percusión: Paquito González. Violines, violas, violonchelos y contrabajo: Camerata Sur. Palmas: Carlos Grilo, Luis Cantarote. Idea original: Joaquín Grilo, Nuria Figueroa. Coreografía: Joaquín Grilo. Música: Juan Requena, Dorantes, Vicente Amigo. Música a transición a tientos: Zakir Hussain. Música instrumental: Juan Requena. Letras: Juan Requena (jaleo), José Soto y Luis Carrasco (bulerías), Manuel Grilo (soleá). Escenografía: Joaquín Grilo, Óscar Gómez. Iluminación: José Manuel Brenes, Óscar Gómez. Vestuario: Nuria Figueroa, Javier Rey. Creación multimedia: Belleda López, Marcos Serna. Dirección escénica: Sebastián Haro. Dirección artística: Joaquín Grilo. Día: 7 de marzo. Lugar: Teatro Villamarta. Aforo: Lleno.

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