Cultura

Mentiras

  • Desenfocado por Pedro Ingelmo

LA mentira es un prodigio del desarrollo del córtex cerebral. La simulación y el engaño muestran un alto grado de evolución de la especie. En el colmo de nuestra complejidad cerebral, hemos alcanzado la capacidad de autoengañarnos, es decir, no sólo elaborar mentiras, sino creérnoslas. Yo crecí siendo un niño mentiroso y ahora tengo dudas sobre si pasajes de mi biografía ocurrieron realmente o son una ficción alojada en mi memoria. Se puede mentir por el placer de fabular, por compasión, por venganza, por pura maldad... una variada gama. Pero veamos realmente si mentimos cuando creemos que mentimos. Lo mismo no. Pongamos por caso dos mentiras de cine: una aperece en Los cuatro cientos golpes, de Truffaut, y otra en La calumnia, de William Wyler.

En la primera, Antoine Doinel, alter ego de Truffaut, se encuentra tras haber hecho novillos en la tesitura de dar una explicación al profesor. Cuando éste le inquiere vehementemente una justificación, Doinel, nervioso, dice lo primero que se le ocurre: mi madre ha muerto. A la mentira le acompaña un corto periodo de satisfacción, ya que es tratado con cariño por sus compañeros y el propio profesor, que le compadecen por la pérdida. La mentira se destapará cuando aparezca la madre, aparentemente viva, en el colegio. El salvaje ajuste de cuentas de Truffaut con su madre es una declaración. Leyendo la biografía del director francés se comprende que la madre que carga con un niño no querido ha muerto para él hace mucho tiempo. La reconciliación de Truffaut sólo llegará poco antes de que ella realmente muera. Lo que dice Doinel al profesor es una verdad como un templo: "Mi madre ha muerto".

Vayamos a la película de Wyler. Una repelente niña asegura haber pillado a dos de sus profesoras del internado besándose. ¿Por qué lo hace? Por maldad. Y sí, la niña ha mentido, pero lo ha hecho sobre una base que ni ella sospecha. Audrey Hepburn y Shirley MacLaine realizan un maravilloso duelo interpretativo que pare demonios. Al final, una de ellas, Shirley MaclAine, se suicida. Pero si se rasca la superficie convendremos en que no lo hace por la calumnia de la niña, sino porque es incapaz de soportar su propio autoengaño. MacLaine está perdidamente enamorada de Audrey Hepburn, es lesbiana de la cabeza a los pies. La mentira, la calumnia, le ha abierto lo ojos. Ella es la que se ha estado mintiendo.

La mentira dice más de nosotros que nuestras verdades más absolutas. En nuestras mentiras está la explicación de quiénes somos.

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