Panorama
  • Los nacionalistas vascos ponen precio a la investidura, se trata de reconocer al País Vasco como nación

  • Pedro Sánchez, Feijóo y Juanma Moreno evitan desairar al lehendakari, aunque su propuesta diluye la soberanía nacional en una confederación 

  • La convención del lehendakari

Urkullu abre la subasta del PNV

Iñigo Urkullu y Andoni Ortuzar colocan flores en la tumba de Sabino Arana. Iñigo Urkullu y Andoni Ortuzar colocan flores en la tumba de Sabino Arana.

Iñigo Urkullu y Andoni Ortuzar colocan flores en la tumba de Sabino Arana. / EP

Es una de las grandes paradojas hispanas: cuando las dos España se enfrentan, el PNV siempre ha estado en medio. El 18 de julio de 1936, la dirección peneuvista estaba reunida en San Sebastián, pero no tomó partido por ninguno de los dos bandos. Por religión, habría estado con los sublevados; por autonomía, con Azaña. Vizcaya y Guipúzcoa, de tradición obrera, con unos; Álava y Navarra, carlistas, con los otros. El Euzkadi Buru Batzar hubiera preferido que las primeras horas resolviesen la balanza española. Cuando ya amanecía el 19, la dirección provincial de Vizcaya publicó un artículo de apoyo al Gobierno republicano a cambio del compromiso certero de que el Estatuto vasco, que aún estaba en las Cortes, se aprobase de modo definitivo. Así fue: el 1 de octubre, ya mediada la Guerra Civil, el texto obtuvo el visto bueno definitivo, seis días después se constituyó el primer Gobierno vasco de la historia, presidido por José Antonio Aguirre. 1 de octubre de 1936, no eran los albores de la Edad Media. El Estatuto andaluz iba a comenzar a discutirse en septiembre de ese fatídico año.

El PNV es un partido leal. A sus intereses, pero leal, no engaña. Menos de un año después de aquel Estatuto, las milicias de gudaris se entregaban a las tropas italianas a cambio de que las dejasen salir por el puerto de Santoña. A la República aún le quedaban dos años de guerra, pero el País Vasco estaba perdido. Leal a su causa, que es la vasca.

2023. Los peneuvistas han puesto precio a la investidura, ahora se llama nación vasca, Urkullu dio el jueves el primer aldabonazo, Andoni Ortuza lo ha detallado, Feijóo no tiene su apoyo, pero Sánchez de momento tampoco. 

La respuesta de PP y PSOE ha sido vaga, templada, con cierto olor a vainilla. No hay ánimos de desairar al PNV ahora que posee una de las llaves que puede darle el Gobierno a Pedro Sánchez o concederle a Alberto Núñez Feijóo lo que intenta con su investidura fallida del 26 y 27 de septiembre: que, al menos, se repitan las elecciones en enero. Ambos partidos tienen su vista puesta en la sede de los Jardines de Albia de Bilbao, donde se levanta Sabin Etxea, sede nacional del PNV y residencia de su Ejecutiva, una dirección presidida por Andoni Ortuzar donde el lehendakari, Íñigo Urkullu, sólo tiene presencia por su condición de presidente autonómico. Respetado, casi venerado, pero sujeto a una bicefalia imperfecta donde quien manda es el partido.

Por eso, cuando Feijóo habló con él por teléfono esta semana de cara a su investidura, Urkullu tiró de manual estatutario: esto lo hablas con el PNV, yo sólo soy el Gobierno de Vitoria. Doce horas después, el lehendakari publicaba en el periódico El País una propuesta de reforma constitucional por el que España pasaría a convertirse en un Estado plurinacional que acoge en igualdad de trato a tres naciones. País Vasco, Cataluña y Galicia. Ni Juanma Moreno, que es presidente de la Junta y, por tanto, líder de la comunidad más poblada del país, la que rompió la asimetría subterránea de la Constitución, ha querido desairar al lehendakari. "Está bien avanzar en el autogobierno, pero sin relegar a nadie", contestó en las redes Juanma Moreno, que cerró su valoración con el broche necesario de que todo quede bajo los límites de la Constitución, y es que la propuesta de Urkullu no encaja en la Carta Magna sin romperla de arriba a abajo.

Dios y leyes viejas

   

Dios y leyes viejas, Jaungoikoa eta lega zaharra, es el lema del PNV, y la propuesta que ha realizado el lehendakari tiene ese sabor rancio que la entronca con una deformación historicista en la que España es un Estado plurinacional que acoge a tres naciones. Urkullu no es un radical en las formas. No es Juan José Ibarretxe, su antecesor, ni es guipuzcoano, de donde procede el ala más independentista del partido.

De las dos almas del PNV, la pactista y la soberanista, se sitúa en la primera. Por eso no rechaza la carta Magna, sino que apela al espíritu asimétrico que anida en la Constitución de 1978 cuando ampara en una de sus disposiciones "los derechos históricos de los territorios forales" y en otra otorgó el privilegio de la autonomía a aquellos "territorios que en el pasado" hubieran tenido estatutos de autonomía, es decir, durante la Segunda República.

Para el resto, la Constitución preveía un arduo camino, casi imposible, que logró superar Andalucía con el referéndum del 28 de febrero de 1980 y el posterior acuerdo en el Congreso que solventaba el resultado insuficiente de Almería. Tras Andalucía, siguieron todas las demás, con lo que se venía a romper ese asimetría original que se declara en el segundo artículo de la Carta Magna donde se diferencia entre nacionalidades y regiones.

La propuesta de Urkullu no es inconstitucional por su asimetría, sino por la disolución de la soberanía nacional española

A esto último es a lo que Juanma Moreno se ha referido de modo implícito en su respuesta. Andalucía, viene a defender el presidente, deber estar entre las comunidades históricas, porque entre otras razones así se define en su Estatuto con el argumento de que fue la única que accedió al autogobierno por un referéndum popular.

Pero la asimetría es sólo uno de los pilares del artículo de Urkullu, y no el más importante, porque su apuesta es que España avance hacia un Estado plurinacional en el que la soberanía ya no residiría en el pueblo español, sino en el conjunto de éste y de otros tres parlamentos. Hoy autonómicos; mañana, nacionales. En su sentencia sobre el Estatuto de Cataluña, el Tribunal Constitucional aceptó que se utilizase el término nación para esta comunidad porque sólo se mencionaba en el Preámbulo. Por tanto, sin consecuencias jurídicas.

La aparición de Urkullu en estos momentos se interpreta en un doble sentido. El primero es el contexto de la investidura. El PNV no apoyará la de Alberto Núñez Feijóo, pero tampoco ha decidido el respaldo a la de Pedro Sánchez. Feijóo y Urkullu mantienen una relación tan buena que les ha llevado en dos ocasiones a hacer coincidir las elecciones gallegas y vascas. Tampoco sería la primera vez que los nacionalistas respaldan a un presidente del Gobierno del PP, lo hicieron con José María Aznar y repitieron con Mariano Rajoy cuando a ambos les hizo falta si bien su participación en la moción de censura de Pedro Sánchez fue clave para que ésta saliese adelante.

El problema del PNV con el PP es Vox. Las elecciones autonómicas vascas se celebran antes del verano de 2024 y no va a entregarle el eje de la campaña al PSOE y Bildu. Y esto enlaza con la segunda motivación del lehendakari, porque su propuesta plurinacional también supone marcar un debate en el propio País Vasco. Bildu obtuvo un buen resultado en las municipales y casi alcanzó al PNV en las generales de julio, aunque en esa ocasión el PSOE fue el más votado. Eso anticipa unas autonómicas muy ajustadas, aunque el voto vasco está muy condicionado por el tipo de elección, se puede votar al PSOE en las generales, a Bildu en unas municipales y al PNV para el Gobierno de Vitoria.

El promotor de un Gobierno vasco de PSOE y Bildu era Pablo Iglesias, y ya no está

Hay quien da por hecho que el PSOE trataría de gobernar con Bildu si suman una mayoría, pero esa es una fórmula a la que aspiraba un tercero: Pablo Iglesias, anterior líder de Podemos, un partido que ha perdido bastante territorio en la comunidad vasca. Arnaldo Otegi ya ha dado a entender que él será el candidato, lo que dificulta un acuerdo de Gobierno de coalición para el PSOE si se considera su pasado de militante de ETA. 

Si gobierna, Sánchez lo hará con los apoyos de Bildu, pero también del PNV y tendrá que medir muy bien qué hace después de las elecciones vascas para no malograr esa frágil mayoría en el Congreso.

Pero Feijóo también flirtea con el PNV, y esa relación no se ha escrito del todo. Si los nacionalistas no apoyasen a Sánchez en la investidura, se repetirían las generales el 14 de enero y eso garantizaría un acuerdo de primera con el PP en los dos niveles, el nacional y el vasco, si Feijóo lograse crecer en esa segunda ocasión hasta convertir a Vox en un actor muy secundario.

  

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