Diario de Pasión

La misa para el pueblo

GUIADOS por la Tradición de la Iglesia y confirmados por la definición dogmática del Concilio de Trento, los católicos sostenemos que el Señor Jesús la víspera de su Pasión, mientras celebraba la Santa Cena con sus discípulos, instituyó el Santísimo Sacramento de la Eucaristía, consagrando el pan en su Cuerpo y el vino en su Sangre, y para que su institución se perpetuara dentro de su Iglesia, en aquella misma Cena consagró a sus Apóstoles como sacerdotes del Nuevo Testamento, facultándoles y mandándoles que hicieran lo que Él había hecho, y lo hicieran en conmemoración suya.

Tras la Ascensión del Señor al cielo, los seguidores de Jesús, siguiendo su mandato, comenzaron a reunirse para la fracción del Pan y para escuchar la doctrina de los Apóstoles al tiempo que adoraban a Dios y le dirigían fervorosas súplicas (Hch 2, 42). Probablemente en la Pascua del año 56 Pablo de Tarso, convertido por la aparición de Jesús Resucitado de perseguidor en apóstol y que entre los años 51 al 53 había plantado la floreciente comunidad cristiana de Corinto, se vio en la necesidad de escribirles a los corintios cristianos una hermosísima epístola, y dentro de ella insertó el recuerdo de la institución de la Eucaristía: "Yo he recibido una tradición que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido" (1 Cor 11, 23) y les cuenta seguidamente la institución de la Eucaristía, de modo similar a como la cuentan los tres evangelios sinópticos, pero insistiendo en que el Señor había dicho "Haced esto en conmemoración mía" (1 Cor 11, 23 y 24 ).

¿En qué lengua celebró Jesús la primera eucaristía y en qué lengua la celebraron luego las primeras comunidades cristianas? En una entrevista televisiva que le hicieron hace unos años a un sacerdote lefebvrista éste se permitió decir que por qué había que cambiar ahora un rito de decir la misa que llevaba usándose veinte siglos. Me pregunté si lo decía en serio porque solamente la ignorancia supina puede decir algo semejante.

Es evidente que Jesús y sus Apóstoles no hablaban en latín. Puede afirmarse con toda seguridad histórica que la santa cena y la institución de la Eucaristía no se hicieron en latín. Ni siquiera se hizo en hebreo, que era la lengua culta y erudita de los judíos, pero que al tiempo de Jesús ya no la hablaba el pueblo. El habla ordinaria era en arameo, que si alguna vez se le llama hebreo es porque los hebreos la hablaban. El arameo es una lengua semítica que originariamente fue el dialecto semítico de las tribus arameas que el año 1200 antes de Cristo penetraron en la región de cultura siropalestinense. Algunas de esas tribus adoptaron el dialecto cananeo mientras otras conservaban su lenguaje tradicional. Por estar los arameos enclavados entre Israel y Asiria, el arameo fue muy pronto comprendido tanto por israelitas como por asirios, y en el s. V antes de Cristo era la lengua de la cancillería de gran parte del imperio persa. El arameo se difundió como lengua popular, pero sufriendo, como es natural, el influjo de las lenguas autóctonas de las diversas regiones, y así surgieron diversos dialectos arameos, entre ellos el palestinense, en el que Jesús crucificado se dirigió al Padre. "Eli, Eli, lamá sabachtaní" (Mt 27, 46), y que se llamará palestinense cristiano y a partir de San Jerónimo, y al parecer no muy acertadamente, caldeo; surgió también el llamado sirio o de Edesa, usado en la liturgia siria, y utilizado con variantes por nestorianos y por jacobitas. Es claro que ninguna de estas iglesias o comunidades cristianas - la siria, la nestoriana, la jacobita etc. - hablaron nunca en latín ni celebraron nunca en latín su liturgia.

No debemos olvidar que el primer campo de expansión notable del cristianismo fue el Imperio Romano, y que en el Imperio Romano la lengua común fue el griego llamado coiné. Los Apóstoles y los demás misioneros cristianos de los primeros tiempos no predicaron en latín sino en griego y en griego se escribieron los evangelios, salvo quizás San Mateo, escrito originariamente en arameo pero traducido tan pronto al griego que el original arameo no se conserva, y fue la traducción griega la que se popularizó entre los cristianos. Ni siquiera el evangelio de San Marcos, escrito según una antigua tradición en Roma, se escribió en latín. San Pablo parecía tenerlo muy claro: "Si desconozco el significado de las palabras, seré un extranjero para aquel a quien le hablo, y el que me habla será un extranjero para mí" (1 Cor 14, 11) Y poco antes había escrito: "Si no habláis en una lengua que se entienda ¿cómo se sabrá lo que queréis decir? Será como si le habláis al aire" (ib. v.9)

Al extenderse el cristianismo por Asia y por el Norte de África, llegando incluso a Etiopía, las nuevas comunidades que se crearon ya no hablaron en griego en su liturgia sino que adoptaron el siríaco, el copto etc. Es decir: la lengua del pueblo.

A finales del s. IX, cuando el gran misionero de los eslavos San Metodio acudió a Roma a responder de las acusaciones que contra él se hacían, el papa Juan VIII lo examinó personalmente no hallando en él nada heterodoxo y le confirmó la facultad de celebrar la liturgia en el rito eslavo, en una lengua ajena al latín, pero que era la lengua en la que hablaban los eslavos que estaban siendo evangelizados. Cuando, pasando los siglos, el griego dejó de ser la lengua del Imperio Occidental, como el pueblo hablaba en latín, se pasó la liturgia al latín, por ser la lengua del pueblo, y la Biblia se tradujo al latín, y estando ya la Vetus latina, hizo una nueva traducción San Jerónimo, secretario y colaborador del papa San Dámaso, y a esta traducción, por estar en el latín que hablaba el vulgo, se la llamó Biblia Vulgata.

El Concilio de Trento no creyó conveniente traducir la liturgia del latín a las lenguas vulgares, y estaba en su derecho de creerlo así si entendía que por entonces no era conveniente, al haberlo hecho por su propia cuenta y sin licencia de la autoridad eclesiástica los llamados reformadores.

El Concilio Vaticano II apreció las muchas conveniencias que tendría una liturgia en la lengua del pueblo, pero no la impuso: dejó que cada Conferencia Episcopal la solicitase si lo creía conveniente, y sucedió que todas las Conferencias Episcopales del mundo, una tras otra, pidieron el permiso, concedido a condición de que la traducción la hicieran personas expertas y se sometiera luego a la aprobación de Roma. ¿Se le agradecerá alguna vez al Concilio Vaticano II y a Pablo VI con la debida sensatez histórica tamaño beneficio?

A los que han nacido desde 1980 hasta ahora les parece la misa en la lengua del pueblo lo más natural y propio, pero sin el Concilio y sin Pablo VI la misa seguiría en latín y a ver quien la entiende: ni siquiera todos los curas la entendían ¿O se nos ha olvidado ya que durante el siglo XIX se ordenaron numerosos sacerdotes "de carrera corta" o, como los llamaban otros, "de misa y olla" ? Los que andamos ya cerca de los ochenta años podemos recordar a no pocos sacerdotes, buenísimas personas sin duda y dadivosos con los pobres, pero que no predicaban porque no sabían predicar; no sabían siquiera dar catecismo; y el latín de su liturgia era ¿cómo decirlo?... manifiestamente mejorable.

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