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Andalucía

El interino y la emperatriz

  • Díaz y Zoido, dos líderes a los que nadie votó como tales, protagonizarán un duelo inédito en el Parlamento hasta que el PP despeje su propia incógnita sucesoria

Durante poco más de 50 meses, las sesiones de control del Parlamento andaluz han funcionado más o menos así: Juan Ignacio Zoido, el general del PP, disponía desordenadamente sus fuerzas sobre el terreno a la espera de que un golpe de suerte le diese esa victoria que su escaso sentido de la estrategia le niega por defecto. Pero en frente se topaba, una y otra vez, con el avezado José Antonio Griñán, confiado en la solidez de sus conocimientos, curtido en las artes de la retórica, consciente de que -casi siempre a la primera- el enemigo quedaría vendido por su propia torpeza. Zoido percutía con los ERE pero procuraba diversificar, y era ahí donde se perdía en una ensalada de ingredientes mal combinados. Griñán, simple y llanamente, ganaba sin despeinarse.

En las filas populares cundía la sensación de la oportunidad perdida pese a que, paradójicamente, Griñán agache al fin la cabeza abatido por cuestiones no sólo personales sino conectadas a la corrupción. Zoido ha logrado, casi sin creérselo, el objetivo del derribo político, aunque ahora emerja un escenario de incertidumbre. Tendrá que pelear con Susana Díaz, la sucesora de las no-primarias, y tendrá que hacerlo con argumentos renovados por dos razones. La primera, porque se enfrenta a una "mujer joven", que son los términos que el PSOE ha utilizado para alabarla, como si un par de hechos objetivos pudiesen convertirse repentinamente en virtud. La demagogia es básica materia prima de la clase política. Los socialistas recurrirán a ella si Zoido mete la pata con palabras que puedan afear en algo los factores edad y género. La segunda, porque la gestión de Díaz, tal y como recuerda Griñán cada vez que puede, no está contaminada por los ERE, la mina de oro del PP.

Mientras su relevo se resuelve (Arias Cañete se resiste a ocupar su asiento; Nieto dio la semana pasada un extraño paso atrás; Crespo gana peso con el transcurso de los días), Zoido podrá compensar la inquietud asociada al efecto SD con una objetivísima ventaja: la inminente presidenta de la Junta no es, ni de lejos, la oradora afilada que Griñán sí fue, ni tampoco atesora sus conocimientos macroeconómicos, uno de los flancos desde los que atacará el PP, eternamente apoyado en la muleta del paro y la pobreza galopante.

Paralelamente, la interinidad en que se ha instalado el liderazgo del PP-A no ayuda. Díaz conoce a su rival y los andaluces la conocerán rápido a ella, arropada por la ubicuidad que confieren la televisión y la prensa oficialistas. La oposición necesita rodar a su candidato cuanto antes. Y enfrentar la (matizable) savia nueva del socialismo con un cachorro de las mismas hechuras, a ser posible igualmente fémino. Lo único que por el momento queda claro es que el debate parlamentario caerá, en términos de brillantez expositiva, a sus cotas más bajas desde el inicio de la democracia.

La Cámara autonómica funciona con otro lastre estructural: la escasa variedad de su ecosistema. Por segunda legislatura consecutiva, apenas son tres los partidos con representación, y esa sequía rebaja el nivel de exigencia porque las sesiones de control se convierten en un dos (PSOE e IU) contra uno (PP) que pervierte el sentido original del mecanismo parlamentario. Zoido no sólo ha tenido que amontonar derrotas y derrotillas ante Griñán; también ha sufrido los dardos de la avanzadilla del socio minoritario de Gobierno. La federación de izquierdas no ha dado con la tecla del equilibrio entre fidelidad y autonomía. José Antonio Castro, su portavoz en el hemiciclo, ha vendido poco los logros de sus consejerías, atacado mucho las políticas dictadas desde Madrid por el pérfido Ejecutivo de Mariano Rajoy y allanado en exceso, a veces hasta rozar el servilismo, la tierra que pisaba el presidente.

Será interesante observar cómo actúa el cambio de cromos del PSOE en IU. Diego Valderas, vicepresidente de la Junta, ha estado acompañado en la trastienda de la coalición mucho más por Díaz que por Griñán, y ese contacto permanente debería ser la principal garantía de estabilidad. Pero Díaz ya no despachará únicamente en las sombras sino en el directo del Parlamento, sometida a nuevas exigencias y miradas, presionada por la necesidad de arrancar un Presupuesto para 2014 que respete el objetivo de déficit del 1% y adicionalmente atareada por la certeza de que Valderas ya no desempeña un rol ejecutivo sino meramente institucional desde la llegada al poder de su camarada Antonio Maíllo.

Al Parlamento le falta, en cualquier caso, un reenfoque que no se ha producido pese a la crisis y el desapego. Menos confrontación y más ideas constructivas. Respeto al adversario. Afán de superación. Honestidad (ay, aquellas malditas dietas). Mandatos limitados para los diputados, sean o no miembros del Gobierno. Productividad, formación, ilusión, aperturismo, interactividad, sobriedad y dinamismo. Al Parlamento le falta ganarse el respeto de la gente, de las élites y de los rostros anónimos. Le falta creerse el cuento de un país mejor, porque difícilmente alguien que no cree en lo que dice puede transmitir esa mentira como verdad a los demás.

Desgraciadamente, todo seguirá igual. Buenos y malos, socios y rivales, escaños y poder. La política es pura distopía, y Andalucía no es una excepción.

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