Análisis
Rafael Salgueiro
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Nuestro altísimo volumen de deuda pública somete al Estado a dos importantes retos cada año: conseguir dinero suficiente en los mercados para poder amortizar los títulos que van venciendo y soportar la pesada carga de intereses que genera. Para salir airoso de ambos resulta fundamental que España sea un país que ofrezca confianza, que los inversores acudan a las subastas y que lo hagan además sin exigir una retribución alta. Ahora estamos pasando un momento dulce. La amplia demanda para nuestras Letras, Bonos y Obligaciones del Estado y los bajísimos costes a los que se están colocando estos títulos están haciendo llevadero el elevado nivel de endeudamiento. Pero existen riesgos en el horizonte.
Llegar a esta situación ha sido posible por la positiva evolución de nuestras variables macroeconómicas de estos últimos años -crecimiento del PIB, la contención del déficit público y la disminución de la tasa de paro-. Consecuentemente, las cuatro principales agencias de rating han ido mejorando la calificación crediticia de España hasta el nivel A- (Fitch). Nada que ver con la situación de 2012, cuando los inversores compraban deuda pública exigiendo un 7%. Ayer el bono a diez años cotizaba a 1,22%.
Y para que esto se produjera ha resultado, y sigue resultando, decisiva la intervención del Banco Central Europeo (BCE). Hemos contado con un agente dispuesto a comprar y comprar nuestra deuda sin mirar precios, y que además ha mantenido los tipos de interés oficiales por los suelos. El Estado ha notado sus efectos por la menor carga de intereses en los presupuestos, pero también por el impulso que ha supuesto para la economía que las familias y empresas se aliviaran de intereses, pudiendo dedicar esa parte liberada a consumo y a inversión: un poderoso estímulo fiscal disfrazado de monetario.
La sostenibilidad de esta enorme deuda exige crecimiento. Y ahí está la clave de lo que pueda pasar éste y los próximos años. Las previsiones se están revisando a la baja. Este mismo jueves, la Comisión Europea –otra vez– ha rebajado seis décimas a su previsión de crecimiento de la Eurozona para 2019, hasta el 1,3%; para España, la ha dejado en el 2,1%. De la misma forma, también han retocado a la baja las estimaciones para 2020. Y el temor es que se sigan rebajando, porque son numerosos los riesgos geopolíticos -Italia, un Brexit sin acuerdo o la guerra entre EE.UU y China- que existen actualmente. En caso de materializarse alguno de ellos, tendría un efecto claro negativo sobre el crecimiento económico.
En estas circunstancias, al BCE le va a ser difícil retirarse. Y en la medida que la desaceleración sea más o menos acusada no solo tendrá que seguir manteniendo sino volver a intensificar los estímulos monetarios. La deuda pública española, por tanto, seguirá contando con su importante respaldo; además, España espera unos crecimientos por encima de la Eurozona, y esto también será positivo porque nuestra deuda puede beneficiarse de la mejor situación relativa respecto a otros países como Italia o Francia. No obstante, no cabe la complacencia. Recordemos que cada punto de subida del interés medio de la deuda rebaña 11.000 millones de euros al presupuesto, y cuando se pierde el equilibrio, los bucles negativos empiezan a dispararse. España tiene –sí o sí– que seguir ofreciendo confianza. Y para ello, cada décima de crecimiento cuenta.
¿Cuánto debemos?
La deuda pública española alcanzó a finales de 2018 los 1,175 billones de euros. Para comprender la magnitud del crecimiento de estos últimos años puede acudirse a un dato: diez años antes ascendía a 439.000 millones de euros, casi la tercera parte. Y aportemos dos datos más para terminar de hacernos una idea de su importancia: cada español debe unos 25.000 euros, o unos 65.000 euros si es por familia como se realiza este cálculo. Si ese montante de deuda se mide en términos relativos -en función del PIB- los datos son algo más positivos. Actualmente representa el 98,3% frente al 39,5% del 2008. El máximo se alcanzó en 2014, con el 100,4% del PIB. Gracias a que el PIB está creciendo, aunque la deuda en valores absolutos también seguirá aumentando, para 2019 se estima que el ratio deuda/PIB continuará reduciéndose hasta el 95,4%, aún muy alejada de los criterios previstos por el Tratado de Maastricht, que considera que un país tiene unas finanzas saneadas si su deuda pública no supera el 60%.
El perfil de vencimientos de esos 1,175 billones de euros (ver gráfico) es literalmente para echarse a temblar. ¡Los vencimientos se extienden hasta 2066! Este año tendremos que afrontar la devolución de unos 140.000 millones de euros, y en 2020, ya tenemos comprometidos cerca de 90.000 millones de euros.
¿Cuánto nos cuesta?
La continua renovación de la deuda, por la que se amortiza deuda antigua que se emitió a costes más altos por nuevas emisiones a tipos bajísimos, va produciendo poco a poco que disminuya el tipo medio. Actualmente, ese tipo de interés medio de la deuda en circulación (ver gráfico) se sitúa en un mínimo histórico, el 2,39%, muy inferior al 4,5% del inicio de la crisis en 2007. Para 2019, se estima que el coste medio continúe cayendo, a pesar del aumento previsto en los tipos de interés. Así, la carga financiera respecto al PIB (ver gráfico) ha descendido ligeramente, desde el 3,1% de 2014 al 2,5% de 2018. Traducida a valores absolutos, los intereses anuales suponen más de 31.000 millones de euros, cantidad equivalente al 71% del gasto en educación, al 50% del gasto en sanidad o más del doble del gasto en defensa.
¿A quiénes le debemos?
Cerca del 40% de la deuda española está en manos de inversores extranjeros. Otro 40% pertenece a inversores residentes; de ellos, el 16,9% son instituciones de crédito, que ha reducido su porcentaje estos últimos años, suavizando el vínculo entre los bancos españoles y su soberano. El resto son fondos de inversión, empresas, familias y otros. Por su parte, el Banco Central Europeo, debido al programa de compras de activos que ha desarrollado estos últimos años, se ha convertido en propietario de 250.711 millones de euros, el 22% del total de nuestra deuda (en el gráfico aparece como tenedor el Banco de España, su sucursal en nuestro país). Aunque instrumentalizado a través del BCE, el efecto final es que nos hemos comprado todo este montón de deuda a nosotros mismos.
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