Manuel Delgado Cabeza | Catedrático de Economía y miembro de la Fundación Blas Infante

“Blas Infante jamás se propuso hacer un partido político”

Manuel Delgado Cabeza, catedrático de Economía y miembro de la Fundación Blas Infante.

Manuel Delgado Cabeza, catedrático de Economía y miembro de la Fundación Blas Infante.

Manuel Delgado es Economista, Catedrático de la Universidad de Sevilla jubilado en 2018. Miembro de la Fundación Blas Infante y de Andalucía Viva, ha coordinado el libro Andalucismo histórico. Cien años de la samblea de Ronda, que acaba de editar Almuzara, con textos basados en las ponencias del XVI Congreso de la Fundación, celebrado en Ronda en noviembre de 2018 y que firman, además de él mismo, Isidoro Moreno, Manuel Ruiz Romero, Pura Sánchez, Olivia Carballar, Manuel Hijano, Antonio Manuel Rodríguez y José María García León.

–En el libro que coordina se defiende que muchos de los planteamientos del andalucismo histórico tienen plena vigencia. ¿Cuáles son y por qué?

–La Asamblea de Ronda fue un hito del andalucismo histórico. Se produce en una sociedad muy convulsa, cuando las agitaciones campesinas llegaron al culmen. La situación social era dramática y la respuesta de los jornaleros fue muy reivindicativa, aunque la tradición venía del siglo XIX y el despojo también. Los andalucistas quisieron hacerse eco de estos movimientos sociales. Quizá lo más importante fue el compromiso de asumir los principios de la Constitución de Antequera de 1883. Se resumen en tres: la soberanía, se declaraba a Andalucía autónoma y soberana; el municipalismo, que implica una construcción de Andalucía de abajo a arriba, como una federación y articulación de municipios, porque en ellos, entre otras cosas, es más fácil la participación activa y directa del pueblo en la toma de decisiones políticas; y la igualdad entre el hombre y la mujer, que se afirmaba de una manera rotunda. Son tres principios que siguen teniendo una actualidad rabiosa.

–El centenario de la Asamblea de Ronda pasó desapercibido en 2018. Para muchos, es poco más que el eco de una hermosa canción de Carlos Cano.

–Tiene que ver con que Blas Infante es una figura incómoda. Su pensamiento fue muy avanzado en su época pero sólo se conoce lo superficial, pese a que hace casi 40 años que el Parlamento andaluz lo hizo Padre de la Patria Andaluza. Nos da muchas claves que necesitamos para la transformación de Andalucía. Su pensamiento supone una transformación radical de la realidad andaluza, radical de ir a la raíz de los problemas. Propone una transformación no en nombre del pueblo andaluz, ni siquiera sólo en beneficio de Andalucía sino protagonizada por el pueblo andaluz y eso era muy peligroso. Planteaba más que una revolución, una metamorfosis. En lo político, por ejemplo, pedía capacidad y libertad para decidir. Sigue siendo rabiosamente de actualidad, porque Andalucía no tiene la posibilidad de gobernarse a sí misma con las herramientas que puso en marcha la autonomía: las transferencias se hicieron con una financiación inferior a su coste y de forma recortada. No tenemos las herramientas para gestionar nuestros recursos, como el agua; la tierra, como se vio cuando la reforma agraria fue echada para atrás; sobre nuestras infraestructuras o el sistema financiero. Durante 40 años se desmantelaron las cajas de ahorros y cuando lo estaban, el gobierno de coalición del PSOE e IU se planteó la posibilidad de una banca pública. Pero el permiso viene de Madrid. Podríamos seguir. La subalternidad política lleva a que el Gobierno andaluz sea un convidado de piedra en temas muy importantes para Andalucía, que se gestionan muy lejos de los intereses de los andaluces.

–Se quejan de que la obra de Blas Infante no se haya difundido más en colegios e institutos. ¿Se han desenfocado las cosas con el desayuno andaluz de cada 28-F?

–Eso se llama desactivar el potencial de liberación que tiene el pensamiento andalucista, sustituir el fondo de ese pensamiento por una tostada con jamón y aceite. Es un símbolo de lo que hemos estado haciendo estos 40 años con la cabeza de los andaluces, dándole la vuelta, desactivando el conflicto y el fuerte potencial de liberación de su cultura para vaciarlo todo de contenido. El PSOE tiene aquí una responsabilidad tremenda.

–¿Qué le parece que se olvidara del himno en su último Congreso andaluz?

–Las políticas del PSOE están construidas desde el principio para hacerse con el poder en la Moncloa. Andalucía es un instrumento para alcanzarlo y lo ha sido así durante los 40 años.

–Pero se ha dicho que su gran implantación en Andalucía se debe que asumió y se identificó con el andalucismo que estalló en el proceso autonómico.

–Se apropió de los símbolos por razones electorales, pero vaciando de contenido el fondo del andalucismo histórico.

–El PP no se olvidó del himno en su Congreso, que fue en clave nacional en parte, ¿también es simbólico?

–Sí, lo que se está haciendo es continuar con el mismo camino que se había iniciado con el PSOE.

–El PA nunca tuvo mucho tirón electoral, ¿pero su desaparición como marca no hace ahora que el andalucismo tenga menos opciones de levantar el vuelo?

–El PA cometió bastantes errores y tuvo que entrar en el mercado de votos compitiendo con el PSOE. Se alejó mucho del pensamiento de Blas Infante, que jamás se propuso hacer un partido político. Para él había algo que estaba por delante: que el pueblo andaluz tomara conciencia de su situación y fuera el que se organizara; capacitarlo para tomar las riendas de su propio destino, sin profesionales de la política que secuestren su soberanía. Este sistema político, desde que empezó la autonomía entre comillas, ha ido haciendo todo lo contrario, se ha ido adormeciendo al personal y desactivando su conciencia política, que se manifestó claramente el 4 de diciembre de 1977.

–¿Otra fecha que se recuerda poco?

–El pueblo andaluz salió a la calle para manifestar que existía, para decir que estamos aquí y somos un pueblo y nos autorreconocemos y queremos las herramientas para resolver nuestros problemas y eso fue reconducido por los cauces institucionales muy poco tiempo después, difuminándose las aspiraciones, hasta el punto de que si las miramos una a una estamos en las antípodas.

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