Fernando Belmonte. Bailaor

"Hoy se ha perdido la figura, antes teníamos admiración y casi obsesión por ellas"

  • Treinta años después de su última vez, Fernando Belmonte volverá a subirse a un escenario.

Treinta años después de su última vez, Fernando Belmonte volverá a subirse a un escenario. Desde entonces hasta ahora ha tenido incursiones esporádicas, pero no como ahora donde será el planeta a través del cual gire toda su obra. Con un café solo, “nunca lo he probado con leche ni con azúcar”, -relata-, y escoltado por el bailaor Fernando Galán y Paco del Río empezamos la conversación.

—Se acerca el gran día, ¿nervioso?

—Supernervioso porque después de treinta años sin pisar un escenario imagínate lo que puede ser. Llevo mucho tiempo inactivo y aunque montes coreografías o des algunas clases a niños y a mayores que doy en La Barca, no es lo mismo que tomar la responsabilidad del baile.

—¿Qué es lo que peor lleva?

—Para mí es una responsabilidad salir de nuevo ante el público de Jerez y en un Villamarta. Bailar en la feria o darme una pataíta por bulerías no me cuesta trabajo, pero esto es meterme dentro de una disciplina y más que nada dejarme mandar, porque siempre he sido yo el que he mandado. Ahora es Joaquín (Grilo) el que me manda (risas).

—¿Cómo surge la idea de este espectáculo?

—Joaquín y yo llevábamos un par de años con esta idea. Un día vino a comer a casa y me dijo que deberíamos buscar un guión. Yo le comenté que había un poema de Antonio Gallardo, de cuando yo tenía veinte años, que me acordaba de memoria. Lo escribimos, Antonio, que no se acordaba si quiera de aquello, lo rectificó un poco y así ha surgido el guión del espectáculo, que es como mi biografía.

—Aparte de Joaquín cuenta con más bailaores y artistas. Háblenos un poco de ello.

—De mis alumnos de verdad, aparte de Joaquín Grilo, cuento con Fernando Galán, que hace mi personaje de joven, y con algunos chicos que no han estudiado en Jerez pero les he dado cursillos que son Ángel Muñoz, Cristian Gómez, Úrsula López, Alicia Márquez y Charo Espino. Me hubiera gustado que hubiesen venido algunos alumnos más del Ballet Albarizuela, pero por sus contratos y demás no podían venir. Porque por ejemplo Antonio ‘El Granjero’ está en Norteamérica, y Domingo e Inmaculada Ortega tenían mucho trabajo.

—En todo este tiempo, ¿qué ha sido de usted? ¿Ha abandonado el baile?

—No, abandonado el baile no. Lo que pasa es que una vez que acabó la Expo’92, los niños del Ballet empezaron a dispersarse, todos abrieron sus compañías y lo único que he hecho es eso, montar algunas coreografías para ellos. A Domingo Ortega le monté Orfeo para ir a Los Ángeles, a Joaquín le superviso las cosas...Todo en plan de supervisión. Últimamente, por matar el gusanillo, doy unas clases a niños y matrimonios. Como yo vivo entre La Barca y el Valle doy las clases por allí, pero más que nada por hobby.

—Romper con la dinámica de una familia torera, ¿costó mucho?

—Sí costó porque en mi casa sólo se olía a toro. Mi padre nos daba clases de toros a todos en el patio de mi casa. Ya después dije que esto era lo que me gustaba, mi padre desgraciadamente murió y pese a mis hermanos, que no me querían dejar bailar, lo logré. Mi madre me apoyaba y gracias a Antonio Gallardo me fui a Madrid con La Paquera y a partir de ahí surgió todo. Cuando mis hermanos se enteraron aparecieron por Madrid y era justo un día antes de hacer una audición con Antonio ‘El Bailarín’. Cuando supieron que iba a entrar en su compañía, con la personalidad que tenía Antonio, se callaron y todo siguió adelante.

—Cuéntenos sus inicios.

—Me fui con quince años a Madrid pensando que lo sabía todo. Antes había dado clases con María Pérez y con Angelita Gómez, que daba las clases por las casas. Pero cuando me encontré con lo que había en Madrid, con lo que era Amor de Dios y todo eso, me dije ‘yo no tengo ni idea’. Tuve la suerte de contar con Victoria Eugenia, Alberto Lorca y todos los grandes maestros de allí y pasé por lo que teníamos que pasar todos, por las clases de jota, de bailes regionales.... Porque entonces para entrar en un ballet había que saber de todo, no como ahora que el flamenco es lo que impera. Tocaba las palmas en los discos de La Paquera, que quería que sus palmas fueran de Ángel García, un bailaor de Jerez que murió, y las mías. Así empezamos todos a vivir en una pensión en la que estaba Paco de Lucía, Manolo Sanlúcar, Rocío Jurado, La Paquera...Así empezó mi vida artística, tenía sólo 16 años. Tuve la suerte de hacer una audición con Antonio y entré en su compañía.

—¿Qué significó para usted la figura de Antonio?

—Cuando era un niño venía mucho a Villamarta, porque mi padre era amigo del dueño Arturo Ribas, el dueño de Villamarta, y siempre teníamos entradas en el proscenio. De pronto, de haber visto a Antonio en el teatro pasé a estar en su compañía y eso fue muy fuerte. Es más, el día que le di la audición me bailó él a mí y eso se me ha quedado grabado. Para mí, y para todos los bailaores de aquella época, era como un Dios. Hoy se ha perdido un poco eso, la figura. Ahora todo es de andar por casa, pero antes teníamos gran admiración y casi obsesión por los que eran figuras.

—¿Ya no hay respeto en el baile?

—Totalmente. Nosotros con Antonio teníamos un respeto. Aquello era tipo cuartel, pero a la hora de ensayar. Y aunque la gente habla muy mal de Antonio, él, después del ensayo, era un compañero más y una persona increíble. Toda la compañía salía a ver a Antonio porque improvisaba diariamente. Aunque tuviera todo tan marcado, toda la compañía se cambiaba en entre cajas por ver qué iba a hacer ese hombre cada día. Era lo máximo que había y de ahí surgió todo lo que hoy día tenemos.

—Coménteme qué le sugiere cada nombre. ¿María Rosa?

—Era una gran bailarina y que tuvo la suerte de contar con muchos medios para montar una compañía. Aparte de eso, empezó a escoger a los primeros bailarines de diferentes compañías y por eso se ha mantenido tantísimos años. Hubo un momento en que apenas había cuerpo de baile, todos éramos primeros bailarines. Juan Antonio Jiménez, el marido de Cristina Hoyos, Ángel Arocha, Ángel García...

—¿Ángel García?

—Para mí fue como un hermano. Nos fuimos juntos a Madrid, los dos estuvimos juntos con Antonio, después pasamos con María Rosa pero tuvo la mala suerte de fallecer en un accidente justo veinte días antes de estrenar su compañía, el Ballet Antología.

—¿Paco del Río?

—Un compañero mío que entró en mi compañía y que siempre ha estado como bailarín clásico de ella. Cuando ya dejamos de bailar se nos ocurrió la idea de montar el estudio en la Calle Bizcocheros en Jerez. Él daba las clases de clásico y de ahí nació el Ballet Albarizuela.

—¿Y La Paquera?

—También ha sido como una hermana. Cuando Antonio Gallardo me llevó a Madrid viví con ella en una pensión pero después, cuando ella rompió y se compró su piso en Madrid, me dijo ‘tú cómo vas a estar en una pensión, tú a mi casa’. Eso era un poquillo ruinoso porque estábamos de cachondeo todo el día y yo al otro día tenía que ir a las diez a las clases de Antonio, pero es que el flamenqueo nos tiraba y nos marcábamos juergas y juergas cuando ella acababa en Los Canasteros. Es más, la primera vez que bailé fue con su hermana Margari. Estaba yo todavía dando clases con Antonio y fuimos a un pueblo que se llamaba Cebolla en Toledo. Después de su última bulería dijo La Paquera ‘ahora va a bailar mi primo Fernando’, me dio un jalón y ahí empecé a bailar.

—¿Qué fue para usted el Ballet Albarizuela?

—En principio fue como un juego, porque me acuerdo que fue en una temporada en la que hubo el bajonazo de las playas en verano. En enero del año 80 habíamos abierto el estudio y yo, a los que veía que destacaban los iba apartando, les iba montando numeritos. En verano se quedaron nueve o diez niños y tuve la gran oportunidad de que por el estudio pasó José Luis López Enamorado, que era el director del programa La Danza, para saludarme. Vio lo que estaban haciendo los niños y me dijo ‘te hago dos programas’, y así surgió todo. Poco a poco se fueron incorporando niños, porque yo lo que hacía era separar a los que tenían cualidades. Éstos ya no pagaban sus clases y entraban en el Ballet Albarizuela como becados. Surgió casi sin querer, pero fue un bombazo y ya empezaron a ir a diferentes programas como ‘Daba-daba-da’, ‘El Kiosko’....Debutamos en Villamarta para presentarnos y ya por toda España.

—¿Ve hoy día la misma ilusión que veías en los jóvenes antes?

—No. El otro día viendo ese programa de La Danza en casa comentaba que el amor que tenían esos niños por el baile no lo tienen los de hoy. Ahora son más facilones, quieren llegar a lo máximo pero sin cuidar una técnica, sin conocimientos de muchas cosas. Sin embargo, yo veía ese programa el otro día y veía a unos ñiños de cinco años que hacían todo perfecto. Por ejemplo, daba un parón en los ensayos y parecía Jesucristo, rodeado de niños. Me preguntaban de todo, de focos, de entradas, de salidas.... Me acuerdo que un día fui al Lope de Vega y aunque era día de descanso del personal tuvo que ir. Imagínate que en un día de descanso vaya una academia de Jerez. Cuando vio que los niños preguntaban ‘¿dónde está el cenital?, ¿dónde está este foco?’ los trataban como si fueran el fin de curso de un colegio. Sin embargo, cuando vieron el ensayo y cómo eran los niños se tiraban de los pelos porque decían ‘esto no es normal’. Estos niños no fueron normales y la lástima es que muchos de ellos no siguieron bailando porque eran perfectos. Yo doy clases ahora y para dos o tres que le pueda gustar no tienen el interés que tenían antes.

—¿Echas de menos una institución parecida al Ballet Albarizuela porque no sólo se forjaron bailaores, sino guitarristas y cantaores?

—Sí, la verdad es que sí. Nosotros teníamos infinidad de guitarristas y cuando necesitabas alguno tenías como once allí tocando. Allí se han forjado de todo, hasta cantaores como María José Santiago. Yo siempre me he metido en todos los líos, el último en el 96 cuando saqué a David de María cuando eran Los Kelliam 71.

—Quiere decir que siente nostalgia de todo eso, ¿no?

—Sí, lo echo mucho de menos, por eso cuando me llama Domingo, Antonio ‘El Granjero’ o Joaquín me gusta ir de supervisor y estar cuatro o cinco días en el ambiente.

—¿Ha cambiado mucho el baile de antes respecto al de ahora?

—Por supuesto. En técnica sobre todo. Hoy en día los bailaores de pie están increíbles, pero bajo mi punto de vista, por ejemplo, echo en falta en el escenario a una mujer como una mujer, es decir, un braceo de mujer, una bata de cola, unos palillos en condiciones, que eso las bailaoras de hoy no lo hacen.

—Ahora no hay fronteras en el baile. A usted ¿qué le parecen todas esas propuestas extravagantes?

—Yo respeto a todo el mundo y cada uno puede hacer lo que quiera, pero yo me rijo por los cánones antiguos. Se pueden hacer cosas modernas, pero de ahí a desvirtuar....

—¿Corre peligro el baile más tradicional?

—Yo pienso que sí porque hoy en día algunos parecen una ametralladora más que un bailarín. No hay estética, no hay colocación y salen todos muy mal vestidos. Una cosa es que tú te modernices y salgas con un traje actual, y que conste que fui de los que me ponía trajes atrevidos y cuando íbamos a Sudamérica a las mujeres les poníamos grandes escotes, y otra que compres el vestuario en Pampa, que ya no existe (risas). Es que van muy mal vestidos, no guardan una línea y la estética es imprescindible en el escenario.

—Es que ahora está todo muy enrevesado, ¿no cree?

—Ahora se busca demasiado lo complicado y a veces la gente lo que quiere es algo simple. Yo he estado en sitios en los que lo más sencillo gusta. El teatro ha perdido su magia, es todo demasiado artificial. El ejemplo más claro está en los micros. Ahora los artistas llevan micros en todos lados y antes se cantaba sin micro. Yo recuerdo que las cantantes de copla, con la orquesta delante y todo, cantaban sin micro.

—Para ir terminando, ¿en qué situación está el mundo de la danza hoy día?

—Yo todavía me quedo un poco de lo de antes. Hay gente que me gusta muchísimo y otras que me gusta menos. Hoy día lo tienen todo bien montado, tienen seguridad social, sus días de descanso....Yo recuerdo que una vez pedí mi seguridad social en Canarias y no me echaron de la isla de milagro. Creo que el baile se debería estudiar como carrera y en un conservatorio para que se diera de todo, desde escuela bolera hasta el clásico español o los bailes regionales. Es una pena porque somos igual de ricos que Rusia en folcklore.

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