Festival de Jerez

Ofrenda flamenca a Marga Gil Roësset

Mercedes de Córdoba, en los Museos de la Atalaya.

Mercedes de Córdoba, en los Museos de la Atalaya. / Miguel Ángel González

Marga Gil Roësset vivió 24 años, el tiempo que necesitó para darse cuenta de que nunca sería feliz. Con 24 años se suicidó este genio precoz de la escultura y la pintura. La bailaora Mercedes de Córdoba ha decidido sacar de la sombría tumba del olvido a esta artista de Las Sinsombrero, la generación del 27 femenina. Un acierto bucear en referentes que causen curiosidad, que aporten al espectador un chispazo de sorpresa y no caigan en la obviedad y la reiteración.

Mercedes de Córdoba ha mostrado el work in progress de su espectáculo Olvidadas, una propuesta que estará dedicada de forma más extensa a esta generación de mujeres, Las Sinsombrero, que decidieron sacarse el sombrero como gesto de rebeldía ante una sociedad que no reconocía sus méritos. La obra de estas mujeres, silenciada durante años, ha empezado a tener más repercusión en los últimos tiempos, en especial por el esfuerzo de historiadoras que están trayendo al presente la vida y obra de esta generación. En el flamenco, es la primera vez que una artista se adentra en este universo. El espectáculo ha sido arropado por el cante de Jesús Corbacho, la guitarra de Juan Campallo y la percusión de Paco Vega, quienes han sabido insuflar en Mercedes la inspiración necesaria para esta invocación.

Para este pase especial de Infinita (con el alma fuera y el cuerpo dentro), en el que Mercedes de Córdoba ha querido mostrar un esbozo de lo que está por venir, la escena ha sucedido con el público de pie alrededor del escenario. Este formato permite crear una energía más horizontal y cercana. La perspectiva cambia la mirada, y situarnos alrededor del núcleo genera una sensación de abrazo colectivo, casi estábamos arropando a la bailaora y a su elenco.

La revelación del espíritu apasionado de esta niña prodigio sucede a modo de ritual, con una ofrenda sincera de flores, margaritas blancas, que Mercedes terminó regalando al público, una bella forma de repartir el recuerdo y sacarlo de su olvido. La escena ha estado presidida por un altar en el que se han proyectado fotografías de la artista y de su obra, con fragmentos de textos, pinturas y esculturas.

El work in progress ha contado con un momento inesperado y sumamente íntimo, como ha sido la participación de Marga Clark, sobrina de Marga Gil Roësset. En este momento el espectáculo de música y baile se convierte en un conversatorio entre Mercedes y Marga para descubrir quién fue esta niña prodigio, qué secretos escondía y qué oscuridad la atravesaba. Bravo por Mercedes de Córdoba, que se atreve a hablar y a preguntar por el suicidio sin ocultar o edulcorar el término. Este ejercicio de invocación entraña una dificultad de una sensibilidad extrema que Mercedes de Córdoba ha sabido transmitir con delicadeza, respeto y cariño.

Esta elipsis en mitad del baile y la música para pasar a la conversación y a la palabra ha abierto una dimensión nueva al espectáculo, como un agujero negro que ha venido a traernos información desde otro lugar. Marga Clark ha leído el texto que Marga Gil Roësset escribió antes de acabar con su vida, una carta de amor dirigida a sus padres. Acceder a este tipo de intimidad podría resultar morboso en cualquier otra situación, pero Mercedes de Córdoba sabe cómo dignificar este momento. Hay verdad y una sensibilidad real. Los retales que nos llegan de la vida de Marga Gil Roësset nos conectan a un linaje ancestral que toda persona, en especial toda mujer, lleva dentro. Por eso es fácil conectar con la historia, porque se hace universal.

Mercedes aprovecha esta catarsis para bailar, para entregarse por completo a la memoria, y lo hace con fuerza, con su baile profundo y terrenal. Cómo podría imaginar Marga Gil Roësset que resucitaría en Jerez, que una bailaora llamada Mercedes de Córdoba iba a darle un abrazo con una soleá 92 años después de su muerte.

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