50 años de azucareras y maños en Jerez
Jerez/A los maños y azucareros de Jerez
El pasado 9 de octubre, día de San Dionisio, tuvo lugar la entrega anual de los premios Ciudad de Jerez que este año distinguían con su Premio Especial, a los trabajadores aragoneses de las azucareras, con motivo del 50 aniversario de su llegada a nuestra ciudad. Sirvan estas líneas como homenaje a la 'comunidad maña' y a todos los azucareros.
Una historia que comienza hace más de un siglo
Por elegir una fecha relevante, la historia de las azucareras en Jerez (1) puede empezar a contarse a partir del 15 de noviembre de 1897, cuando la Gaceta de Madrid anunciaba la subasta pública para la “Concesión de un canal de riego derivado del Río Guadalete”. Con un presupuesto inicial de 1.227.968 pesetas, este proyecto tenía como finalidad la construcción de una presa o azud en el ‘Vado de los Hornos’ -lugar que acabaría siendo conocido como ‘La Corta’-, para poner en riego las vegas cercanas a El Portal (2).
Toda la comarca, y en especial la ciudad de Jerez, atravesaba entonces por una grave crisis marcada por el paro y los conflictos sociales que se había visto acentuada por la plaga de filoxera, desatada en 1984, y que terminaría por arruinar en poco tiempo todo el viñedo. No es de extrañar por ello que en estos años se alzaran voces pidiendo buscar alternativas al monocultivo de la vid.
Las propuestas pasaban, invariablemente, por la puesta en regadío de las mejores tierras del término (3). La construcción del Pantano de Guadalcacín, que habría de esperar aún más de una década, estuvo precedida por una iniciativa más modesta: los regadíos, de unas 2000 hectáreas, en las vegas de los Villares, El Torno, las Quinientas, El Palmar y El Portal.
Promovida por la Sociedad Agrícola Industrial del Guadalete (4) supuso la construcción del azud de La Corta, una estación elevadora a vapor y una amplia red de canales y acequias para poner en riego 2000 hectáreas (5). En definitiva “un proyecto netamente modernizador de carácter agroindustrial que significaba un cambio muy apreciable” (6). Y todo con el propósito de introducir en las vegas del Guadalete el cultivo de la remolacha, para lo que se levantó también la primera fábrica de azúcar de nuestra provincia, la Azucarera Jerezana, en El Portal.
Iniciada su construcción en 1899, la vida de aquella azucarera fue muy corta. Pese a la puesta en regadío de una amplia vega, el contenido en azúcar de la remolacha cultivada ofrecía bajos porcentajes. El auge de esta industria en otras zonas del país (Zaragoza, León, Granada…) (7) y las dificultades económicas de la Sociedad promotora llevaron al cierre de la factoría en 1906 (8).
La nave central y muchas de sus dependencias aún siguieron en pie durante varias décadas, sufriendo en algunas ocasiones, las crecidas del Guadalete que inundaban parcialmente sus instalaciones. Su maquinaria fue desmontada progresivamente y vendida a otras azucareras que, en esos años, habían iniciado también su andadura o realizaban ampliaciones.
Y aquí, en una de esas curiosas idas y venidas de la pequeña historia de las azucareras entra en juego un técnico mecánico, D. Nicolás Moliner Gallego, a quien encontramos en el mes de noviembre de 1919 desmontando en El Portal una de estas máquinas de la Azucarera Jerezana para trasladarla a la Azucarera del Jalón, en Épila (Zaragoza), donde trabaja. Su hijo, Salvador Moliner Ortega –quien se empleará años más tarde en la misma empresa- nacerá en Jerez durante la estancia temporal de su familia que regresará, cumplida la tarea, a la localidad aragonesa.
Cincuenta años después, por esas paradojas de la vida, la Azucarera de Épila se cerrará y parte de su maquinaria se desmontará para ser trasladada a la nueva Azucarera de Jédula.
Arruinadas sus techumbres, la vieja Azucarera Jerezana mantiene aún en pie sus viejos muros. Las elegantes arcadas de ladrillo de su nave central y los restos de almacenes y dependencias, resistieron más de medio siglo para ser testigos de la vuelta de la industria azucarera a Jerez. Veamos a grandes rasgos como sucedió.
La vuelta de las azucareras a Jerez: medio siglo atrás.
Tras el abandono casi en su totalidad del cultivo de la remolacha en los campos gaditanos, será partir de los años 50 cuando vuelve a aparecer para sustituir parcialmente al algodón en los secanos de la provincia. Los agricultores que se aventuran de nuevo con este cultivo se ven obligados a transportar la remolacha a las azucareras de Granada (provincia que desde 1878 fue pionera en estas industrias), a la sevillana de Los Rosales o a la cordobesa de Villarubia. Muchas son las voces que a lo largo de estos años insisten en la necesidad de construir una azucarera en Jerez, destacando sobre todas ellas las de Fermín Bohórquez Gómez, impulsor de la azucarera de Guadalcacín (9).
Así las cosas, el panorama cambiaría cuando en 1965 la compañía Ebro adquiere en Pozoalbero, junto a la pedanía de Guadalcacín, una finca de 33 hectáreas para construir una planta azucarera ante el empuje del cultivo en la provincia. Habría que esperar para ello a 1967, año en que se autorizó el cierre y el traslado de la Azucarera del Gállego (Zaragoza).
Procedente de esta planta, en ese eterno ir y venir de los ingenios industriales sobre el que ya hemos hablado, llegó a Guadalcacín buena parte de su maquinaria (secaderos de pulpa y azúcar, calderas, molinos, tachas...), si bien la flamante instalación fabril, conocida primero como de Guadalcacín y desde 1969 como 'Azucarera de Sevilla', se dotaría de nuevos equipos que la convertirían en la más moderna y la de mayor capacidad de molturación de su época.
En poco más de un año, Guadalcacín vio levantarse la planta azucarera que fue inaugurada el 9 de julio de 1968 por el ministro de Industria, D. Gregorio López Bravo, y el alcalde de Jerez D. Miguel Primo de Rivera. Ese mismo verano realizó ya su primera campaña de producción molturando casi 300.000 toneladas de remolacha a razón de 4.000 de media diaria. Todo un récord para la época. (10)
Al año siguiente, en 1968, Jerez contaría con una nueva factoría, la Azucarera del Guadalete, instalada en el flamante Polígono Industrial 'El Portal', junto a la vía férrea. Perteneciente a la Sociedad General Azucarera, la planta se creó tras el cierre y el traslado de la azucarera oscense de Monzón de Cinca, así como de otras pequeñas azucareras del Valle del Ebro, muchos de cuyos trabajadores, como sucedió con la de Guadalcacín, se vieron obligados a trasladarse a Jerez.
Su primera campaña de molturación, en 1969, vino acompañada por el gran crecimiento de los cultivos de remolacha en todos los rincones de la campiña. Hasta 203 trabajadores, trasladados de otras azucareras del país, formaron su plantilla en la que no faltaron los maños de Monzón de Cinca (24 trabajadores), Alagón (7 t.), La Puebla de Híjar (3 t.) o Zaragoza (15 t.).
La historia de esta azucarera ha sido objeto del interesante libro del historiador, investigador y azucarero Manuel Ramírez López, 'Azucarera de Guadalete. 50 años en Jerez', un trabajo indispensable al que remitimos a los lectores para conocer la evolución del sector azucarero en Jerez (11).
El triángulo de las azucareras se cerraría un año más tarde con la construcción de una nueva planta en Jédula a la que llegaba un ramal del antiguo Ferrocarril de la Sierra que, aunque nunca llego a funcionar, estuvo activo hasta esta fábrica. La
Azucarera de Jédula, perteneciente a la Compañía de Industrias Agrícolas (C.I.A.), inició su construcción a lo largo de los años 1968 y 1969 y llevaría a cabo su primera campaña en 1970.
Una parte importante de su maquinaria y de su plantilla, procedía de la Azucarera del Jalón, industria pionera en España que había iniciado su andadura en 1904 en la localidad zaragozana de Épila y que fue hasta su cierre el mayor complejo industrial azucarero del país con una plantilla que llegó a contar con 1400 operarios. Desde Épila y la cercana localidad de Lumpiaque, casi cien familias se trasladaron a residir en Jerez formando una de los más nutridos grupos de maños de Jerez.
Azúcar amargo: de la época dorada al cierre de azucareras.
Las décadas de los 70 y 80 del siglo pasado son también las del auge de la remolacha y de las azucareras en las campiñas gaditanas. Son los años en los que el cultivo alcanza su mayor expansión, llegando a sobrepasar en sus momentos punteros las 50.000 hectáreas de superficie, que situaban a la provincia de Cádiz a la cabeza nacional llegando a concentrar el 25% de la producción española y el 60% de la andaluza (12).
En esta ‘época dorada’ de las azucareras, las producciones de remolacha provienen por orden de importancia, de los términos de Jerez, Arcos, Medina, Vejer, Conil y Villamartín, recibiéndose también de municipios de la provincia de Sevilla. En estos años de gran producción llegó incluso a proyectarse la ubicación de una nueva planta en el cruce de Las Cabezas.
Sin embargo, el mismo Estudio apunta ya problemas preocupantes en la década de los 80: "El exceso de oferta existente, tanto a nivel nacional como europeo, hace que este cultivo, de gran trascendencia en la economía gaditana, se encuentre contingentado, fijándose objetivos de producción a nivel nacional mediante cupos. Cádiz participa en un 15%-20% de la producción nacional de remolacha, consiguiéndose actualmente, y a través de múltiples negociaciones cupos extras, incluso en detrimento de los de otras provincias" (13).
Las azucareras y el cultivo de la remolacha trajeron trabajo y prosperidad, pero tuvieron también algunas contrapartidas negativas derivadas, fundamentalmente, del grave impacto ambiental que causaron en sus primeros años (14). Ya en el verano de 1969, los vecinos de El Portal y el Ayuntamiento de El Puerto de Santa María denunciaban como la contaminación de las aguas del río, a las que vertía la Azucarera del Guadalete, habían ocasionado un grave daño en la fauna piscícola que no llegó a recuperarse pese a la instalación de balsas de decantación y sistemas de depuración que, al parecer, no llegaron a funcionar correctamente.
Los malos olores propios de estas instalaciones se denunciaron también en Jédula y en Guadalcacín, cuya azucarera se vio obligada a trasladar sus balsas a un paraje aislado en las cercanías de las Mesas de Asta, ocupando el vaso de la antigua Laguna de Las Mesas, en plena marisma, como lo hiciera la Azucarera de Guadalete en la laguna de Las Quinientas. Ambos espacios naturales quedaron destruidos si bien hoy se encuentran ya en vías de recuperación (15).
Desde hace casi dos décadas, la pequeña historia de las azucareras, la ‘dulce’ historia del cultivo de la remolacha y de la industria del azúcar comenzó a amargarse. Las políticas agrarias comunitarias (PAC), las regulaciones del mercado y de producciones, la OCM, la asignación de cupos, las bajadas de precio de la remolacha, las fusiones empresariales, los intereses de las multinacionales de la alimentación… trajeron como consecuencia el declive y el cierre de las plantas de Jédula (2001) y de Guadalcacín (2007), siendo desmantelada a lo largo de 2008.
Cincuenta años después de la instalación de las azucareras en la campiña de Jerez, el futuro es, cuando menos, incierto.
La Azucarera del Guadalete, única factoría superviviente del “glorioso” pasado azucarero jerezano, pasó a ser propiedad en 2009 del grupo británico ABF, quien ha realizado una gran renovación de la planta jerezana incorporando en 2011 una nueva refinería de azúcar y consolidándose como una de las más importantes azucareras de España.
De la misma manera, el declive de la industria ha traído también como consecuencia el de los cultivos, un horizonte que nadie hubiese previsto hace cincuenta años, cuando la campiña era un ‘mar de remolacha’ y las azucareras empleaban directamente, durante sus largas campañas estivales a más de mil trabajadores. Cincuenta años después, el azúcar se vuelve un poco amargo en el recuerdo.
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