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Obituario/Rafael González de Lara Alférez

Fallece a los 86 años el “bueno y afable” notario don Rafael

Rafael González de Lara.

Rafael González de Lara. / Vanesa Lobo (Jerez)

El conocido notario Rafael González de Lara Alférez falleció este viernes en Jerez a la edad de 86 años.

Nacido en Alcalá la Real (Jaén) en 1934, era un gran conversador, ameno y divertido. Fue el primogénito de cuatro hermanos hijos de un abogado y de una madre ‘jesuítica’. Estudió en el grupo Safa, pasando luego a la Universidad de Deusto, donde se licenció en Derecho. Fue "hombre de mucho trote". A su vuelta a Granada, preparó y sacó adelante las oposiciones a registrador de la propiedad y, más tarde, a notario. Su primer tra- bajo fue en 1963 en la notaría murciana ‘Fortuna’ (”que nada más que tenía el nombre”); trabajó luego en Cádiz, Salamanca, Arcos, Puerto Real y, por fin, Jerez, donde se "enamoró de la ciudad y sus gentes" y donde ya estaba instalado con su familia desde 1971 después de largos años sin hogar fijo.

Enamorado también de su mujer, Rocío Gámiz Suárez, con la que se casó en 1964, tuvo cuatro hijos y 10 nietos. Esposo, padre y abuelo ejemplar, siempre orgulloso de su familia, “el completo familiar”, dando gracias a Dios y pregonando la suerte que había tenido. No escatimó ocasión ni recurso para reunirlos a todos y derrochar cariño y halagos a cada uno de ellos, a los que definía, incluidos los yernos y nuera, como “gente normal”.

Era un humanista del Derecho, en sus palabras un “notario de pueblo”. Se ha sentido siempre afortunado por trabajar en lo suyo, disfrutaba con su trabajo, con una mente clara y privilegiada así como con una memoria prodigiosa capaz de recitar artículos literales del Código Civil, las declinaciones en latín y la lista de los Reyes Godos sin pestañear y hasta el final de sus días.

Como hace poco ha dicho un notario que hizo las prácticas con él, “me enamoré de la profesión. O mejor dicho, de la humanidad con la que don Rafael trataba a las personas, que con alegría o lágrimas en los ojos, según los casos, acudían a la notaría para que les aconsejara sobre sus temas vitales”, ya fueran las dificultades de una empresa, de una pareja o familia, una testamentaría complicada o el futuro de un hijo con discapacidad.

Siempre al día en la legislación y con un sexto sentido que profundizaba en la psicología de cada cliente, de tal forma que entre consejos jurídicos y sentido común, terminaba arreglando los entuertos, dando soluciones y creando lazos con tanta gente que ya en su jubilación, pasear con él por Jerez era un continuo saludo afectuoso y entrañable, personas de las que él ya no podía acordarse pero en las que permaneció el agradecimiento a don Rafael, quien a su vez se sentía orgulloso y muy satisfecho del cariño con el que lo saludaban por la calle, “quien siembra recoge”, como él decía.

En su notaría se hicieron durante años el mayor número de testamentos de España. Su trato afable y cercano hacían que lo buscaran como consejero y jurista, rompiendo la barrera entre notario y cliente.

Siempre dispuesto a compartir sus conocimientos, estuvo al servicio de la Escuela de Prácticas Jurídicas del Colegio de Abogados, donde impartió clases y donde hizo muchos “sobrinos jurídicos” como los llamaba, colaboró con el Obispado asesorando en todo lo que le requirieran, así como con asociaciones, la COPE radio e igualmente dispuesto sin pereza y sin prisa a resolver tantos problemas de particulares como le llegaran, aún después de su jubilación, siempre desinteresadamente y al servicio de los demás.

Practicó la caza en joven, jugó al fútbol en Deusto y siempre se interesó por el tenis, gran aficionado al Real Madrid, de Rafael Nadal y el Teletexto, le encantaba encerrarse en su garaje a hacer arreglos, bricolaje e incluso algún “invento” como los “coge bolsas”. Tuvo una moto ROA, que todavía conserva, con la que iba a ver a su novia a Priego de Córdoba desde Alcalá la Real. Disfrutó mucho viajando.

Los que han tenido el privilegio de ser su familia, sus amigos, sus conocidos, sus clientes, el pedigüeño de la calle Larga de Jerez a quien le regaló la guitarra, las monjitas que siempre lo visitaban porque sabían que era blanco seguro, sus compañeros de profesión, su pandilla de Vistahermosa, la de la cervecita en ‘El Buzo’ después del paseo por la playa, los de la caseta El Seis Doble de donde era socio de honor… hoy todos lloran su pérdida.

Un hombre bueno, un hombre de fe y principios, devoto del Corazón de Jesús, como su madre, encomendándose al Espíritu Santo cuando necesitaba un empujoncito. Hoy Dios, al que siempre acudía, lo recibe con los brazos abiertos en el Cielo, porque en su vida, el espíritu cristiano, siempre fue su guía.

Una gran pérdida, en unos momentos tristes que han hecho que no haya podido tener la despedida que se merecía y en la que hubieran participado tantas personas que lo quieren, aprecian, admiran y lo echarán de menos.

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