Jerez

Jerez, ciudad arbolada, ciudad emparrada (I)

Ilustración de Juan Ángel González de la Calle. Ilustración de Juan Ángel González de la Calle.

Ilustración de Juan Ángel González de la Calle.

A priori, nadie diría que Jerez, siendo una ciudad situada tan al Sur, en el mismo Mediodía Europeo, podía ser una ciudad tan verde. Ni mucho menos, pero tal vez por la influencia que ejerció aquí la burguesía vitivinícola de mentalidad británica o por sus condiciones climáticas, bastante lluviosa aunque no lo parezca, nuestra villa cuenta con uno de las más poderosa, extensa y variada gama de especies arbóreas, al menos de Andalucía, una masa arbustiva que puebla casi todas sus calles, y naturalmente sus alamedas, plazas y parques.

Ahora, ya en plena primavera y después de haber asistido a la exuberante floración de sus naranjos, a su insultante aroma que lo invade todo y que hasta disfraza el eterno perfume de nuestros vinos, al colorido insinuante de los árboles del amor, (hay uno escondido en cada esquina de un parque jerezano), y a pasear bajo los acariciantes racimos azules de las glicinias, aferradas como garfios a las pérgolas de nuestros jardines, aparece, de repente, el hermoso espectáculo azul de nuestras jacarandas.

Una verdadera explosión de color, la colección de jacarandas que pueblan nuestras avenidas, las barriadas más humildes y hasta los rincones de toda nuestra bonita ciudad, (dicen que solo superada en número por Lisboa, Pretoria y Buenos Aires), que tiñen absolutamente todo con el azul nazarenos de sus flores. ¡Qué fiesta poder caminar por los alrededores de nuestra poco valorada catedral y por esa Alameda Vieja convertida en algo idílico, como en el paraje de un cuento azul!

Hay personas a quienes, desgraciadamente, les molestan las flores que desprenden estos árboles maravillosos y que, cada mañana, cubren las aceras de Jerez con un manto azul. Pero quizá no sepan que la humanidad, desde siempre, ha cubierto los suelos de sus ciudades con pétalos de flores para recibir a sus ídolos y también para ensalzar o venerar a sus distintos “dioses”.

Esa misma gente ha usado, desde siempre, diversas plantas aromáticas, como el cantueso, tomillo o el hinojo y las ramas de sus mejores árboles para recibir y cubrir, a forma de palio, a sus personajes más destacados, a sus combatientes más ilustres y hasta a los más altos representantes de cada religión. Osea, algo parecido a como si los paseantes atravesaran las calles estrechas de los pueblos cubiertas por parras.

¡Qué maravilla poder caminar por una calle sombreada con el más bello árbol natural! La Vitis vinifera, la planta de la vid, cuyo fruto ha sido siempre catalogado como el símbolo supremo de la fertilidad, de la riqueza y hasta de la belleza por los más grandes pintores de la historia.

A Jerez le falta eso, rellenar sus callejones estrechos, antiguos pero bellos, su recóndito barrio de San Mateo, totalmente de parras. Algo singular, diferente, consecuente con su historia y con nuestra más profunda cultura. De esta manera recibiríamos a nuestros futuros excursionistas, a los deseados turistas, como si fueran héroes y bajo un palio natural de parras, es decir tal como fueron agasajados desde siempre los visitantes de nuestras bodegas y de nuestro Jerez, la ciudad que verdaderamente inventó el “anfitrionaje”.

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