Jerez

Recuerdos y anécdotas de los cerca de 93 años del Gallo Azul

  • El edificio construido por Aníbal González fue un regalo de los Domecq a la ciudad por la Exposición Universal de 1929

Todo comenzó en el tránsito de los dos últimos siglos. Una legión de jóvenes arquitectos, sujetos a los vaivenes políticos del momento y ávidos de los nuevos movimientos que la vanguardia de la época lanzaba, hizo que una ciudad de provincias del Sur de España se forjase también en esa cacareada cultura europea que algunos sólo sitúan en la fría extensión que abarca de París a Copenhague.

Ahora ha vuelto el Gallo Azul a la comidilla de las barras. Pernod Ricard compró el edificio a Allied Domecq. Y a su vez, vendió el inmueble después de años, en 2008, al hostelero jerezano Carmelo López, quien lo explotará tras acabar el contrato de arrendamiento con Juan Carlos Carrasco. Buena oportunidad, por tanto, para rememorar la historia del emblemático edificio, orgullo de la ciudad, que se levanta sobre el corazón del centro comercial y financiero.

 

El proceso y concurso fueron rápidos: Comienza con la expropiación municipal del antiguo edificio del número 2 de la calle Larga, a la sazón Duque de Abrantes, con idea de realizar en ese horrible chaflán un ensanche que permitiera recuperar espacio público, como ha estudiado el director en Arte Fernando Aroca Vicenti. Un pleno municipal de 28 de marzo de 1927 acordó que el terreno sobrante sería adjudicado a aquella persona o entidad que construyese el edificio más relevante. El precio del solar se estableció en 6.000 pesetas, debiéndose adjudicar "...al que se obligue a construir en él un edificio de importancia por su aspecto arquitectónico y constructivo en el improrrogable plazo de un año".

Clase y elegancia

El jurado emitió su fallo: El proyecto premiado había sido presentado con el lema 'Diego Moreno Meléndez', una especie de guiño a ese arquitecto jerezano del XVII, que levantó la torre fachada de la parroquia de San Miguel como obra más conocida. El nombre del concursante premiado era la Casa Domecq y Compañía, que confió la obra al arquitecto sevillano Aníbal González Álvarez Ossorio (1876-1929), uno de los principales referentes del regionalismo de aquella época que venía con la aureola de sus interesantes trabajos en la Exposición Iberoamericana de Sevilla y la construcción de la plaza de España. González ya era también conocido en la ciudad por las reformas que hizo en las dependencias de la Casa Domecq y, aunque no se da por seguro, por la impresionante fachada del edificio de la Estación de Ferrocarril, de 1927, en los que combinó el ladrillo visto con abundante decoración de azulejos de los famosos talleres trianeros de Mensaque y Rodríguez. 

 

El diseño de Aníbal González resultó un edificio de estilo clásico y portentoso, con clase y elegancia para el lugar donde se ubicaría. González sigue la arquitectura tradicional en ladrillo que  estaba llevando a cabo en Sevilla, donde su trabajo fue prolífero.

Regalo de los Domecq

El edificio, de sólo unos 380 metros, es de alzado semicircular, en ladrillo visto, cuyo cuerpo bajo, ocupado por una cafetería, presenta una galería abierta con columnas jónicas de mármol blanco, que actúa como velador. La fachada, austera, no contiene ningún tipo de adorno ni azulejo, a excepción del remate semicircular del conjunto, que contiene un azulejo con la firma 'Pedro Domecq'. Para Aroca, la obra presenta un regionalismo con notas clasicistas, como las columnas del primer cuerpo y las pilastras corintias que enmarcan los balcones del segundo y tercer piso, estos últimos bajo arcos de medio punto. Pese a que la obra debía ejecutarse en un año, en septiembre de 1928 la compañía del  'Fundador' solicitó seis meses de prórroga alegando falta de materiales y las inclemencias del tiempo. El edificio se inauguró finalmente en 1929. Era el regalo de la familia Domecq al pueblo de Jerez.

 

Aníbal González había hecho un retranqueo de la antigua finca, recuperando unos 262 metros para uso público. Esto hizo que, cinco años después de la conclusión del edificio, el Ayuntamiento convocara otro concurso para instalar un poste indicador de direcciones en el espacio delantero. En 1934, Domecq presentó un proyecto que reunía las condiciones del concurso, donde al elemento principal -el indicador de direcciones- se añadía un reloj de dos caras, con tres luces en su parte superior.

'La Gallina Blanca'

El reloj había sido fundido por el sevillano Domingo de la Prida, respondiendo a los gustos de la moda conocida como de la 'arquitectura del hierro'. Su base tiene el mismo tipo de ladrillo y del mismo estilo historicista del edificio.

 

Sólo algunos años después,  la compañía González Byass encomendaba al jerezano Francisco Hernández-Rubio, del que ya hablamos profusamente en otra ocasión, la remodelación del edificio que se asentaba justamente frente al Gallo Azul para comercios y viviendas. Los tres proyectos que realizó -del cual recogemos el último en la imagen adjunta- nunca fueron tenidos en cuenta no se sabe bien por qué. Recordaba el caso de la madrileña Puerta del Sol, donde frente al  gigantesco panel de neón del 'Tío Pepe', se alzaba, cara a cara, un luminoso de la compañía Domecq. Podría pensarse en un reto a la competencia, pero las relaciones entre familias siempre han sido excelentes y cordiales, entre otras cosas, por razones de sangre. Jerez es otra cosa. Siempre se ha dicho que hablar, lo que se dice hablar, los Domecq sólo hablan con los González. Y, a lo mejor, los González sólo hablan con Dios.

 

Se decidió entonces González Byass por otra alternativa: reformó el edificio y dispuso en su planta baja un almacén de ultramarinos que vendía en exclusiva los productos de la casa, que eran expuestos en unas vitrinas al exterior que se ocultaban las horas de cierre por unas pequeñas persianas de lamas.

 

Remataba el edificio de los González una corona que acababa con un catavino y que giraba sobre sí anunciando el 'Soberano' y el nombre de la compañía. Y ya, de noche, alumbraba las calles por un  sistema de bombillas. Benito Gómez Molina, empleado de taller en la bodega, corría a diario a cargo de la antipática tarea de encender el luminoso al anochecer y volver al local para  apagar a medianoche. Y de Gallo Azul, los jerezanos bautizaron el otro edificio  como el de 'la Gallina Blanca'. 

El 'Recovero'

El Gallo Azul preside desde entonces la esencia de la ciudad, testigo mudo del pasar del tiempo donde se da cita el ir y venir de su palpitar. Su cercanía con el 'Salón Jerez' o La Vega antigua revitalizaron la zona, que día a día reunía a multitud  de personajes. Acudían a diario tratantes de ganado, corredores de finca y personal de todo pelaje. Hablando de aquel entonces, recordamos a Pepe Cantos, el jerezano que trajo los primeros magnetófonos, que alquiló en el mismo edificio una habitación donde se reunía y grababa a flamencos de la altura de 'El Batato' o 'Tío Borrico'. O Manolo García, un contratista de obras que se se las cogía del quince en las reuniones con sus clientes.

 

Pero, entre todos, destacaba un nombre en particular que nos descubre Eduardo García Velo: Es el 'Recovero', un hombre de fina estampa, tocado con un sombrero de ala ancha y unas hechuras de jerezano de pro, de exquisitos modales, que siempre acudía solícito a ayudar al turista despistado en su paseo por el centro de la ciudad. "Si Jerez tuviese esos monumentos a pie de calle que tanto se prodigan por las grandes ciudades  -decía- habría que colocar uno junto al Gallo Azul, sentado en una silla, con la figura de 'Recovero' como prototipo del jerezano con empaque y señorial".

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