El celador servicial

EL PERFIL Antonio Clavijo Pereira

Un puñado de vivencias del ‘profesor Clavijo’, jubilado tras 43 años en el hospital · Algunos recuerdos de la vieja Residencia

El celador servicial
El celador servicial
J.p.s. /

06 de noviembre 2011 - 16:37

Primero fue el antiguo ambulatorio de San Dionisio, en los años de catapum, allá por los cuarenta, cuando los guardias iban en bicicleta. Acabó su contrato y se entregó a lo que mejor conocía: la escayola, que era lo suyo, debió pensar, en tiempos buenos aquellos para la construcción y muy malos por la hambruna. Hasta que un celoso padre de sus once hijos, todos ellos nacidos y criados en una modesta casa de la Cuesta del Palenque, consiguió que Antonio metiera cabeza en el nuevo hospital de Jerez. Era la ‘Residencia Miguel Primo de Rivera’, que venía a dar respuesta a las necesidades médicas y quirúrgicas de Jerez y su comarca, hasta entonces dependientes del decimonónico Hospital de Santa Isabel, en la calle Cristal, y que inauguró el por entonces ministro de Trabajo, Romeo Gorría.

Para su padre resultó sencillo: Trabajó como celador durante muchos años en el antiguo y único ambulatorio de Jerez, que estaba localizado en la calle Pedro Alonso, allá donde Antonio le llevaba cada noche la cena. La plantilla de la noche en el ambulatorio era escasa: un celador, un médico ‘de puerta’ y un vigilante. Con el tiempo, abrió sus puertas el ambulatorio de José Luis Díez.

Su padre le aconsejó: “Antonio, hoy vendrán el delegado provincial, el doctor Martínez y el administrador, Ángel Puga. Te harán algunas preguntas”. ‘Hola, Clavijito’ -le dijeron nada más verle-. Antonio era ya conocido en el mundo de la sanidad tras su paso por el antiguo ambulatorio. ‘Clavijito’ les convenció y se le confió todas las llaves. Antonio recibió también los primeros equipamientos para abrir estas instalaciones sanitarias. Entraron entonces dos compañeros: Pedro Muñoz Menacho y Francisco Quintero del Ojo y dos guardias civiles de Cabra. Cuando Franco cerró el Peñón, se llevó a 48.000 obreros que repartió por todos los hospitales del país. Algunos de estos fueron trasladados a Jerez.

Por entonces, el hospital era una familia de 170 personas en plantilla. Estaba levantada tan sólo la primera fase y, pese a su estricto horario laboral, Antonio se sacaba un dinerillo curioso: 160.000 pesetas de la época, que no era poco. El nuevo centro solamente tenía en funcionamiento los servicios de Pediatría, Toco-ginecología y Análisis clínicos; después, paulatinamente, se irían poniendo en marcha los de Medicina Interna, Traumatología, Cirugía, Anestesia, Radiología, Otorrinolaringología, Oftalmología y Urología.

Antonio trató mucho con su primer director: el doctor Ucha Tolmos, hombre estricto y severo, que casó con María Jesús, jefa de Enfermería. Caía bien el ‘profesor Clavijo’ y su vinculación con el centro era grande: su mujer Loli, a quien colocó, aún trabaja en la lavandería del hospital. Cuando, siendo muy joven, le nombraron ordenanza, un trabajo que se las traía, tuvo mucho contacto con el administrador, Ángel Muñoz García, que le requería algún que otro favor. Tampoco tuvo problemas con los doctores. “En mi boca no existía la palabra ‘no’, ni antes ni ahora. Era muy servicial”. Recuerda también a sus grandes compañeros: Andrés Luque, Agustín Casado, Muñoz Menacho, Quintero del Ojo... y pasó unos veinticinco años junto a Antonio Sánchez Ocaña, Antoñito -“en pareja, y no de hecho, sino en el trabajo”- en el servicio de Rehabilitación, que montó el fisioterapeuta Manolo Alcalá.

“¿Quejas? Yo me he ido apreciando a todos los pacientes. Nunca tuve ningún problema. Y no todo el mundo sirve para cuidar a un enfermo. Tampoco tuve pudor para atenderlos y eso, precisamente, es una de las virtudes por la que me aprecian mucho. Cada tarde volvía a casa, muy orgulloso, porque había hecho el trabajo lo mejor posible. Aún hoy, todas las mañanas de los viernes voy al hospital a ver a mis antiguos compañeros. Los echo de menos, sobre todo a los de Rehabilitación, no a la institución”.

Con los directores apenas tuvo contacto. Y se lamenta. Ocurrió el pasado 29 de septiembre, cuando fue a recoger su certificado de trabajo. “¿Se puede creer que en la habitación había tres auxiliares administrativos y el director, que estaba a un metro mío, no tuvo siquiera el detalle de levantarse y felicitarme después de 43 años de trabajo?”

Pero algo guarda en sus entrañas que no olvidará nunca: El homenaje que, días pasados, le brindó el personal de Rehabilitación en el restaurante ‘La Piedra’: “No me lo esperaba. Nunca se me olvidará en mi vida aquél 28 de octubre. Jamás. Palabra de honor. Creo que no he hecho méritos para tanto”.

- ¿Se aburre mucho ahora?

-¡Qué va, qué va! Me falta tiempo. Todos los días ando entre quince o dieciséis kilómetros. Me viene fenomenal”.

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