Reportaje

De toda la vida

  • Un paseo por algunos comercios con historia del centro, o los que mejor están "aguantando el tirón"

"El buen garbanzo y el buen Ladrón de Fuentesaúco son". Lo dice a menudo Cristóbal Bejarano para certificar que las legumbres que vende tienen buen origen. Es un hombre de frases certeras. Pinchado en la pared un papel reza: "Lo importante no es mantenerse vivo sino mantenerse humano". Y así, entero, se ha conservado el negocio que regenta como tercera generación, desde 1917. Ya que Ultramarinos Bejarano fue una de las primeras 'aduanas' (como se llamaba antes a este tipo de comercios) de la ciudad. Se ubicó en el actual tabanco El Pasaje, antes de trasladarse a la calle Unión años después. Un penetrante olor a queso impregna el espacio, lo que le da un toque mucho más auténtico. Los clientes saben lo que van a encontrar allí. "¿Por qué venimos aquí?, pues porque hay calidad", comenta una señora. Cestas de esas de toda la vida, especias de todos los colores y olores, embutidos... son la escenografía de un local que no pasa desapercibido. Los años, irremediablemente, sólo han pasado factura al que está detrás del mostrador. La calidad de antaño sigue intacta. Cristóbal se asoma a la puerta junto a su hijo, Cristóbal, claro, y hace memoria de los negocios de la calle. Pocos son los originales que resisten. "Me acuerdo cuando compraba con mi padre petróleo aquí al lado, o cuando vendíamos nieve... Si pudiera, aguantaría 100 años más".

Es una de las tiendas añejas, con solera y décadas de atención al cliente, que aguanta el tirón en el centro de la ciudad. Porque la lechería, el tabanco, la espartería... sucumbieron ante la vejez de sus dueños, los malos tiempos o las ofertas de compra o alquiler para la instalación en su lugar de nuevos negocios. Sin embargo, hay "valientes", como se describen algunos comerciantes, que siguen en la batalla, dispuestos a ganar la guerra a la crisis y el avance de las grandes superficies. Aquí, algunos ejemplos.

Sobre una alfombra y libro de dita en mano, Rafael García Zarzuela (Ragaza) vendía sus cacharros en la puerta de la plaza de abastos. La cosa fue bien y montó una tienda con un socio. Se independizó y abrió un negocio en la calle Bizcocheros. De esto hace 70 años. Y hace 49 se trasladó a la plaza de la Yerba. Lo cuenta Manuel Figueroa, que regenta junto a su tía las populares Galerías Ragaza. "Aquí hay cosas que no ven en otros sitios. Estamos intentando aguantar y no sé si alguno de mis dos hijos se hará cargo algún día de la tienda".

Casa Franco nació en 1920, en la ubicación de las actuales Galería Ragaza. Una tienda de muebles que se reconvirtió en venta de artículos de tapicería en Calvo Sotelo 16 (hoy, Consistorio) hasta el año 1975, que luego se trasladó a Doña Felipa. Un negocio que ha aguantado todas estas décadas, guerras, dictaduras... Lo regenta la cuarta generación de la mano de Manuel Jesús Franco y su hermana Alicia. El padre, José Manuel, no falta un día. La especialización les diferencia. Es el escudo en esta dura contienda contra los malos tiempos. Lejos quedan los años en los que los pequeños llegaban del colegio y ayudaban en el negocio a hacer ovillos de tramilla al peso, paquetes de clavos. "Estudié empresariales pero me dediqué a esto. Al centro le falta vida. Me da pena cuando lo veo así". En la entrada de la tienda una vieja foto da fe. Los jóvenes fundadores posan en 1920. Sus ojos miran al futuro, sin saber que el horizonte estaba más lejos de lo que ellos creían, aunque "ahora las generaciones no apunten a quedarse con el negocio", se quejan detrás del mostrador.

La Droguería San Mateo, en plaza del Mercado, nació hace unos 65 años. Al frente, desde hace 54, están María Bejarano y Agustín Pérez. Una espacio "antiguo", como define ella, con "cosas antiguas que a veces son muy difíciles de vender porque ahora todo lo hacen industrial, pero todavía tenemos pedidos especiales que incluso hacen desde fuera de la ciudad". Como ejemplo, enseña una bolsita con polvos pómez, encargados por una señora de Cádiz, o la cera virgen, goma laca, nicromato, pinceles de pelos especiales.... "A mi marido le encanta, no puede vivir sin la tienda, aunque ahora esté jubilado... A mí no me gusta tanto.." (ríe). Ya no se vende como antes, "y no hay mucho futuro que mirar porque cuando yo me retire se cerrará el negocio. Para llevar este comercio hay que entender". Pero el barrio está como está, "abandonado", aunque María y Agustín han nacido allí, lo aman y luchan por su recuperación.

El Rápido Alemán, en calle Arcos, vio la luz allá a principios de los años 30 del siglo pasado. Tuvo sus primeros clientes en la calle Santa María. Al frente está la cuarta generación con Samuel Antonio Olmedo, con la compañía de sus padres. Trabajos especializados, una marca reconocida en Jerez, que lucha contra el abandono del centro. "Los parkings son caros, ponen multas enseguida por aparcar en doble fila... Total que sale caro venir al centro y los clientes prefieren ir a las áreas comerciales. Pero cuando son trabajos específicos, sí vienen aquí", cuenta Samuel. "¿Y el futuro...? Dios dirá", se cuestiona.

¿Quién no se ha fijado, cada vez que pasa, en el escaparate de la tienda de máquinas de escribir de Arroyo de la Porvera? Lo fundó el padre de Antonio Arroyo, en los años 50, en la calle Medina. Poco después se trasladó a su ubicación actual. Un espacio peculiar que se ha enfrentado al avance de las nuevas tecnologías. "Claro, antes nos iba mejor, pero ahora hemos quedado como una antigüedad. Pero bueno, que todavía hay quien escribe en su máquina de escribir. Seguro que si te mandan una carta escrita a máquina o a mano la lees antes que una a ordenador". En la tienda se apilan las reliquias, máquinas de todas las épocas, teléfonos de los 60, repuestos para máquinas electrónicas, cintas..., animadas por las pinceladas de obras de Romero Piccolo. "Aunque la crisis azote, me gustaría estar aquí hasta que me muera. De niño asimilé que heredaría el negocio. Son las circunstancias de la vida. Ah, y yo escribo a máquina, no tengo ordenador".

Otro escaparate peculiar es el de Tintorería Pina, regentada por José María Gutiérrez, padre e hijo. Llegó a la calle Medina 1.105 en 1839 de la mano de un tintorero francés, que luego trasladó a calle Lucena. Juan Pina y su esposa, Dolores Enamorado, la compraron en 1934 y la ubicaron de nuevo en Medina, en la misma casa, que ahora es el número 8. Es la tintorería más antigua de España, aseguran detrás del mostrador. La cuarta generación es la que actualmente asume el negocio, "aunque mi nieta ya apunta. Dobla la ropa, coloca las perchas", dice la tercera generación. Unos y otros se quejan del estado del centro y, en concreto, de la calle Medina, "que está perdiendo calidad y seguridad por ello ya hay firmas que se están yendo. Menos algunos, que estamos aguantando el tirón".

Antolín se fundó hace unos 60 años de la mano de Antolín Díaz de Cos. De Consistorio a la plaza de la Yerba y de allí a Caballeros. Siempre atento a las tendencias. Su hija Carmen es quien regenta ahora el negocio. Cuenta que al centro "las grandes superficies siempre quitan algo, pero a la especialización le quitan poco. Hace años que el centro es un problema. Le faltan las grandes firmas que se están yendo, tiendas que atraigan al público".

Joyería Mónaco comenzó allá por los años 50 en un taller en la calle Doña Felipa, luego pasó a Molineros. El padre de Ana María Vázquez fue el fundador de la tienda de Algarve y de Larga. Son los hijos los encargados de los negocios que han dado de comer a varias familias. Y a pesar de los malos tiempos, "hay ganas de seguir adelante porque además esto no tiene nada que ver con los grandes centros comerciales. Pero habría que arriesgarse a abrir más tiendas en el centro, pero sin pagar tantos impuestos al principio, ni tantos parkings. El público atrae a más público". Ana María era una enamorada desde niña del negocio, "mi infancia la he pasado detrás del mostrador. El tema de conversación en mi casa siempre era el mismo y todo ha salido del negocio, aunque por desgracia nosotros somos la última generación para la joyería. No sabemos qué vendrá después. Abrir un negocio es enterarse de lo que vale un peine".

En Semillería Macías, en San Agustín, Manuel Gómez-Verdugo es la tercera generación. El paso de los años ha sumado más de un siglo. Antiguamente era una casa de cereales y semillas, justo enfrente de la ubicación actual. Y allí estuvo hasta 1900. Los granos se vendían a Barcelona. El padre de Manuel amplió negocio a la rama de harina y distribuía a las panaderías. Así otros 15 ó 20 años más. Y después llegó Manuel, el niño, con quien llegó la transformación del negocio. "Vendíamos semillas a granel, de algodón, girasol, maíz, remolacha... Fui distribuidor de la Cooperativa Algodonera de Jédula durante 40 años, hasta que desapareció por cuestiones políticas". Junto a Manuel trabaja su hijo Juan, que se encarga de la venta de pájaros. Y el negocio va regular, "esta afición que tenemos es de la cuestión obrera y como ahí hay tanto parao... El futuro lo veo oscuro". Manuel se reconoce como "el único viejo de la calle". Recuerda que donde antes estaban la lechería, la espartería, el tabanco..., ahora han abierto otros negocios. "Por aquí yo soy el único más antiguo. Esperemos que mi nieto siga la tradición 100 años más", ríe, sentado en un sillón, orgulloso, con una ruidosa banda sonora, un piar al que sus oídos se acostumbraron.

Casa Quevedo tiene su origen en 1948, en la misma plaza de la Yerba. Aunque antes, a principios de siglo, estuvo en el local que actualmente ocupa La Zarzamora. Viuda de Quevedo, 'La Concepción', abuela de Francisco Quevedo, el gerente actual. De Santander a Medina y de allí a Jerez. Y así, de generación en generación, hasta Francisco, que ha estado vinculado a la tienda desde niño. Marquetería, cristalería, artículos de regalo, perfumería... Luego llegó la imaginería y se fueron los perfumes. Su padre, aunque jubilado, acude de vez en cuando al negocio. Antiguamente trabajaban siete empleados, hoy está Francisco solo. "Heredar el negocio está complicado y los últimos años están siendo difíciles. Antes venía gente de los pueblos de la provincia a comprar aquí. Las áreas comerciales han sido la puntilla y aunque allí no hay comercios como éste, la gente no viene al centro, y menos cuando tienes que pagar parkings tan caros. Hace falta algo de ocio como cines, que atraiga. Con eso creo que no es necesario mucho más. A la gente le gusta el centro. A los negocios del centro nos caracteriza la especialización y eso es muy valioso".

Justo al lado, Papelería Consistorio, nació el 25 de mayo de 1955 y recientemente la empresa ha abierto otro negocio en Isabelita Ruiz. "Hemos dado un paso adelante vamos aguantando, pero que se nota la crisis. Aunque las cosas que nosotros vendemos no la tienen en los grandes almacenes", cuenta Ángel Rodríguez, al frente del negocio, que a pesar de estudiar tres años de Medicina, no terminó ejerciendo. Se lanzó a la tradición.

Confecciones Justo está en la esquina de la calle Unión desde 1968, aunque sus actuales propietarios, el matrimonio formado por Justo Pérez y Almudena Gómez, aseguran que se fundó con anterioridad, sin precisar la fecha. Una tienda especializada con una clientela muy fiel. "Hay personas de Madrid que cuando vienen de vacaciones a la zona compran aquí los pijamas porque aseguran que no los encuentran en otro sitio. De hecho, trabajamos con la misma marca desde hace 48 años. Cuando todo se modernizó y llegaron los centros comerciales la gente nos recomendaba que nos modernizáramos también. Nos resistimos a ello y no nos ha ido mal. Aunque es difícil competir, tenemos buenos clientes y productos muy demandados de primera calidad", cuenta Almudena, que se queja a la vez de que al centro lo que le hace falta "son más accesos y aparcamientos más baratos".

La Rosa de Oro también tiene solera. Fue fundada en 1928 por el pastelero de Trebujena Vicente Alonso. Sigue en la Puerta Real desde entonces. En 1972 Domingo Jiménez, empleado de la misma, la compró. Una familia de pasteleros de cuatro generaciones de un negocio que creó 'la carmela', en honor a Carmela, la mujer del fundador. Una firma repartida ya por diversos puntos de la ciudad, que le pone otro sabor a la crisis.

Hay un reducto en la Corredera donde comparten sabor añejo la Carnicería Carlos y la Farmacia Alonso. La primera se inauguró el 1 de enero de 1950 en la época de almacenes Martín Hidalgo en la ubicación actual, que luego se reconvirtió en carnicería y charcutería que ahora regenta Francisco García Bermúdez. "El negocio ha tenido muchos altibajos pero nos adaptamos y superamos cada día que es lo que nos distingue. Pero la influencia de las grandes superficies nos ha afectado, aunque hemos ganado la confianza de los clientes, que para nosotros son como amigos. Son fieles".

La Farmacia Alonso precisamente era antes una carnicería. Su fundador, que era el padre de Gregorio Alonso, el actual gerente, conservó la fachada cuando abrió el actual negocio a mediados de los años 20 del siglo pasado. Se conservan muebles de época que impresionan al cliente, un cuadro sobre la alquimia de Agustín García... Una segunda y tercera generación afrontan el negocio con el deseo de que se cumplan muchos años dando salud a los jerezanos, "aunque las cosas no están fáciles para nadie".

Juan Villagrán fue el primer presidente de Acoje, de 1983 a 1985. Lo primero fue "conocernos entre los comerciantes. Si había alguien que vendía tu artículo era tu competencia pero entendimos que cuantos más fuéramos mejor. Tratamos de modernizarnos. Nacimos también cuando llegaron las grandes superficies". Además, teníamos que formar presión ante la Administración y convertirnos en un comercio moderno y tradicional a la vez. No podíamos copiar a las grandes superficies sin ser grandes. Debíamos tener una identidad propia, con un servicio personal y atención más directa". Metas que, asegura Villagrán, no se han cumplido "porque la Administración no ha jugado limpio con el comercio ya que los ayuntamientos de entonces ganaban votos cuando se instalaba una gran superficie. A la vista está que con los años no han creado puestos de trabajo, ni abaratan el producto. El comercio del centro está tocado. Los dueños de los comercios no tienen sucesores porque han educado a sus hijos para que no sean comerciantes". Villagrán asegura que no olvida lo que fue. "Y me preocupa el comercio, no vivo de espaldas. Y se me ocurren muchas ideas como convencer al público de que el centro ofrece un surtido más amplio, la atención es personalizada. Los beneficios repercuten en Jerez y que una ciudad sin centro..., se muere la ciudad. El centro no está a las afueras, está aquí".

Como estos comercios, otros tantos han aguantado durante décadas el tirón. Tal es el caso de Confecciones Sánchez, en Corredera, que cumple en mayo 50 años; Mercería Toro, fundada en 1889, junto a la plaza Plateros; el taller de relojería de calle Ánimas, nacido hace más de 30 años; Confecciones Anguita con diversos establecimientos en la ciudad y con más de 70 años de historia; Abrines Música, en Lancería, hace cerca de 50 años, tienda especializada en instrumentos de conservatorio de viento y arco, bandas de Semana Santa... Asegura Federico Abrines que desde que se fundó, en 1948, la hoja de reclamaciones está sin tocar. "Bueno, excepto una, pero luego el cliente la devolvió y pidió disculpas". Pleximar, con más de medio siglo; La Tijera, surgida en los años 40. O Piaget y Nadal, que vio la luz en 1884, en la misma calle Larga, firma que surgió de la asociación entre Roberto Piaget y José Nadal. Juva, que supera ya los 90 años; o la eterna Perfumería Mafalda, con más de 60 años de estética y perfumes; la floristería Los Rosales, con cerca de 40 años, en la plaza Plateros. Serma Sports, desde 1968, en la calle San Cristóbal... Sí, esos negocios... los de toda la vida.

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