Anécdotas del vino. La transición

En la 'trastienda' de los Domecq (y II)

  • El largo y dificultoso camino hacia la venta de la compañía a Allied Lyons. Los problemas de Luis Vañó, el 'señorito' López Bravo y la difícil decisión de Ramón Mora-Figueroa Domecq

Desde finales de los años cuarenta del pasado siglo, el paso de sociedad familiar a sociedad anónima había cambiado toda la estructura del negocio y había abierto una nueva época en la centenaria bodega Domecq. El banquero Jaime Sánchez Briñas logró poner orden en la  revuelta mesa del consejo de la compañía, donde estaban presentes las cinco ramas familiares de Domecq y su empuje fue verdaderamente importante en el relanzamiento de la Casa. Cuando Sánchez Briñas fue apartado del cargo de consejero, los históricos de Domecq echaron mano de un abogado y economista de renombre que fue Luis Vañó Martínez.

 

Con Vañó se crearon muchas esperanzas, pero al final se le culpabilizó de un fracaso que ni él mismo se imaginó. Estaba en el peor sitio y en el peor momento. El gran batacazo económico de los setenta en el negocio del vino se debió a varios factores: Animados por el altísimo volumen de ventas de los años sesenta, los bodegueros se lanzaron en los años siguientes a unas alocadas políticas expansivas  que, a su vez, provocaron un importante incremento de la superficie de viñedo, que obligó a muchas bodegas a recurrir al endeudamiento. Luego, la gran crisis del petróleo y el consiguiente encarecimiento del dinero provocaron una contracción del mercado del vino de Jerez. Pero las deudas estaban ya contraídas, los campos comprados a precios astronómicos (hasta un millón de pesetas por hectárea) y las, viñas, que sólo darían fruto cuatro años después, ya plantadas.

 

Con Luis Vañó, Domecq adquirió  algunas pequeñas bodegas y no tan pequeñas, caso de ‘Agustín Blázquez’, además de extensiones importantes de viñedo en La Mancha y, especialmente, La Rioja, y amplió su red comercial, pero el problema era la necesidad de recurrir a la financiación exterior.

 

Cierres y zozobras

 

Esa expansión, que se compaginaba con unas magníficas relaciones con el Régimen que llevaron a Domecq a ser uno de los símbolos de la empresa española en el mundo, como menciona el hispanista Stanley Payne en su biografía de Franco, se cortocircuitó en los setenta. Sus ‘hermanas’ no fueron ajenas a esta crisis y se sucedieron cierres, ventas apresuradas, las zozobras de la industria auxiliar, como las fábricas de vidrio, corcho para los tapones o cartonaje para las cajas. Los bodegueros trataron de remediar la situación como pudieron: Impusieron una política de reducción de costes en la producción y reclamaron que el vino saliera embotellado de origen y no en barricas de roble americano. 

José Luis Perona Larraz provenía de la dirección general de Tabacalera y ocupó en 1975 el cargo de Vañó; a él se le reputaban afinidades con Gregorio López Bravo y Laureano López Rodó. Hoy día, a sus 74 años, Perona es un jubilado de lujo que recuerda momentos entrañables en Jerez, y su paso como Secretario de Estado para la Sanidad  y presidente del antiguo Insalud le ha permitido en su merecido descanso dedicarse en cuerpo y alma a escribir su próximo libro: ‘La Historia de la Sanidad en España”.

Alfombra al Banesto

 

La Casa había iniciado ese mismo año de 1975 una nueva política de evolución y apertura encaminada al ensanchamiento de la base de su accionariado, hasta entonces exclusivo del área familiar. Con Banesto, Domecq guardaba muy buenas relaciones. El propio Sánchez Briñas procedía de la primera institución de depósito del país. Y el exministro de Asuntos Exteriores, Gregorio, Goyo, entraba  en la sociedad con 1.500 millones de pesetas bajo el brazo. Esta circunstancia llevó a Antonio Burgos a escribir, con fino gracejo, eso de que “cada día, ponían más difícil ser señorito andaluz. Antes, para ser señorito, bastaba con llamarse Domecq o Williams o cualquier apellido de origen extranjero. Y ahora, para ser señorito andaluz de verdad, no va a haber más remedio que llamarse Rumasa o Banesto”.

 

En fin. La crisis llevó a Domecq  a mantener un volumen de deuda superior a los 8.300 millones de pesetas, de la que más de 3.000 millones correspondían a obligaciones de pago a corto plazo y que le suponía unos gastos financieros del orden de los 1.300 millones de pesetas anuales. Los beneficios que declaraba Domecq con cargo a 1980 se reducían a 32 millones de pesetas. Y en 1979, los resultados arrojaron unas pérdidas del orden de los 329 millones mientras los accionistas llevaban ya tres años sin percibir dividendos.

 

La mesa del consejo de administración de Domecq era entonces inédita. La realidad era que la ausencia de una participación accionarial mayoritaria suponía uno de los grandes escollos. Los accionistas miembros de la familia estuvieron durante generaciones viviendo francamente bien de los beneficios de la bodega y, en el momento en que estos comenzaron a escasear, las disputas familiares internas saltaron a la luz  por la cantidad de miembros que la componían.

Y, en esto, Ruiz-Mateos

 

Veamos. En ese momento, los miembros de las cinco ramas familiares (Domecq Rivero, Domecq Díez, Domecq González, Domecq de la Riva y Soto Domecq) comparten sus puestos en el consejo de administración con representantes del Banesto (un 12%) y del Banco Internacional de Comercio (un 3%).

 

A principios de los ochenta, Domecq se encontraba bien al borde de la quiebra, bien al borde de la venta. Una abeja, incluso, andaba rondando. Este episodio puede que no sea muy conocido, pero José María Ruiz-Mateos lo recuerda en sus ‘Memorias inéditas’. La gran obsesión de Ruiz-Mateos fue siempre Domecq. Soñó, alguna vez, con estar sentado en el palacete neoclásico de La Atalaya aguardando la llegada de la familia para implorar por su compra. 

 

Pero nada de eso ocurrió. Así lo contaba: “Tras ingresar en el Opus Dei, tuve que venir a Madrid para ver a Luis Valls, entonces vicepresidente del Popular, y a Gregorio López Bravo. Fue en 1982, cuando precisamente intentaba yo comprar la autocartera del Banesto, del que López Bravo era consejero. Gregorio me vino a ver y me pidió que no comprara Domecq... Sobre Semana Santa me llamó y me dijo que porqué no hablábamos de esto con Luis (Valls) en una comida. Creía que se trataba de Banesto, pero no... López Bravo me dijo que no podía comprar Domecq y Luis Valls fue más lejos y me dijo: ‘Atrévete a comprar Domecq y te arrepentirás. Si compras Domecq te echaré encima al Banco de España’. Ante esta advertencia de dos destacados de la Obra, Ruiz-Mateos decidió entonces dar marcha atrás.

 

En este estado de cosas, aparece la espada flamíguera de Ramón Mora-Figueroa Domecq. Hijo de José Ramón y de Carmen Domecq y Díez, Ramón se integró desde muy joven en la familia, tanto que hasta llegó a cortejar a Mercedes Domecq Zurita, hija de Perico Domecq González, que, como ya sabréis, levantó junto a Antonio Ariza en México un enorme imperio de bebidas que triplicaba los  beneficios de su casa matriz en Jerez. 

 

El tandem Mora-Isasi

 

No se sabe cómo Mercedes dejó escapar al ‘hombre más inteligente de Jerez’, pieza clave en ‘Coca-Cola’ y en ‘Hiram Walker Europa’, persona muy huidiza y celosa de su intimidad pero que derrocha esa exquisita educación de la que se contagió a su paso por las universidades anglosajonas de gestión empresarial. Y como este clan es interminable, se enamoró y casó finalmente con otra prima, María José Mora-Figueroa Camino. 

 

En el consejo andaban las aguas revueltas. Era 1981. El principal paquete de acciones lo detentaban los Domecq y Díez, más en concreto Carmen, en nombre de su esposo José Ramón Mora-Figueroa que había acumulado un buen puñado de participaciones de familiares descontentos y a los que se sucedieron posteriores ventas de los Domecq González y los Domecq de la Riva. Además, contaban con los Domecq Rivero, familia a la que pertenecía el abogado del Estado José Joaquín Ysasi Isasmendi Adaro (presidente  del consejo tras la muerte del segundo marqués de Domecq) por su matrimonio con Cristina Pemán Domecq, hija del autor de El divino impaciente. Pero el tiempo y la salud aconsejaron a José Ramón a dejar la batalla de la modernización de la compañía a manos de su hijo Ramón.

 

Ramón entró en Domecq como director gerente y acabó abatido por lo que vio. Puso fin a ese singular  marco de paternalismo en las relaciones laborales de la bodega, racionalizó los gastos y ayudas a órdenes religiosas y a la borrachería y perfiló un plan de viabilidad que al final no logró frenar los 62 días de huelga por los que se prolongó la primera gran crisis en una de las más poderosas bodegas de Jerez y de la que algún día nos ocuparemos.

 

El estallido

 

Pasó el tiempo y Domecq inició una vigorosa recuperación año a año. Pero las reuniones del consejo eran cada vez más convulsas. En la de aquel 23 de junio de 1993, los ánimos  explotaron. Los Domecq Solís, los León Domecq y los  Llanza Domecq, junto a los Benjumea (grupo Abengoa), que suponían un 25,5 del capital, desaprobaron la gestión de la compañía, pidieron un aumento de los dividendos (recibían 120 pesetas brutas por acción, el 12% del nominal) y anunciaron su intención de desprenderse de sus títulos.

 

La presión familiar persiguió a Ramón. Hiram Walker Europa ya estaba presente en el consejo; estaba participada por la multinacional británica Allied Lyons y la familia Mora-Figueroa, controlando el 56% de la compañía. Ramón había consolidado su posición y ya era consejero-delegado. Pero no lograba ganarse a los ‘políticos’, algunos de ellos deseosos de vender antes de continuar sin ver beneficios; ni otros, quizás,  olvidaban las viejas rencillas familiares que había provocado, muchos años atrás, la negativa de los Domecq a una petición económica de José Ramón. 

Y llegó, por fin, el desenlace. Ocurrió un año más tarde, un  24 de marzo. Allied Lyons se hizo con la mayoría de Pedro Domecq SA en una de las operaciones económicas más alabadas en el marco. Luego Ramón vino a Jerez, convocó a sus familiares y les explicó paso a paso la operación. Y, a continuación, todos aplaudieron. Era un camino de regreso a los orígenes. Los extranjeros que llegaron a  Jerez y la levantaron entregaban el testigo a otros extranjeros.

 

Los Mora-Figueroa vendieron finalmente toda la participación que tenía en la bodega a través del grupo Carrizuelo y, más reciente en el tiempo, hicieron lo propio con la embotelladora de ‘Coca-Cola’. La revista Forbes coloca la fortuna familiar en la número 44 del país, justo tras la de otro jerezano, Joaquín Rivero.

 

Sólo dos miembros de la familia han seguido hoy día la estela del negocio del vino: Alvaro Domecq Romero, Alvarito, lleva adelante con acierto su negocio bodeguero, mientras su pariente Miguel Domecq Solís lo ha hecho con el complejo de Entrechuelos. 

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