Los viajeros franceses descubren Jerez

El Rebusco

Viñas, bodegas y vino

Crónica de un asombro romántico

Vista aérea de Jerez, por Alfred Guesdon, circa 1855.
Vista aérea de Jerez, por Alfred Guesdon, circa 1855.

Durante el siglo XIX, cuando Europa miraba con curiosidad renovada hacia la península ibérica, Jerez de la Frontera se convirtió en escala predilecta para numerosos viajeros franceses. Eran escritores, militares, diplomáticos, pintores y aficionados a los vinos quienes, atraídos por el prestigio creciente del “sherry”, desembarcaban en Andalucía en busca de exotismo, luz meridional y una cultura que consideraban tan remota como fascinante.

La mayoría llegaba a Jerez siguiendo la ruta marcada por el romanticismo europeo, que veía en España un territorio de contrastes: tradición, solemnidad, fiesta, y misterio oriental. En sus diarios y libros de viaje, estos visitantes describían con minuciosidad la ciudad, sorprendidos por el esplendor de sus bodegas -a las que comparaban con catedrales por su monumentalidad- y por la vitalidad comercial que animaba sus calles.

Pero más allá del vino, los franceses del XIX también se interesaron por la vida cotidiana de Jerez. Les llamaba la atención la peculiar estructura social de una ciudad que giraba en torno a los ciclos de la vendimia. Sus relatos ofrecen una mirada valiosa sobre Jerez y su entorno que describían con una mezcla de admiración y sorpresa.

Portada del libro de Fátima Ruiz de Lassaletta.
Portada del libro de Fátima Ruiz de Lassaletta.

Aunque algunos reproducían clichés románticos propios de la época, otros ofrecieron testimonios de notable precisión etnográfica.

Sus escritos contribuyeron a situar Jerez en el imaginario europeo como un enclave esencial para comprender el sur de España.

La ocupación francesa

Jerez de la Frontera vivió, en las primeras décadas del siglo XIX, dos ocupaciones francesas cuyo rastro documental ha llegado hasta nuestros días. Cronistas y oficiales galos dejaron plasmadas sus impresiones en memorias y diarios de campaña.

Bota dedicada a Napoleón que se conserva en las bodegas Fundador.
Bota dedicada a Napoleón que se conserva en las bodegas Fundador.

Uno de ellos es el del conde Miot de Mélito, acompañante del rey José I durante su recorrido por España en 1810. Durante aquella breve estancia, el monarca -José Bonaparte- se alojó en el ya desaparecido palacio de los marqueses de los Álamos del Guadalete, inmueble requisado por las autoridades francesas para su uso como residencia real. Miot de Mélito anotó en su diario que, en el trayecto hacia la ciudad, el rey contempló “les vignobles qui produisent le vin renommé de Xerez”, una mención que confirma la reputación internacional que los caldos jerezanos ya ostentaban a comienzos del siglo XIX.

Portada de Viajeros francófonos en la Andalucía del siglo XIX.
Portada de Viajeros francófonos en la Andalucía del siglo XIX.

Otro visitante destacado fue el naturalista y geógrafo Bory de Saint-Vincent, oficial del ejército napoleónico. Tras recorrer España entre 1808 y 1813, publicó en 1823 su Guide du Voyageur en Espagne, donde dedicó algunas líneas al vino de Jerez, del que aseguró: “Famosa por sus excelentes vinos, cuyas cualidades secas rivalizan con las de los vinos de Madeira, y cuyas cualidades dulces pueden compararse con todos los vinos fortificados conocidos”.

El médico François-Joseph-Victor Broussais divirtiéndose en Jerez, 1810.
El médico François-Joseph-Victor Broussais divirtiéndose en Jerez, 1810.

Años después, nuevas tropas francesas llegarían a la zona, entonces al mando del conde de Angulema. Dos de sus oficiales, el mariscal de Castellane y Clerjon de Champigny, también dejaron constancia escrita de su paso por la ciudad. Castellane, que llegó a trabar relación con familias bodegueras como los Domecq y los Gordon, describió con minuciosidad la vida social de la comarca. Champigny, por su parte, legó una frase que sintetiza la impresión que provocaron en ellos las viñas jerezanas: “La vigne est un présent du ciel” - “la vid es un regalo del cielo”.

Testimonios gráficos

El reputado artista Nicolás Chapuy, autor de L’Espagne. Vues des principales villes de ce royaume dessinées d’après nature (1844), dedicó a Jerez una de sus célebres litografías. Años más tarde, su compatriota Alfred Guesdon seguiría sus pasos. Sus cuatro grabados, con escenas de viñas y bodegas, fueron publicados en el número 563 de L’Illustration, el 10 de diciembre de 1853. Otra imagen muy difundida de la ciudad, esta vez a vista de pájaro y coloreada, aparece en su obra L’Espagne à vol d’oiseau (1855).

Vista de Jerez, de Nicolas Chapuy, 1849.
Vista de Jerez, de Nicolas Chapuy, 1849.

El investigador Miguel Hervás, en El viaje por España de Alfred Guesdon, 1852-1854, señala que el artista francés alude a la “falta de monumentos” en Jerez, pero subraya la abundancia de grandes bodegas.

Guesdon tuvo la fortuna de conocer al señor Domecq, también de origen francés, quien le abrió las puertas de sus instalaciones y le explicó con detalle el proceso de elaboración y comercialización de los distintos vinos jerezanos, prodigándose en elogios hacia su calidad.

Lagar de una viña, por Alfred Guesdon, 1853.
Lagar de una viña, por Alfred Guesdon, 1853.

También Gustave Doré recorrió Jerez, acompañado por su amigo Charles Davillier. Su libro L’Espagne (1874) -publicado por entregas entre 1862 y 1873 en la revista de viajes Le Tour du monde y traducido al español como Viaje por España en 1957- sigue siendo célebre por las ilustraciones del propio Doré, tres de ellas dedicadas a temas jerezanos.

Vendimiadores en Jerez, por Doré, 1862.
Vendimiadores en Jerez, por Doré, 1862.

En su amplio texto sobre la ciudad, Davillier dedica buena parte a la actividad vitivinícola: “Los viñedos de Jerez ocupan una superficie de unas doce mil aranzadas -unas seis mil hectáreas-, que producen, año tras año, cinco mil botas, equivalentes a quinientas mil arrobas…”.

Entre las casas vinateras más destacadas menciona las de Domecq y la de Gordon.

Jerezanos, por Gustave Doré, 1862.
Jerezanos, por Gustave Doré, 1862.

Crónicas de viajeros

A lo largo del siglo XIX, más de medio centenar de viajeros franceses incluyeron Jerez de la Frontera en sus recorridos por España. Escritores, periodistas, políticos, músicos y eruditos dejaron constancia de una impresión común: la ciudad se explicaba, ante todo, a través de la vid y del vino. De ese amplio conjunto, una selección de veintitrés autores permite reconstruir una imagen reiterada y coherente del Jerez decimonónico.

Uno de los primeros en hacerlo fue Alexandre Laborde, autor del Itinéraire descriptif de l’Espagne (1806-1820), obra de referencia para el conocimiento del país en los inicios del siglo. En ella describía ya a Jerez como un enclave vinícola de alcance europeo, donde franceses e ingleses mantenían casas comerciales dedicadas casi en exclusiva al negocio del vino.

Grabado publicado en el libro de Clerjon Champigny, 1823.
Grabado publicado en el libro de Clerjon Champigny, 1823.

Esa dimensión internacional vuelve a aparecer en el Voyage pittoresque en Espagne, en Portugal et sur la côte d’Afrique, de Tanger à Tétouan (1826-1832), del barón Taylor. Tras su entrada en España en 1823 con la expedición de los Cien Mil Hijos de San Luis, el autor visitó las grandes bodegas jerezanas y dejó constancia de la magnitud del comercio: la mayor parte del vino se destinaba a Inglaterra, mientras que Francia adquiría una proporción muy inferior. Taylor aportó además una cifra reveladora: en 1825, las ventas de vino de Jerez alcanzaron los seis millones de pesos duros.

La imagen de la ciudad dominada por sus bodegas se consolida con Théophile Gautier, quien recorrió Andalucía entre 1839 y 1840. En Voyage en Espagne (1845), el escritor describió su llegada desde Cádiz y El Puerto de Santa María, subrayando que, más allá de las bodegas, la arquitectura jerezana le parecía poco destacable. Aquellos inmensos almacenes de muros blancos y tejados interminables le ofrecieron, según escribió, un espectáculo difícil de igualar.

Desde una perspectiva más económica, Louis-Antoine de Latour analizó la ciudad en La baie de Cadix. Nouvelles études sur l’Espagne (1858), fruto de su viaje de 1848. Para el hispanista, el comercio jerezano contrastaba con la modestia del resto de la península: era un comercio opulento, de capital mayoritariamente inglés y francés, alimentado por las ciudades europeas que consumían sus vinos.

Retrato de Gustave Doré.
Retrato de Gustave Doré.

En la misma década, el médico Émile Bégin publicó Voyage pittoresque en Espagne et Portugal (1852), donde, pese a una estancia breve, elogió tanto la calidad de los vinos como la hospitalidad de los jerezanos. Un punto de vista singular lo aportó Josephine de Brinckmann en Promenades en Espagne pendant les années 1849 à 1850 (1852). La única mujer del grupo describió las bodegas de Domecq -propiedad de un francés- como espacios infinitos, ordenados y simétricos, comparables a una gran biblioteca de barricas.

El compositor Alexis Garaudé incluyó sus impresiones en L’Espagne en 1851 (1852), donde definió Jerez como una ciudad de viñedos famosos en toda Europa y recomendó la visita a sus inmensas bodegas. Poco después, Alfred Germond de Lavigne incorporó a Jerez en su guía Itinéraire descriptif, historique et artistique de l’Espagne et du Portugal (1866), destacándola como una de las ciudades más interesantes de Andalucía gracias a la riqueza generada por el vino y a las bodegas de Domecq.

La asociación entre Jerez y el vino es explícita en L’Espagne. Mœurs et paysages (1862), del religioso Nicolás-Léon Godard, quien dedicó un capítulo completo a “Xérès et les vins d’Espagne”. También Alphonse Cordier, en À travers la France, l’Italie, la Suisse et l’Espagne (1866), relató su visita a las bodegas de Pierre Domecq, donde se almacenaban unas 45.000 botas de vino, en edificios que, según su conocida comparación, parecían iglesias.

El jurista Eugène Poitou, autor de Voyage en Espagne (1869), llegó a Jerez en tren desde Sevilla y dejó una sentencia que se repetiría en otros relatos: no era la ciudad más hermosa de Andalucía, pero sí la más rica, gracias a unos vinos cuya fama crecía día a día. Esa prosperidad urbana aparece también en las crónicas del periodista Louis Teste, reunidas en L’Espagne contemporaine. Journal d’un voyageur (1872), donde destaca la importancia del ferrocarril y describe una ciudad elegante, limpia y cuidadosamente encalada.

El elogio del producto alcanza tintes casi líricos en Aux pays du soleil. Un été en Espagne (1883), de Víctor Fournel. Tras probar el amontillado de Jerez, el autor confesó que los supuestos vinos de Jerez conocidos en Francia no eran más que pálidas imitaciones frente a aquel néctar auténtico.

Ya en el último tramo del siglo, Henry Lyonnet -Alfred Copin- publicó À travers l’Espagne inconnue (1896), fruto de un viaje realizado en torno a 1890, en plena vendimia. Su juicio fue ambivalente: Jerez sería una ciudad hermosa si no fuera por la omnipresencia de sus interminables bodegas, aunque reconocía la riqueza casi principesca de los grandes propietarios. Una valoración similar aparece en L’Espagne monumentale et pittoresque (1894), de Marie-Jean Blanc Saint-Hilaire.

Portada del libro Pierre Louys y Andalucía.
Portada del libro Pierre Louys y Andalucía. / v

El recorrido se cierra con Pierre Louys, poeta y novelista, que pasó dos temporadas en Andalucía entre 1895 y 1896. Jerez fue una de las ciudades que más le impresionó. En sus escritos la describió como “deslumbrante”, impregnada del olor de sus bodegas, con calles amplias o estrechas, plazas de altas palmeras y bodegas omnipresentes. Tras una estancia de dos días, dejó constancia de su deseo de conservar la ciudad en su memoria.

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