Cultura

Teatro y comedia aderezados con música de cámara

  • Yllana encuentra en el Villamarta la partitura perfecta

Instante de la actuación en el Teatro Villamarta, este sábado.

Instante de la actuación en el Teatro Villamarta, este sábado. / Miguel Ángel González

Un espectáculo de Yllana siempre es una apuesta a rizar el rizo. En esta ocasión, mucho más, porque aunque sigue las sendas de anteriores espectáculos, hay una vuelta de tuerca más en lo dramatúrgico y en el ritmo endiablado de un espectáculo creado para divertir por igual a los descubridores del grupo y a los ya adictos a su humor. El teatro musical y de comedia, llevado al esperpento de la mano de las delicias de la música desde siglos anteriores al actual donde se acentúa la melodía y el ritmo frente a la palabra.

Lo que menos se pretende es impostar y cantar; el objetivo último es transmitir ganas de divertir y de saber moverse en el escenario al ritmo frenético de la música clásica haciendo uso de una serie de piezas elegidas a propósito para contar desde las filigranas de las manos, de la gestualidad de las caras y de la elasticidad de los cuerpos las historias que la música encierra en sí misma, aprovechándose de la atracción que los instrumentos musicales llegan a conseguir gracias a su virtuosismo en manos de unos músicos geniales y de larga trayectoria que darán mucho que hablar.

Es, en realidad, un concierto al servicio del nudo argumental, donde el texto son las notas de Sarasate, Paganini, Mozart, Vivaldi y hasta los Beatles en un largo repertorio digno de los mejores recitales. En segundo plano queda el conflicto. Planteado desde la genialidad de buscar una melodía que haga feliz a un rey imaginario, se hilvanan sketches a modo de inspiraciones de notas musicales en busca de la nota perfecta acentuando la importancia de la música con mayúsculas como verdadera clave que abre las puertas de un mundo encorsetado y cuadriculado.

La iluminación y los figurines consiguen dotar al conjunto de una endiablada apuesta por lo visual, apoyados en la danza y la música y a propósito de historias reflejadas en un cuarteto de cuerda y clavecín que sirve de nudo dramático para sus locuras. Los personajes acaban siendo instrumentos para expresar los sentimientos de la música con pasión y los instrumentos acaban cobrando vida humana como paradigma de la maravillosa fuerza de la música. Con ese mimetismo reivindican el valor de las artes escénicas y no tan escénicas en cualquier época de nuestras vidas. Y todo apoyado en la fidelidad a una filosofía de grupo teatral coral que es protagonista durante todo el tiempo y que lleva a una puesta en escena plenamente repleta de entidad argumental, porque siempre se vislumbra claramente la unidad narrativa en el espacio y en el tiempo, tanto usando el tiempo de la narración al antojo de los protagonistas así como el tiempo de la ficción perfectamente desarrollado para deleite de los instrumentistas.

Los movimientos y la ubicación de los personajes andan perfectamente referidos en relación con las notas musicales que emanan del escenario rompiendo la cuarta pared, y la imagen escénica se graba perfectamente en las retinas gracias a un cuidado ejercicio milimétrico de sensibilidad músico-expresiva. El trabajo corporal engrandece la técnica y hace que conforme la obra avanza las líneas del pentagrama en que se convierte la función sean más ricas por segundos logrando que el cenit sea directamente proporcional a la implicación de actores y público. Una verdadera orquesta aparece impoluta.

Perfectamente ensamblada, acomodada a los movimientos de la batuta de sus propios directores, acentuada en los acordes cuando se debe, relajada cuando se necesita de figuras de corcheas y semicorcheas o repleta de ritmo y melodía como argumento dramatúrgico de consecución de los objetivos teatrales de esta nueva osadía de Yllana. Como todo trabajo artístico que se precie la técnica se percibe detrás de todo cambio de penumbra, en el directo de los instrumentos, en las variadas transiciones, en los giros de ocupación de espacio, en los malabares del teatro físico y en un vestuario y peluquería tan conseguidos que consiguen dar la propuesta no verbal en la misma línea impresionista de la dirección de escena y musical.

El elenco a gran nivel, consiguiendo enganchar al público, sobrecargado de cariño hacia la obra y de ganas de crear personajes perfectamente definidos, en una línea constante de pulcritud de comunicación de cada personaje, manteniendo la base de su filosofía gestual pero avanzando en los registros más técnicos a nivel musical. La palabra sobra. Bastan los hechos. Y estos se nos ofrecen en una oda a la creación y la transmisión de sensaciones con el objetivo de volver a ser artífice de una nueva sociedad que se agarra a la música como tabla de salvación perentoria.

Otra buena apuesta del Villamarta, que por otra parte, está perfectamente adaptado a las necesidades preventivas actuales. Y una lección importante. Siempre nos queda el teatro. El cine. La fotografía. La escultura. La pintura. Todas las artes, en definitiva. Y la música, sobremanera. Más en manos de unos virtuosos profesionales para conseguir llenar de sentimientos las neuronas y olvidar, por un momento, las neumonías pandémicas.

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