Crucero por el báltico

Medianoche en Jyväskylä

NADA es como te contaron, pero bosques y lagos no cesan de pasar a toda velocidad. Con la maleta llena de ropa de abrigo, veo a los niños, hermosos y rubios como la cerveza, lanzarse al agua una y otra vez. En todas partes las calles están llenas y el sol brilla siempre. Santa Claus, sus renos de nariz roja y el invierno perpetuo están lejos, tan lejos como Jerez. Todo es cálido, azul y verde camino de Jyväskylä, a dos pasos del Círculo Polar.

Alvar Aalto nos ha llamado hasta la ciudad en la que abrió su primer estudio. Al borde de un lago y rodeada de bosques. Santuario del genio y meca de los arquitectos. El hotel está al lado de la calle Alvar Aalto, donde cogemos un autobús de línea hasta Saynatsalo, cuyo ayuntamiento es una obra maestra de Aalto. Volvemos a la calle Aalto, donde se encuentra el Museo Alvar Aalto, con todos sus planos, maquetas y un montón de fotos en las que Aalto esquía, Aalto dibuja, Aalto colabora con su país en la II Guerra Mundial, Aalto recibe premios y Aalto posa con la señora de Aalto en su casa de veraneo. Vuelta a la calle Aalto, hasta la Universidad, creada por Aalto, y de ahí a la Casa de los Obreros, debida al genio de…

Seguro que, como a nosotros, les está entrando hambre, así que vamos a la pizzería Aalto que nos sorprende con una recomendación del chef llamada Pizza Aalto, la cual pedimos, para después caminar hasta la tienda de Ittala, llena de hermosos objetos de cristal diseñados por Saarinen, digo Aalto. Aalto es grande, nadie lo duda, pero cae la tarde, y a las puertas del auditorio proyectado por Aalto, siento que me va a dar un ataque de Aalto, así que decidimos marchar al jardín del lago, lejos de los edificios.

Son las 10 p.m. y el sol cae lentamente entre los árboles, tiñendo de oro el agua. El hermoso anochecer se lleva todo recuerdo del Movimiento Moderno en la Arquitectura y volvemos a JyväsKylä a terminar un día interminable. Nos sentamos en una terraza abarrotada y las cervezas empiezan a desfilar, esperando que llegue la hora de la cena. El tiempo queda suspendido mientras todo lo hecho, visto y oído en Finlandia viene a la conversación. Vuelve la perfección de la plaza de Seinäjoki, con sus edificios racionalistas (como no, de Aalto) y su iglesia desnuda, hermosa y blanca, con su elegante torre que se pierde en la inmensidad del cielo. Aparecen otra vez los estertores padecidos en la sauna de Turku, donde estuvimos a punto de perecer cocidos. Visitamos de nuevo la Iglesia de la Roca de Helsinki subiendo y bajando por aquella montaña hueca vestida de la luz más pura que pudo soñar un sacerdote para alabar a Dios. Regresó aquel boliza que se nos pegó en un bar y nos dijo que lo único que sabía decir en español era Lloret de Marr y "Te quierrro puta", recibiendo como respuesta que ambas expresiones le serían de gran utilidad en su próxima visita a la Península Ibérica. Nunca pensé que esto fuese así. Ciudades ni feas ni bonitas llenas de encanto y un paisaje inmenso comparable al Jardín del Edén. Y pensar que acabamos aquí por casualidad, cuando nos enteramos del precio del visado para entrar en Rusia.

El día agoniza, detenido en ese momento en que suceden las cosas imposibles. Justo cuando aparecen las hadas, el instante en que somos felices. Ese segundo antes de que se encienda el alumbrado de la feria, y nos demos cuenta de que llevamos todo el día en danza. Pero las luces no se ponen a funcionar en este crepúsculo eterno y las pintas vuelan hasta que alguien mira el móvil

¡Las doce y media! Pero si todavía hay sol...

La cena quedó para otro día y un amanecer glorioso nos sorprendió varias cervezas más adelante.

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