El balcón
Ignacio Martínez
Sin cordones sanitarios
Al arribafirmante le gustaría sumarse con entusiasmo a la épica mosquetera del "todos a una". Pero no le sale. Además, ya hay demasiados ángeles turiferarios y cheerleaders en el cuarto poder. Tantos que parece que la culpa de la mala gestión que ha hecho el Gobierno de la pandemia la tienen Santiago Abascal o los Niños del Brasil. Eso sí es negacionismo y no lo del primo de Rajoy. Por cierto, hemos recordado estos días que esta palabra arrojadiza, con la que la izquierda intenta deslegitimar cualquier crítica a sus verdades oficiales, nació para definir a una cierta historiografía que pretendió minimizar, sin conseguirlo, el holocausto judío. A partir de ahí, quizás por falta de riego sanguíneo, la palabra fue decayendo hasta convertirse en uno de esos comodines que sirven para todo. A la altura, por lo menos, de "falócrata". Sin embargo, si uno observa bien, el negacionismo ha sido recurso habitual de la izquierda sistémica española, es decir, del PSOE. Zapatero, un hombre con firmes convicciones progresistas (así le dicen), consiguió su segunda presidencia negando la existencia de una descomunal crisis económica. Se perdió un tiempo precioso y llegó la tijera. En estos días, con tanto profeta de lo público suelto, se olvida que quizás el mayor recorte al gasto social en España lo hizo el que ahora apoya sin reservas al compañero Maduro, no los neoliberales de Génova. La segunda negación del partido socialdemócrata oficial de España, en su versión Gobierno, fue la de la pandemia del coronavirus. Ellos -y no otros, no nos equivoquemos- eran los que tenían todas las herramientas de información y análisis que ofrece el Estado para prever estas cosas. Pero no las aprovecharon. En algunos casos, incluso, de forma contumaz. Cuando los organizadores del Mobile World Congress decidieron cerrar el chiringuito por lo que se avecinaba, el Ejecutivo puso cara de ofendido y dijo aquello de que aquí éramos pobres, pero limpios. Después, cuando ya no había dudas de la gravedad de la situación, permitió incomprensiblemente los alardes feministas, voxistas y deportivos del 8 de marzo.
El Gobierno de Progreso no es culpable del coronavirus, pero sí de la mala gestión de la pandemia. No ha ocurrido así ni en la izquierdista Portugal ni en la derechista Grecia, cuyos ejecutivos han actuado con muchísima más eficacia y celeridad. Negarlo es, sencillamente, negacionismo.
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