En la gran penumbra

La tribuna

12190141 2025-05-04
En la gran penumbra

04 de mayo 2025 - 03:07

En una novela de José Saramago, La balsa de piedra, la península ibérica se separa geográficamente, y sin explicación científica, del continente europeo. En la alegoría literaria, España y Portugal inician una deriva atlántica, el corazón del iberismo varado en medio del océano. El lunes 28 de abril de 2025 a las 12:35 minutos, la imagen que desde las alturas ofrecían los satélites era inquietamente similar. O, al menos, parecida porque Europa terminaba en los Pirineos. A partir de ese punto sólo surgía una intensa negrura, como si se abriera una fosa abisal, una nada. Una gran penumbra.

La tarde del apagón, yo leía a Saramago. Estaba reorganizando la biblioteca y me quedé varada en el anaquel donde están los libros del gran autor portugués. El azar no pudo ser más afortunado porque Saramago volvió a salvarme otra vez de algún viento sucio que comenzó a azotarme aquella misma tarde. Ya me había ocurrido en noviembre de 2022, cuando –después de que me azotara otra versión de los vientos sucios de la vida–, alguien me ofreció refugiarme en la casa de Saramago en Lisboa. No podía ser otra que Pilar del Río. Allí me salvé del temporal. El destello de ingenio y lucidez del escritor que quedaba flotando en sus páginas, en sus objetos personales y en los rincones de su memoria, consiguió rescatarme entonces de la penumbra. Cada vez me quedan menos dudas de que Saramago es el gran escritor de nuestro tiempo. Quizás el único capaz de ayudarnos a entender las confusas incertidumbres del presente. La literatura de Saramago, llena de parábolas que sirven para entender lo complejo, propone una lectura sanadora para este mundo de inesperadas transformaciones. ¿Quién si no es capaz de plantear estos años distópicos en los que vivimos? Cada pocos meses –desde que comenzó esta década perturbadora– nos asalta una pandemia, un volcán, una dana feroz o un apagón energético. Como si hubiéramos sido condenados por esa maldición china que con cruel ironía advertía: “Ojalá vivas tiempos interesantes”. Se deseaba así una existencia coincidente con cambios radicales y episodios impredecibles frente a las situaciones tranquilas y aburridas. La plácida y sencilla felicidad del tedio.

El lunes por la tarde yo releía pasajes de las novelas de Saramago en medio de esa extraña penumbra. La luz del atardecer iba derramándose sobre la ciudad hasta desaparecer por las rendijas del día. Había que encender las velas, amortizando por fin la tonta pasión por las ceras aromáticas. Leer a Saramago en una situación apocalíptica alumbrada con las luces frágiles era una escena de escalofrío y emoción. Mientras, la información iba llegando en pequeñas dosis gracias a la radio analógica, ese aparato que provocaba la risa de los jóvenes vendedores cuando los pedía en las tiendas electrónicas.

Ese día pensé en la pobre e incauta generación adánica que no tenía referentes del mundo anterior a su nacimiento. Se encontraron que no sabían cómo escuchar la radio, cómo comunicarse o cómo pagar en una panadería. Son inocentes porque son nativos digitales. Otra cosa son los esnobs de cierta edad que apostolan con soberbia sobre las cualidades de todo juguetito virtual. Sin darse cuenta de que caen en la trampa de la novedad, en el engaño en el que suelen sucumbir los consumidores sin criterio. Recordé esa viñeta de El Roto que advertía sobre la fascinación colectiva por las tecnologías urgentes: “Ya están todos en la red, ahora tirad de ella”.

Mi reserva hacia esa ciega entrega total a los nuevos dioses de lo digital se confirmó el lunes. Una jornada que, a pesar del caos, fue para muchos casi un cálido refugio en los tiempos antiguos. Una nostalgia de la tierna seguridad del ayer, aunque en el fondo sabemos que el pasado se idealiza hasta crear una ficción que en realidad nunca existió.

No sé si el lunes vivimos otra contrautopía de las que nos quedan por sufrir, pero yo me sentí bien en la balsa de piedra de Saramago, arrastrada por los caprichos de los vientos históricos. Navegando en una incertidumbre ultramarina con nuestros vecinos ibéricos.

Ahí estaban Ensayo sobre la ceguera y esa epidemia de ceguera blanca que muestra una sociedad distópica en la que surge lo mejor y lo peor de la condición humana. O Ensayo sobre la lucidez donde una epidemia de sensatez hace que la rebeldía sea un voto en blanco ante la democracia convertida en plutocracia. Sí, estoy segura de que la salvación del lunes fue leer a Saramago a la luz de las velas. Dentro de la gran penumbra.

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