Terremoto en Marruecos: "Necesitamos alimentos, pero sobre todo un techo"
Tiksit, Alto Atlas (Marruecos)/A esta hora, acaso la más dolorosa de la historia contemporánea de Marruecos, la zona cero del terremoto de escala 7 que sacudió el suroeste de Marrakech, se divide entre lugares en los que ya no se busca a nadie más porque ya se han enterrado todos sus muertos o trasladado a los hospitales a los supervivientes y en los que aún no se ha perdido toda la esperanza de hallar a alguien con vida entre los restos de arena y cascotes.
La aldea de Tiksit, pedimos a un vecino que nos pronuncie su nombre, porque no hay una sola indicación en la ruta desde Marrakech, más de 70 kilómetros, que nos avise de su existencia, se encuentra entre los primeros. Hasta el viernes pasado, Tiksit, en la provincia de Chichaua, una de las más sacudidas mortalmente junto a Al Hauz o Tarudant, todas ellas pertenecientes a la gran región de Marrakech y a las agrestes e inhóspitas montañas del Alto Altas, contaba con algo más de 300 habitantes.
En estos momentos, del núcleo principal de este pueblecito sólo quedan ruinas. Lo único que sigue hoy en pie es el minarete resquebrajado de su mezquita que, pintada de rosa, debió destacar del panorama de casuchas de adobe y paja que se confunden con el color pardo de estas montañas peladas. El ambiente es desolador en Tiksit, a más de 1.500 metros de altura y bajo las cumbres del Alto Altas, que antes del viernes no contaba, como tantos otros lugares aquí arriba, con agua corriente ni calles ni comercios ni nada que se le pareciera. De sus tres centenares de habitantes hasta el pasado viernes 8 de septiembre, unos 80 perdieron la vida de manera traumática al venirse abajo sus casas mientras dormían o víctimas de las heridas sufridas. Otro centenar está siendo atendido en hospitales de campaña levantados en la ruta hacia Marrakech.
Los restos de ropa, mantas o cubiertos dan cuenta entre los escombros de lo que fue el núcleo principal de la aldea. Los supervivientes aguardan una ayuda que no saben cuándo y cómo llegará en tiendas de campaña levantadas por la protección civil marroquí y hasta las que en la tarde del domingo llegaban furgonetas con leche, azúcar, té, garrafas de agua y medicamentos procedentes de Marrakech. Al caer el sol, las Dentro de todo, en Tiksit han tenido suerte porque en centenares, acaso miles de lugares semejantes, porque no puede hablarse siquiera de aldeas, apenas grupos de tres o cuatro casas de barro en torno a una ladera menos empinada del terreno o a una corriente de agua, no ha llegado aún ningún tipo de ayuda tres días después de la sacudida del terreno.
Los muertos descansan en un improvisado cementerio -los vecinos se quejan de que tuvieron que enterrarlos juntos y a toda prisa, sin seguir los ritos y la dignidad propias de su religión-, del que da cuenta el reciente movimiento de tierra. Junto a las fosas, hay aparcada una solitaria furgoneta con la carrocería llena de pegatinas. Un vecino, Fouad, que perdió a su hija de cinco años y rescató con vida a su esposa, nos cuenta que su propietario, el chófer de Tiksit, murió como consecuencia del temblor de tierra y los vecinos se han quedado sin la persona que los llevaba fuera del pueblo.
Por ejemplo los niños, porque Tiskit está lleno de niños sucios y sonrientes a pesar del drama, a los que el conductor de la furgoneta llevaba al cole en otra aldea situada a unos diez kilómetros de allá. Y que en la tarde del domingo jugaban a la pelota o se acercaban con curiosidad a los periodistas y voluntarios soltándoles acaso alguna palabra en inglés, lo que da cuenta de que la monotonía de sus vidas quedaba interrumpida por el encuentro casual con algún turista de paso en la ruta, quizá, hacia el Tubkal, el techo de Marruecos. La tarde comienza a caer en Tiskit, y, con ella, la temperatura. El frío de verdad, aunque estamos todavía oficialmente en verano, llegará pronto a estas montañas.
“Necesitamos alimentos, pero, sobre todo, un techo”, comenta una señora, según nos traduce del bereber un joven voluntario llegado desde Rabat. Nadie entre los supervivientes se ha planteado abandonar este lugar borrado de un plumazo de los mapas. Quieren reconstruir aquí sus vidas, donde varias generaciones de sus ancestros están enterrados. Entretanto, un país desbordado, un Estado incapaz de hacer frente a la tarea imposible de llegar con su escasez de medios a una geografía dramática como la del Alto Atlas.
Las últimas cifras oficiales hablan de 2.862 muertos y 2.562 heridos, con más de un millar de fallecidos registrados sólo en la provincia de Al Hauz. Pero en privado los marroquíes confiesan que las autoridades dosifican la información y que el balance real de pérdidas es superior al que se quiere o se puede admitir. La orografía, la dispersión de los lugares afectados a lo largo de un espacio de miles de kilómetros cuadrados, la falta de medios, a pesar de la ayuda internacional que está llegando de unos pocos países –entre ellos, España- y el hecho, en fin, de que las personas atrapadas por el hundimiento de sus casas no pudo quedar a mucha profundidad teniendo en cuenta los materiales de los que estaban construidas –fue relativamente fácil encontrarlas- hacen muy remotas las posibilidades de encontrar supervivientes, como nos admiten los rescatistas españoles.
El presidente del Senado marroquí se aventuraba ayer a augurar que harán falta “cinco o seis años” para reconstruir los lugares siniestrados. Los medios oficiales, conscientes de que el debate sobre la falta de liderazgo ha comenzado a abrirse, se afanaban en hacer constar los encuentros de crisis protagonizados por el ministro del Interior o la primera intervención pública, que llegaba en la tarde del domingo, del jefe del Gobierno, Aziz Akhannouch.
El político y acaudalado empresario vinculaba, a su vez, al rey de Marruecos a los esfuerzos de reconstrucción y las labores de rescate y anunciaba indemnizaciones para que quienes se quedaron sin casa puedan volver a levantarla; un esfuerzo que se antoja un brindis al sol cuando se piensa en Tikist, que al final de la tarde se ha quedado ya a oscuras y a la intemperie. Del propio Mohamed VI no se sabe nada desde el sábado, cuando presidió, de regreso de una escapada privada a Francia, una primera reunión de crisis para llamar a la movilización total de sus tropas y resto de cuerpos y fuerzas de seguridad desde el palacio real de Rabat. Lejos, muy lejos, casi en otro planeta diferente al de las gentes de Tiksit.
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