Diario de una gran hazaña | Capítulo 15 (7 de abril de 1520)

La flota de las especias vive en la Patagonia una Semana Santa sangrienta

  • Un comandante español degollado, otro descuartizado, un militar ejecutado y casi 40 detenidos es el balance de un motín que es desactivado a tiempo por Magallanes

Este dibujo simboliza el momento en el que Fernando de Magallanes da por desactivado el motín  que buscaba apartarle como mando de la flota.

Este dibujo simboliza el momento en el que Fernando de Magallanes da por desactivado el motín que buscaba apartarle como mando de la flota. / D.C.

Los más de 240 hombres que conforman la flota de las especias jamás olvidarán la Semana Santa de este año 1520, sin duda la más sangrienta de sus vidas. Todo empezó el pasado día 1 de abril, Domingo de Ramos, y su epílogo ha tenido lugar hoy, 7 de abril y Sábado Santo. Entre ambas jornadas, la flota ha vivido un intento de motín que logró ser desactivado a tiempo por su capitán general, Fernando de Magallanes, aunque el balance final de la revuelta ha sido trágico: un degollado, un descuartizado, otro ejecutado y casi 40 hombres detenidos. Y entre los ajusticiados se encuentran dos de los capitanes de las cinco naos que conforman esta expedición: Gaspar de Quesada y Luis de Mendoza, máximos responsables, respectivamente, de la Concepción y de la Victoria.

La flota a las Molucas tocó tierra en la Patagonia, al sur del continente americano, el 31 de marzo y ese mismo día Magallanes ya notó que los recelos hacia é iban a más. Y esas sospechas tomaron mucho más cuerpo cuando descubrió que la mayoría de los capitanes contrarios a él rechazaron acompañarle tanto en la misa de acción de gracias que se celebró el 1 de abril a bordo de la Trinidad como en el posterior almuerzo en el que el capitán general de la flota iba a ejercer de anfitrión.

El único asistente a esa comida fue Álvaro de Mesquita, capitán de la San Antonio y primo de Magallanes. El trasiego continuo de botes entre las diferentes embarcaciones encendieron la luz de alarma en el marino portugués, unos temores que se terminaron confirmando después de que unos marineros de la Concepción que fueron interceptados cuando iban a tierra confesaran que el motín iba a ejecutarse esa misma noche.

Es entonces cuando Magallanes, sabiendo que estaba en inferioridad, decide tomar la iniciativa. Y ordena que un bote con ocho marineros portando armas escondidas, y entre los que se incluye el alguacil de la Trinidad, Gonzalo Gómez de Espinosa, se dirija a la nao Victoria a entregarle un mensaje escrito a su capitán, Luis de Mendoza. Y mientras éste lo está leyendo, Gómez de Espinosa degolló al máximo responsable de la Victoria al mismo tiempo que la tripulación de esta nao se rindió sin oponer resistencia.

Magallanes lograba apagar uno de los fuegos, pero faltaba el peor, que se localizaba en la San Antonio. Allí, y aprovechando que Mesquita estaba con Magallanes, el capitán de la Concepción, Gaspar de Quesada, y el maestre de esta nao, Juan Sebastián de Elcano, toman el mando y restituyen como comandante a Juan de Cartagena, pese a la oposición expresa del maestre de la San Antonio, Juan de Elorriaga, que es herido de seriedad en el brazo por Quesada. Este último llegó a afirmar: "Ni Magallanes, ni el resto de portugueses dan ya órdenes", al tiempo que ordenaba atar a todos los marineros lusos.

Pero el motín apenas duró unas horas, en concreto hasta que dos botes procedentes de la Trinidad con Mesquita a bordo llegaron a la San Antonio. Quesada ordenó alejarlos usando los arcabuces, pero el estallido de una bombarda procedente de la Trinidad y luego el de otra que disparó la Santiago le abrieron los ojos a Quesada y a Cartagena, que terminaron rindiéndose ante Magallanes.

El amago de insurrección derivó en un juicio en el que fueron condenados por traición tanto Quesada, que este 7 de abril ha muerto descuartizado, como el piloto Gerardo Herrero, que fue colgado de los pulgares hasta expirar cinco horas después.

El juicio concluyó con más de una treintena de marineros condenados a colgar de una maroma, aunque Magallanes terminó perdonándoles la vida porque sabe que sin ellos es muy difíicl que su expedición triunfe. Entre los perdonados está Elcano.

En cuanto a otros cabecillas de la revuelta, Juan de Cartagena fue condenado a ser abandonado en una isla desierta cuando la flota de las especias zarpe de la Patagonia, algo que Magallanes sabe que no será hasta dentro de varios meses, cuando acabe el duro invierno austral que ya están sufriendo.

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