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Al momento de escribir esto, el viento sopla a más de 60 nudos (110 kilómetros por hora) en las aguas del Estrecho de Magallanes, frente a Punta Arenas, Chile. Si observamos el mar, las crestas blancas de las olas se aprecian fácilmente a distancia y el viento logra escorar los barcos que navegan por la zona o aquellos que se encuentran fondeados en la bahía. Este panorama, muy habitual en la zona, es algo con lo que conviven a diario los habitantes de la Patagonia y fue, en su momento, una de las principales dificultades de navegación que enfrentó Hernando de Magallanes en su descubrimiento de este paso interoceánico hace 500 años.
Los vientos dominantes en esta región tienen una dirección Oeste-Este y alcanzan altas velocidades por la escasa presencia de masas continentales que actúen como barrera, en comparación con iguales latitudes del hemisferio norte. Tienden a soplar con mayor fuerza en primavera y verano (de septiembre a marzo), justo en el periodo de tiempo en que la flota de Magallanes realizó su paso por el estrecho, por lo que es plausible asumir que debieron afrontar este factor.
El Estrecho de Magallanes es un lugar inhóspito donde la naturaleza prístina es la única dueña de un laberinto de montañas salpicadas de bosques y glaciares, bahías, islas y fiordos largos y angostos que hablan de la erosión generada por las masas de hielo que cubrieron gran parte de la Patagonia hace más de 120.000 años, durante la última era glacial. El paisaje que enfrentó Magallanes y su expedición no es muy distinto al que se observa hoy.
Así, cuesta mucho imaginar a las cuatro naos de la flota de Magallanes que ingresaron al estrecho un 21 de octubre de 1520, surcando las aguas sin carta náutica y con las condiciones tan duras antes descritas. Esto, sobre todo, al pensar en las velas cuadras que poseían y navegando prácticamente siempre con viento en contra.
Sin una carta náutica ni conocimiento previo de esta geografía tan accidentada, la flota termina separándose al llegar a la isla hoy conocida como Dawson. Sin embargo, y contra todo pronóstico, lo que queda de ella logra unir el cabo Vírgenes en el este con el cabo Deseado en el oeste, completando en sólo 36 días su recorrido por el estrecho.
Incluso hoy la navegación a lo largo de sus 300 millas náuticas de extensión debe hacerse de forma cauta. Tan es así, que cualquier barco de una bandera que no sea la chilena debe transitarlo con un práctico o piloto local a bordo que lo guíe de forma segura de un extremo a otro. Ellos cuentan con la experiencia necesaria para considerar todos los factores. como la fuerza y dirección de las corrientes, que pueden alcanzar los ocho nudos de velocidad (aproximadamente 14 kilómetros por hora); los vientos, su fuerza y dirección; las profundidades que pueden variar abruptamente, y hasta los sitios donde buscar refugio en caso de temporal.
Hoy en día las rutas comerciales se encuentran muy bien demarcadas por zonas de tránsito que son seguras y hacen que el estrecho siga siendo canal de comunicación entre los océanos.
Sin embargo, todo esto no quita que desde siempre los parajes y las vistas sean realmente imponentes y sobrecogedoras para quien tenga la oportunidad y privilegio de contemplarlas.
A pesar de todas las dificultades de la expedición, Antonio Pigafetta, relator de la misma, escribió: "Para mí, no hay en el mundo estrecho más hermoso, cómodo y mejor que éste", quizás abriendo con estas breves palabras las ansias por conocer tal lugar y que se traducirían con el pasar de los años en un sinfín de expediciones de distintas nacionalidades.
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