Programación Guía completa del Gran Premio de Motociclismo en Jerez

La página ecuestre: Jinetes veteranos

Un caballero entre viñedos

  • Jesús Mateos López de la Banda y su yegua 'Ovalina', de treinta años, mantienen viva la esencia de la campiña. Un binomio que se ha hecho un hueco en la historia hípica jerezana gracias a una afición heredada de generaciones anteriores

Ovalina nació hace treinta años. Es una pura raza árabe en fase blanca que lleva estampado en su pata el famoso hierro del corazón de Gabriel Mateos Romero. Esta yegua ha tenido la suerte de tener un solo dueño a lo largo de su vida. Llegó a casa de Jesús Mateos López de la Banda cuando era una indómita potrita y allí sigue, en la viña El Aljibe, en el kilómetro cinco de la carretera del Calvario. Hace tres décadas, cuando Ovalina venía al mundo, la carretera del Calvario era una de las arterias principales que regaban de vino de Jerez toda la denominación de origen. Entre Jerez y Trebujena se dibujaban los mejores viñedos del jerez, aquellos que servían para dar empaque a los caldos de Terry, de Osborne, de González Byass, de Williams, de Domecq… Más de veinte kilómetros de las distintas variedades de uvas que se recogían y se aplastaban en sus centenarios edificios blancos en los que se podía leer el nombre del viñedo en su fachada principal. Más de veinte kilómetros en los que el aire olía a mosto, a Jerez en su estado más puro.

Treinta años después el panorama es otro. En el primer kilómetro, las cepas se han sustituido por plazas de aparcamiento que rodean a un gigante sueco azul y amarillo. En los siguientes cuatro kilómetros, los viñedos adormecen a la espera de la primavera los haga florecer. Pero a partir del kilómetro cinco, concretamente en el cruce de Las Tablas, no hay nada. Campos yermos salpicados de lagares, algunos blancos porque están habitados y otros amarillentos. A lo lejos, las cepas se han sustituido por molinos de viento de los grandes. Es todo el jugo que se le puede sacar a la tierra.

Ovalina vive en uno de estos viñedos que tuvieron que ser arrancados por falta de producción de vino. La familia mantiene en impecable estado la casa, un fabuloso cortijo en el que sus habitantes encontraron la felicidad hace más de treinta años. Jesús Mateos, a sus 74 años, todavía recuerda el esplendor del Jerez de los años setenta. "Esto ha cambiado mucho, aquí ya queda muy poca viña… Nosotros tuvimos que arrancar y ahora hemos sustituido la vid por cultivos de temporada: cereal, girasol… Cuando nos mudamos aquí era otra época. Jerez tenía una alta producción de vino, había más vida hípica y, también éramos más jóvenes".

Ovalina conoce muy bien la dureza de la campiña jerezana y de su tierra albariza. Desde que era una potranca recorre sus caminos porque a su jinete siempre le han gustado las cacerías de liebres, la equitación en libertad y el raid. Así que la yegua siempre ha estado en forma. Al igual que otros caballos que han acompañado a la familia. El más destacado, Ilustrado, con el que Jesús Mateos logró ganar la prestigiosa Copa del Rey de Raid en Jerez. Corría el año 1969 y ya para entonces este veterano jinete había ganado la Copa del Rey de Raid de 1968 y el durísimo raid Córdoba-Jerez, clasificándose por delante de caballos que presumían tener una noble sangre del desierto pero que carecían del duro entrenamiento que requería una competición de estas características. Basta decir que de los más de treinta caballos que salieron de Córdoba, solo llegaron tres a Jerez; el resto murió.

Tal proeza le llevó a Jesús Mateos a estar propuesto para el Caballo de Oro de 1969. Pero poco se pudo hacer ante la majestuosidad de los caballos de Terry y el encanto de su propietaria, Isabel Merello, que le arrebató la estatuilla al deportista jerezano. Eran otros tiempos para el deporte hípico en Jerez y para su Caballo de Oro.

Ha llovido mucho desde entonces (la Copa del Rey ya no se disputa en Jerez por falta de fondos) pero hay cosas que no han cambiado. Jesús Mateos sigue subiéndose a caballo con la misma afición que cuando comenzó a montar con apenas seis años. "Mi padre nos llevaba de paseo a todos los hermanos, a caballo o en burro, en lo que tocara. A mi me solía tocar el burro porque era de los pequeños, después ya pasé a caballo", recuerda. Así pues, el aprendizaje de Jesús Mateos ha estado profundamente basado en la transmisión de conocimiento de generaciones anteriores. "No he tenido profesor, solo sé lo que me enseñó mi padre".

Por suerte, Jesús Mateos aún conserva vecinos de viñas con los que comparte su pasión y amor por los caballos y por el campo. "Yo me monto en el caballo y me voy a buscar a otros amigos que tienen caballos por aquí cerca y nos vamos de paseo o a correr liebres, que es algo que me gusta mucho". De esta manera, el cuerpo se mantiene en forma y el espíritu siempre joven. Como el de Ovalina, que a sus treinta años retoza igual que cuando tenía tres años. A pesar de que en su lomo se escriba la historia de un viñedo que tuvo que renovarse o morir. Como tantos otros.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios