Jerez

Otro racimo de curiosos pámpanos

  • El perro ratonero, la 'gran tribu', los pre-pleitos del 'sherry', Thudichum 'el enemigo del jerez'

Qué pasaría por ese orondo cuerpo del bueno de Pepe Gálvez, el capataz que adiestró hasta beber a sus 'marditos roedores' de 'La Constancia', de toparse cara a cara con ese simpático animal mediano, ágil, delgado y atlético, cabeza triangular, de pelaje blanco corto y denso, de ojos oscuros, largo hocico y orejas altas. Nos referimos, por supuesto, al perro ratonero bodeguero andaluz, que sembró durante años y años el pavor entre las andanas. Pero el tema tiene su aquello.

El origen del ratonero es el resultado de los cruces de pequeños terriers traídos, como no podía ser de otra manera, por grandes compañías vinícolas inglesas hasta los muelles de Cádiz a finales del siglo XVIII y principios del XIX, con los perros rateros que se utilizaban en las cuadras, tenerías y vaquerizas para acabar con todo bicho viviente que se le pusiera en el camino. Así se obtuvieron unos peros muy dotados para la caza de roedores y alimañas, muy activos, fieles y de carácter muy sumiso para el trabajo.

Hoy día, el declive del negocio vinatero, la indiferencia local por esta raza autóctona, sumado a las normativas sanitarias, impiden que veamos un perro olfateando entre los bajos de las botas. Pero su trabajo fue importante durante años en el negocio del vino y, muy especialmente, entre el gremio de los almacenistas. Su adaptación al terreno y clima fueron excelentes. La provincia puede ser su mayor ámbito de expansión nacional pero su capital siempre será el Marco de Jerez. Perro y vino siempre han andado juntos el camino y su relación siempre ha sido singular. Recordad al entrañable José Ignacio Domecq González, que llevaba siempre a su ratoneroPaco 'de paquete' en su Guzzi. La compañía de Cayetano del Pino tenía su propia línea de sangre de ratoneros. O la recordada 'reina del vinagre', Pilar Aranda. Alvarito tuvo ratoneros en la Escuela Ecuestre y en Los Alburejos. Entre ellos, un tal 'Bartolo', que él solito recorría cada tarde el camino hacia Sementales buscando 'guerra'. No digamos los Pérez-Luna, familia entregada en cuerpo y alma al alegre can. Pedro Benítez Girón fue administrador de las bodegas Terry, que mantenía una manada en sus cocheras de la calle Cielo. Su hijo Bartolo Benítez Pérez-Luna es otro torta del ratonero: Junto a otros tres entusiastas jerezanos, José Miguel Mantaras, Antonio García Pérez y José Miguel Berrocal, fundó en 1993 el Club Nacional del Ratonero Andaluz que, asociado con la Asociación del Bodeguero Andaluz de Sevilla, dio como exitoso resultado el Club Nacional del Perro Ratonero Bodeguero Andaluz, raza reconocida en 2001 por la Real Sociedad Canina y pendiente de su reconocimiento por la Federación Cinológica Internacional. El irrepetible Pepe Estévez también se hacía acompañar de ratoneros antes que labradores. Se hacía acompañar... Porque poco después la manada era dejada al cuidado de Luis 'El cochero', como en tantas y tantas otras casas bodegueras. "A un ratonero no habría que juzgarle por ser bonito o feo, sino bueno o malo para el trabajo", explica Bartolo.

Dos cosas siempre me llamaron la atención de la todopoderosa burguesía vinateras. Me explicaré: Una, por la curiosa adaptación de esos 'capitanes de empresa' a un círculo cerrado en el que la palabra propia, el compromiso personal eran suficientes para negociar. Y una segunda, por la persistencia de esas alianzas familiares que consolidaban unas relaciones comerciales ya de por sí buenas, pero que servían para consolidar y fortalecer una elite de poder. Esta tendencia ha llegado hasta ahora.

Se decía, hace ahora más de tres décadas, que había en Jerez más niños que niñas. Esto preocupaba a las casamenteras (Jerez siempre fue el paraíso de las match-makers nacionales) y a las madres de familia. Ahí está Mercedes Domecq Ibarra, que le dio a Fermín Bohórquez cuatro varones y dos hembras. Pepe Bohórquez tuvo seis hijos y ninguna hembra. Igual que los Llanza Domecq: seis chicos. Los Maldonado, seis niños y una sola niña. Luis Fernando Bohórquez, tres hembras y siete varones...

Y luego hay una legión de parejas que perseveraron en tener familias tan 'largas' y tan numerosas como las que ahora vienen a nuestra memoria: Ramón Guerrero tuvo nueve hijos con Marichu Pemán Domecq; seis hijos, José de Porres Osborne y María del Buen Consejo Domecq; once, de Augusto Conte Lacave con María Josefa Domecq; trece, de Consuelo Domecq Rivero con Francisco O'Neale; ocho, de Josefa Eyzaguirre con Juan Pedro Domecq; siete, de Paloma Urquijo con Pedro Domecq y de la Riva; ocho, de Fernando de Soto y Domecq con María de Colón y Carvajal; ocho también de Mencía Fitz James Stuart con Javier de Soto y López Dóriga. Y si catorce tuvieron Manuel Domecq y Núñez de Villavicencio y María Mercedes González Gordon, quince Fernanda Domecq González con Luis López de Carrizosa, siete tuvo Beltrán Domecq con Anna Williams y doce, su hermano José Ignacio con Ángeles Fernández de Bobadilla.

La consecuencia lógica ha sido la formación de una gran 'tribu', en la que la endogamia era casi inevitable, por la sencilla razón de que en los colegios, en los veraneos o en los guateques, casi todos los muchachos eran primos.

La crisis del jerez a finales del siglo XIX la provocaron cinco factores que intervinieron a la vez: las pésimas imitaciones del jerez, o las 'mezclas horribles' que se hacían en Hamburgo y otros lugares; los vinos de muy baja calidad que se hacían en el mismo Jerez durante los años de auge; los ataques ignorantes de ciertos médicos que proclamaban que el vino 'se enyesaba', que producía 'gota', que 'le añadían mucho alcohol' y que provocaba 'acidez de estómago'; el capricho de la moda y, por último, la plaga de filoxera que durante varios años dificultó la elaboración del vino, haciendo que resultase infructuosa y descorazonadora.

Queda claro, entonces, que el problema de las imitaciones constituía ya entonces un auténtico quebradero de cabeza para los bodegueros jerezanos, muchos años antes del pleito que, en 1967, enfrentó a británicos y españoles por el uso de la palabra 'sherry'. Pudo atajarse antes, pero nadie movió un dedo. La hemeroteca no miente: Un periódico inglés de 1925 recogía la siguiente noticia bajo el encabezamiento "¿Qué es Sherry?". La noticia explicaba que la compañía Roca Colacula & Co., de Picadilly, Manchester, había sido denunciada judicialmente por la Asociación de Embarcadores de Vino de Jerez por vulnerar la Ley de Marcas Comerciales. "El fiscal Mr. M. Williams mostró al juez una botella con la etiqueta 'Picadilly Sherry' y otra etiquetada como 'Golden Sherry', que habían sido compradas en la tienda del demandado. Abajo, en letra pequeña, estaban escritas las palabras 'Producto Británico'. Mr. Williams explicó que solamente puede ser denominado a un vino blanco, calmo (sosegado, sin gas), al crecido y producido en una determinada zona del sur de España. Este nombre proviene de Xeres y es la sede principal del comercio del vino de Jerez.

El acusado fue sancionado a un total de 12 libras pagaderas en cuatro veces y se le ordenó abonar 26 libras y 6 chelines de costas del juicio".

Y otra noticia anterior en el tiempo, de enero de 1884, aportada por José Luis Jiménez, recoge la protesta de los comerciantes gaditanos al Congreso de los Diputados contra el tratado comercial suscrito entre España y el Reino Unido, que permitía a los ingleses introducir todo tipo de mercancías en los puertos españoles, sin que pudieran hacerlo los españoles en los puertos de aquel país y que perjudicaba, y mucho, la exportación de vinos que, por su graduación alcohólica, se veían obligados a pagar grandes aranceles. Esto podría suponer el cierre de los muelles de Cádiz, que vivían casi exclusivamente del embarque de vinos. Firmaban el escrito, entre otros muchos, Joaquín del Cuvillo, Lacave y Cía., Aramburu Hermanos, Terry Murphy, Benito Picardo o Ricardo Sobrino.

Puede que se hubiera debido actuar con más mano y contundencia para evitar que una costumbre, como permite la legislación británica, se convierta en norma, base de la argumentación inglesa en el 'pleito del Sherry'. "Han pasado 50 años, ¿y ahora os preocupáis?", les reprochaban a los nuestros.

El ataque de la medicina al jerez, parece que dirigido por los comerciantes franceses, comenzó el 27 de noviembre de 1873, cuando el doctor alemán Johann Ludwig W. Thudichum, que residía en Kensington, escribió una carta en The Times. Era un médico conocido y de éxito, pero su carta constituyó un disparate inútil, conteniendo verdades, medias verdades y mentiras manifiestas. Denunciaba que el jerez se elaboraba con jugo de uvas sin fermentar y afirmaba que las uvas destinadas a producir una sola bota eran muy enyesadas. Sin embargo, los análisis químicos del médico eran muy imprecisos y el análisis cuantitativo era tan ridículamente inexacto que, con tolerancia, podemos suponer que tan sólo se trataba de una conjetura. Thudichum continuó con sus experimentos, algunos de ellos con mosto producido en Londres, procedentes a su vez, de uvas importadas de Lisboa, en las que empleaba 'yeso' en cantidades mucho mayores a las empleadas a las viñas. Pero los victorianos escuchaban la voz de la medicina con admiración y reverencia y, de esta forma, se pudo condenar al jerez.

Fue entonces cuando el periódico profesional 'Lancet' envió a Mr. Henry Vizetelli en comisión a Jerez para que investigase todas esas quejas. Vizetelly era un impresor, editor y gran experto en vinos. A él le debemos una de las mejores obras que se hayan escrito sobre el jerez, Facts about sherry, editado en Londres en 1876, que ya es un clásico. Su estancia se prolongaría durante siete meses. En ese tiempo hizo un trabajo exhaustivo y detallado de casi todas las viñas y bodegas del Marco, pudo asistir a más de una juerga flamenca y realizar visitas a la Cartuja.

En su libro, desenmascara a Thudichum: Que fue tres meses a Jerez a cuerpo de rey pagado por algunas casas exportadoras, que trató de producir sin éxito amontillado por métodos químicos, que fue el responsable de la pérdida de la producción de la mitad de las viñas de esa casa, "produciendo una pócima tan repugnante que sólo se podía utilizar para limpiar las vasijas..." Según los informes locales, Thudichum danzaba alrededor del lagar profiriendo encantamientos entre dientes y espolvoreando las uvas con el yeso que guardaba en el bolsillo de su chaleco.

Las conclusiones de Vizetelly fueron triunfales: "Al definir el jerez como es debido, podemos describirlo como un vino propio de España y esencialmente español. Ningún otro país puede producir un vino auténtico como este. Del resultado de nuestra investigación se desprende que no se puede decir que el jerez contenga un solo ingrediente ajeno a su composición". Cuando The Times examinó el libro de Vizetelly, su conclusión fue clara: Los experimentos de Thudichum habían sido un "fracaso verdaderamente notable". ¡Qué palo, Thudichum! A su favor hay que decir que el doctor escribió más tarde un libro en el que vio las cosas con más claridad. Pero el daño ya estaba hecho. Sólo el paso del tiempo conseguiría invertir la situación.

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